El porqué de la fábula

El escritor bonaerense Matías Néspolo aborda en ‘Una fábula sencilla’ historias de perros, gatos y un puñado ingente de muchas otras especies a la manera de un bestiario o un tratado de zoología comparada

Matías Néspolo
23 de Septiembre de 2024
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Matías Néspolo. Una fábula sencilla

Hace muchos años un sagaz periodista peruano me preguntó a quemarropa delante de una cámara qué problema tenía con los gatos. Yo había publicado mi primera novela, Siete maneras de matar a un gato, y el entrevistador recordaba uno de mis primeros cuentos sobre el final de una relación en cuyo centro giraba como una peonza otro felino llamado Jonás. Por entonces Jonás se llamaba mi perro y yo no tenía gatos, pero tampoco el más mínimo problema con ellos, al contrario. Solo era una coincidencia, le dije. ¿Lo era? El nombre con el que había bautizado a mi labrador tal vez no…

Hace unos días otro lúcido periodista, paisano en este caso, pero también excelente narrador como el primero, me preguntó qué me pasaba con los animales, por qué recurría a ellos en la ficción o algo así. Creo que respondí con evasivas alguna tontería, y me acordé de aquella primera pregunta felina que aún sigue abierta.

Ahora ya no tengo perro. Jonás murió hace tiempo de esa cruel enfermedad que también padecemos los bípedos sin plumas y que no nos atrevemos a nombrar. Ahora, en cambio, tengo gatos, muchos gatos. Toda una colonia semisalvaje de gatos callejeros que, si no fuera por la ayuda de una protectora en lo que hace al control de la natalidad, no pararía de crecer a una velocidad pasmosa desde aquella tarde del invierno pasado en la que a una madre preñada se le dio la real gana instalarse en casa. Pero cuidado que aquí el narrador ya comete el típico error de perspectiva… Me corrijo: yo no tengo gatos, ellos me tienen a mí.

“Ahora ya no tengo perro. Jonás murió hace tiempo de esa cruel enfermedad que también padecemos los bípedos sin plumas y que no nos atrevemos a nombrar. Ahora, en cambio, tengo gatos, muchos gatos”

La cuestión, en todo caso, sigue siendo la misma, más allá de la manida dicotomía de perros y gatos. Por supuesto los hay en Una fábula sencilla, sobre todo perros, además de un puñado ingente de muchas otras especies a la manera de un bestiario o de un tratado de zoología comparada. Y porqué los animales están ahí tan presentes en mis historias como si ellos fueran los verdaderos protagonistas es la pregunta que nunca me he hecho, pero de algún modo respondo en cada relato.

Podría aquí marear la perdiz y replicar otra vez con evasivas y digresiones: recordar mi infancia en el campo rodeado de ellos; mencionar a Los perros románticos de Bolaño y cómo esa imagen de algún modo se impuso a la hora de contar la historia de un grupo de poetas latinoamericanos en Barcelona, hambrientos y castigados al cabo de los años como quiltros sarnosos; hablar de la ferocidad de algunos autores de género que me gustan, como Edward Búnker, y del uso despreocupado de la estructura o de los recursos del policial para narrar otra cosa; echarle toda la culpa a Juan José Saer y al influjo directo de su obsesión narrativa por el asado, a la manera del ágape platónico, ya que aquí todo gira en torno a un lechón a la parrilla; o incluso también podría perderme en la reseña pormenorizada de todas y cada una de las especies tratadas en la novela, algunas de ellas muy curiosas como el ajolote o como el tero, ese pajarraco de la pampa con el que Oscar Masotta describía el funcionamiento del inconsciente.

Pero nada de eso voy a hacer. Ni tampoco voy a intentar dilucidad qué fue primero, si el huevo o la gallina. Si esa suerte de catálogo de fieras que conforman los breves capítulos de la novela ya estaba ahí antes de la historia que necesitaba contar o viceversa. Supongo que una y otra son consustanciales.

En lo que sí me quiero detener, para ensayar alguna posible respuesta a la vieja pregunta, es en la manera en la que el mismo relato explica y da cuenta del porqué de esa recurrencia animal. Toda ficción tiene su propia lógica, cada narración sus propias reglas. Pero no solo eso, soy de la teoría de que cada relato despliega de manera autónoma su propia inteligencia, su particular modo de pensar el mundo, incluso ajena al autor. O, para decirlo en otras palabras, estoy convencido de que, cuando nos entregamos de verdad a la escritura, sin cálculos ni pretensiones, sin ego ni vanidad, el relato piensa por nosotros y, por lo general, es mucho más listo que el humilde artesano que aporrea el teclado del ordenador. La ficción siempre sabe todo aquello que su autor ignora. Lo tengo comprobado. ¿Cómo sucede esto? Pues no lo sé.

Confieso que le di muchísimas vueltas al título de esta novela. No tenía ni la más remota idea de qué estaba escribiendo ni de qué iba la historia. Incluso a la segunda y tercera reescritura del manuscrito, hasta que uno de los animales de relato de algún modo me lo explicó al recordarme mi vieja fascinación por las fábulas de Esopo. Todos esos pequeños cuentos redondos y brillantes aún hoy me deslumbran. No se trata del mundo animal como un reflejo deformado o satírico de nuestra humanidad, sino de nuestra parte constitutiva. Como animales parlantes que en definitiva somos, todos nosotros protagonizamos a diario alguna escena digna de Esopo. Y como animales estúpidos que también somos, al igual que los personajes de Esopo, su sentido se nos escapa. La única diferencia entre la fábula clásica, que también puede ser tan cruel, injusta o descarnada como el mundo real, y nuestra vida es que la primera tiene al menos algún tipo de sentido, ya sea en forma de moraleja, corolario o conclusión. La otra no.

Quizá todo esto explique la fascinación que nos despiertan esos relatos y la necesidad, casi antropológica diría, de narrarnos a nosotros mismos nuestra propia historia, de construir nuestra propia fábula, para intentar arañar al menos una brizna de sentido en aquello que no lo tiene. Porque de nada valen tus dichas y pesares sin relato. Y he aquí la necesidad de la fábula. Ya, ¿y por qué sus personajes tienen que ser precisamente animales? Pues no lo sé, la verdad. Hasta tanto no llego. Tal vez la próxima novela me dé la respuesta…

Una fábula sencilla (1)
Una fábula sencilla

 

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