La impostura, la esperadísima nueva novela de Zadie Smith (Londres, 1975), la autora de Dientes blancos, es un memorable viaje en el tiempo a aquella Inglaterra victoriana de férreas convicciones morales y sociales, un mundo repleto de poses preconcebidas del que solo se podía escapar a base de mucha ironía y no poca argucia, donde las clases eran muros infranqueables que servían de parapeto para que los estamentos acomodados pudieran seguir disfrutando de sus privilegios a costa de una amplia mayoría necesitada de las cosas más fundamentales para la supervivencia.
A través de un puñado de no menos inolvidables personajes, la autora londinense trata con humor, compromiso, fina ironía, sátira y sin prejuicios de ningún tipo una forma de ser y actuar en una sociedad marcada a hierro por convencionalismos tan rancios como injustos y clasistas, sin olvidar el oscuro rastro que dejó en la historia el pasado colonial del Imperio británico.
El lector tiene la convicción de vivir muy de cerca aquellos años del siglo XIX como si fuese el mismísimo Dickens el que nos cuenta la historia, que por cierto también tiene en La impostura sus momentos de gloria
Con la prosa siempre envolvente, muy ágil e incisiva de Smith, el lector tiene la convicción de vivir muy de cerca aquellos años del siglo XIX como si fuese el mismísimo Dickens el que nos cuenta la historia, que por cierto también tiene en La impostura sus momentos de gloria entre un puñado de personajes que convivieron con el mítico escritor. Otro colega de profesión, también reconocido entre los literatos del momento, corre con el protagonismo, William Aisnworth. Pero será su ama de llaves y prima política además de amante casual, Eliza Touchet, la que acapare todo el foco y sea el hilo conductor de una novela que se lee a veces como si de un thriller se tratara, gracias en parte a los capítulos breves o incluso muy cortos que Smith intercala con destreza para hacernos más amenas las casi 500 páginas de una obra que escapa por completo a los lugares comunes de la infinita mayoría de novelas denominadas “históricas”. Pero el tema sobre el que gira toda la historia es el denominado caso Tichborne. Un hombre aparece reclamando la fortuna del citado ‘baronet’, desaparecido años atrás en el mar, al declararse hijo del mismo, pero sus modales, alejados por completo de la educación victoriana imperante, hacen sospechar a los morbosos ciudadanos, que consideran que el aspirante no es más que un carnicero. Será el testimonio clave de un ex criado de la familia, el misterioso Andrew Bogle, el que decante la decisión final en el juicio que se celebra al respecto para dilucidad si estamos ante una impostura o no.
En un impredecible juego de poses e ideas preconcebidas, que al mismo tiempo ofrece a Smith la posibilidad de reírse de aquella sociedad, juega con el lector a desentrañar la mentalidad de una época que vivió tremendamente encorsetada entre clichés sociales tan atosigantes como ridículos.