Debo reconocer que, aunque siempre he sido un comeviñetas compulsivo en lo que se refiere a cómic europeo y manga, el comic book americano no es mi terreno habitual, así que raras veces me veréis tocar ese palo en mis reseñas. Hoy, sin embargo, hago una excepción para hablaros de uno de los cómics más notables del año, una obra a la que la crítica internacional ha hecho la ola unánimemente: "un festín visual", "asombroso", "un punto de inflexión", "una clase magistral en narrativa visual"... Estoy hablando de Step by Bloody Step, del británico Si Spurrier (guión), el uruguayo Matías Bergara (dibujo) y el brasileño Matheus Lopes (color). El tándem Spurrier-Bergara ya había demostrado un poder creativo fuera de lo común con su anterior colaboración, Coda, y se consagra ahora con esta miniserie de cuatro números publicada en EE.UU. por Image en 2022, y que ahora sale en España en un único tomo de mano de Planeta Cómic, que si algo tiene es olfato y pasta para llevarse las licencias más jugosas.
¿Y qué es lo que tiene de especial esta miniserie? ¿Qué es lo que la distingue de las demás? Ya nos lo dice el subtítulo en la propia portada: Step by Bloody Step es "una fantasía sin palabras". En efecto, estamos ante un cómic mudo: un recurso muy usado desde los tiempos de las daily strips como vehículo para el gag humorístico, pero que raramente se ve en una obra como esta, que es extensa, compleja y, desde luego, no tiene ni pizca de gracia.
Como subgénero, el cómic sin palabras tiene un largo recorrido en la historia del noveno arte. Da comienzo con La ciudad de Frans Masereel (1925), una sinfonía urbana en xilograbados que se anticipó a los experimentos cinematográficos de Walter Ruttmann o Dziga Vertov. Desde entonces han sido muchos autores quienes lo han cultivado, desde Masashi Tanaka a Thomas Ott. Al renunciar a la palabra, esta forma de narrar vincula mucho más directa y visceralmente al lector con la imagen, convertida en una elaborada forma de jeroglífico que permite al autor entrar en ricos juegos de alusiones, elipsis, sugerencias y ambigüedades. Para mí la obra cumbre del cómic sin palabras es Frank de Jim Woodring, donde la narración orbita en torno a un repertorio visual onírico y personalísimo, tan fascinante como perturbador. Pero tanto la obra de Woodring como las barrabasadas underground de Winshluss (Pinocchio) o Mattioli (Squeak the Mouse), o Quino y Mordillo con su magistral uso de la mímica, basan el éxito de su fórmula en compensar la ausencia de texto con un ritmo secuencial muy lineal en la sucesión de las viñetas: son cómics de cuadrícula. En ellos la acción se lee con facilidad, como en un storyboard cinematográfico. Pues bien: el cómic que hoy nos ocupa no es así.
Step by Bloody Step es todo un recital de atrevidas composiciones de página, en las que, al más puro estilo del moderno cómic de superhéroes, los autores renuncian a la cuadrícula en pro de una mayor expresividad visual. Las escenas se superponen y las viñetas aparecen desperdigadas por la página, a veces sin orden aparente. Esta falta de linealidad en un cómic mudo, recurso del que el trabajo de Spurrier y Bergara es un exponente magnífico, tiene precedentes en el propio mundo del comic book americano. Como os decía, no soy un especialista en el género pero ahora mismo me vienen a la mente los números 'Nuff Said de Marvel y alguna historia suelta de Predator de Ian Edginton y Rick Leonardi. Pero la imaginería y las composiciones de página de Step by Bloody Step me recuerdan sobre todo a una obra concreta de este lado del charco, una de las cumbres de la bande dessinée clásica: Los héroes del equinoccio, de Jean-Claude Mézières y el recientemente fallecido Pierre Christin, para quien todos los homenajes serán pocos. La mayor parte de este álbum, perteneciente a la serie Valérian, es un deslumbrante experimento narrativo en el que se siguen de forma paralela los recorridos de cuatro héroes, procedentes de otras tantas civilizaciones galácticas, a través de fabulosos escenarios de ciencia ficción, tan espectaculares para el lector como hostiles para los personajes. A veces, cuando estos hablan, en los bocadillos no aparecen palabras reconocibles, sino los incomprensibles pictogramas rúnicos de sus respectivos lenguajes. Esto ocurre exactamente igual en el cómic de Spurrier y Bergara, en cuyo proceso de creación ha habido una persona dedicada exclusivamente al diseño de glifos, Jim Campbell.
¿Y de qué va Step by Bloody Step? No os lo quiero destripar, y lo mejor es acercarse a su historia desde el desconocimiento, de modo que me limitaré a adelantar aquello que resulta obvio desde la ilustración de portada. Trata sobre las aventuras de una niña y su guardián, un monstruo/robot/armadura de dimensiones descomunales que la defiende de todo tipo de peligros. Esta extraña pareja vaga por el mundo sin rumbo aparente, huyendo siempre de los cantos de sirena de la civilización: un mal del que el guardián quiere proteger a la niña a toda costa.
El argumento es lo suficientemente abierto como para dar pie a interpretaciones y especulaciones por parte del lector. Pero, por encima de todo, destaca la apabullante labor de worldbuilding llevada a cabo por los autores. El escenario en el que se desarrolla la acción de Step by Bloody Step es un trampantojo meticulosamente diseñado para darnos la sensación de ser el esbozo de un mundo mucho mayor, con su geografía, su historia, su zoología y su botánica propias. Aunque bebe del tan manoseado repositorio visual de la ciencia ficción y el género fantástico, Bergara consigue sorprendernos genuinamente con sus paisajes y sus criaturas, productos de un formidable tour de force de imaginación.
A lo largo del proceso de creación del cómic, tuve ocasión de ver en el Instagram de Matías Bergara numerosas reproducciones de los originales en blanco y negro. Qué queréis que os diga, ya sé que el color es una convención del comic book americano, que los consumidores esperan encontrar en cada cuadernillo su ración de páginas satinadas cubiertas de colores vivos, caramelo para la retina... pero yo soy un enamorado del blanco y negro, y me parece que el vigoroso trazo de Bergara, con su dominio del claroscuro y las texturas, pierde parte de su fuerza al dulcificarse con el coloreado de Matheus Lopes (del que huelga decir que, desde el punto de vista técnico, está a la altura del resto del producto). Aun así, acato las reglas del juego, asumo que esa es la política de Image Comics y no hay más cáscaras.
En definitiva, Step by Bloody Step es un pedazo de cómic que se merece todo el revuelo que ha armado. ¿Es un punto de inflexión? Quizá eso no tanto, sin menoscabo de su calidad: ya hemos visto que el cómic mudo es un subgénero con predecesores muy ilustres. Y si hoy día autores como Spurrier y Bergara son capaces de llegar a estas cotas de excelencia es porque, dentro de la perspectiva de la historia del cómic, son enanos a hombros de (robots) gigantes.