Viaje a una vida inacabada

Reseña de El primer hombre, de Albert Camus, autor francés de quien también recomiendo leer La peste

02 de Junio de 2025
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Viaje a una vida inacabada. El primer hombre. Albert Camus

«Fue en ese momento cuando leyó sobre la lápida la fecha de nacimiento de su padre, percatándose entonces de haberla ignorado. Después leyó las dos fechas, “1885-1914”, e hizo maquinalmente el cálculo: veintinueve años. De pronto le asaltó un pensamiento que lo sacudió incluso físicamente. Él tenía cuarenta. El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él».

Hace un par de años aproximadamente, decidí leer El extranjero. Esta obra, considerada por muchos una novela esencial, fue el primer libro de Albert Camus al que yo me aproximé. Me dejó tan fría como el hielo que no comprendí el porqué de la popularidad de su autor. Hizo falta dejar correr algo de tiempo para querer acercarme de nuevo a su producción literaria y vislumbrar, esta vez sí, su valía como escritor.

Con estas palabras anteriores, comencé el artículo —también publicado en Diario16plus— que escribí sobre El extranjero. Aquella reseña decidí titularla Cuando no comulgas con la mayoría, porque la que ha sido considerada tradicionalmente una obra de Albert Camus esencial me dejó bastante helada: salvo por el final del libro, la novela me resultó insulsa. Quizás, esto es lo único en lo que coincido con su protagonista (Meursault): no comulgo con la mayoría; en mi caso, a la hora de enaltecer El extranjero, cuando considero que hay otras dos historias, realmente magníficas, del mismo escritor: La peste y El primer hombre (a la que aludo en el título del presente artículo).

El escritor francés me ha sorprendido muy gratamente en esta obra inacabada cuyo manuscrito se encontró en el coche donde perdió la vida en un accidente de tráfico. El primer hombre ha cambiado la percepción que tenía sobre Camus. Esta última novela suya muestra facetas de su personalidad que, con la lectura de El extranjero, nunca habría llegado a concebir en un escritor que, para su primer libro, creó un protagonista sumamente anodino. Tan falto de vida estaba Meursault que llegué a pensar que era obligatorio que el propio autor —como también le sucede a su personaje— no le encontrara sentido a la existencia.

El contraste entre El extranjero y El primer hombre es abismal: Albert Camus dista mucho de ser Meursault. A diferencia de este último, Camus sí tenía ganas de vivir.

«El primer hombre»

El primer hombre del título no es su padre, de quien comenta que falleció con 29 años, después de haber sido llamado a filas por Francia para luchar en la Primera Guerra Mundial. El primer hombre es Camus; es el escritor francés en el preciso instante en el que él mismo, sin la ayuda de nadie, toma conciencia de que la adultez —que ya empieza a perfilarse en el horizonte próximo— le está ganando terreno a la infancia.

Aunque es cierto que la muerte de su progenitor permanece presente en la novela, no adquiere el peso que sí toman su madre, su niñez y el Sr. Germain. La carta que le dedica a este último, a su maestro (podría decirse que de educación primaria), está incluida al final de este libro editado por Tusquets Editores (colección Andanzas). Esta epístola evidencia que un buen maestro de escuela puede granjearse un buen puesto en la mente y en el corazón de sus alumnos si se vuelca en ellos y, si pese a su pobreza, los alienta en el estudio cuando observa que tienen mucho potencial.

«Hasta entonces me parecía que tu situación era la misma que la de todos tus compañeros. Siempre tenías lo que te hacía falta. Como tu hermano, estabas agradablemente vestido. Creo que no puedo hacer mejor elogio de tu madre». Palabras del profesor de Albert Camus a su alumno en respuesta a la carta que el autor francés le envió previamente.

La mujer más importante para Albert Camus

La figura materna ocupa un espacio de mucha relevancia en la vida del escritor. Él mismo explica que, en su infancia, no percibió la ausencia del padre porque siempre encontró una figura que pudiera equivaler a esa presencia masculina. Por un lado, en casa, estaba su tío (hermano de su madre), y por el otro, en clase, se encontraba el Sr. Germain (su tutor en la escuela).

«La mujer [abuela materna de Albert Camus] le dio nueve hijos, dos de los cuales murieron en la primera infancia, mientras una tercera se salvaba a costa de una invalidez y el último nacía sordo y casi mudo».

La comunicación con su madre es compleja. En su juventud, como secuela de una enfermedad, perdió gran parte de su capacidad para oír y hablar.

Además, era analfabeta, así que, para comunicarse, dependía justamente de lo que le había sido injustamente robado. Su vocabulario, limitado por una condición ajena a su voluntad, dificultaba el diálogo madre-hijo. Ella pasaba los dedos por las páginas de los libros que, ya en el liceo, los profesores le entregaban a Camus para premiar su rendimiento académico.

Lejos de imaginar que pudiera instruirse siendo viuda con dos niños a su cargo, la madre de Camus optaba por sentarse, en los tiempos muertos, frente a la ventana que daba a la calle: ahí se entretenía viendo pasar a los viandantes, vez tras vez, por las aceras de una Argelia francesa en la que estallaban conflictos entre franceses y árabes con una frecuencia «in crescendo».

«Estaba allí, el pelo siempre abundante pero blanco desde hacía tiempo, todavía erguida a pesar de sus setenta y dos años, se le hubieran echado diez menos por su extrema delgadez y su vigor todavía visible, como ocurría con toda la familia, tribu de flacos de aire indolente pero de energía infatigable en quienes la vejez no parecía hacer mella».

Así era la madre de Albert Camus, y así es cómo él la recuerda: en varias ocasiones a lo largo del libro, resalta su belleza. Sin embargo, de su vivir, afirma lo siguiente:

«[...] una existencia que, a fuerza de estar privada de esperanza, había perdido todo resentimiento, una vida ignorante, obstinada, resignada a todos los sufrimientos, tanto los suyos como los ajenos».

Incluso quien está mal siempre tiene un motivo para agradecer no estar peor. En una época en la que la tasa de mortalidad era más alta, la condición de casi sorda y casi muda de la madre de Albert Camus parecía ser un mal relativamente llevable.

Después de leer El primer hombre, uno se queda con la impresión de que su condición contribuyó a que ella, también por su personalidad, se mantuviera en muchas ocasiones al margen del movimiento de la vida, llevando una existencia inocente, inofensiva y buena, pero en la sombra, sin grandes alicientes. Todo ello, con una resignación «obstinada» que alguien que no está en su lugar sólo puede entender, como dice Albert Camus, si tiene en cuenta que esta mujer podría haber llegado a pensar (y no sin razón) que su «existencia» estaba «privada de esperanza».

Una vez aceptado este pensamiento, en lugar de tener coletazos de rabia, la madre de Albert Camus se resigna y sigue adelante de una forma pacífica y extremadamente discreta que, sin duda, llama la atención de quienes son más temperamentales y tienen una tolerancia mucho más baja a la frustración.

Opino que, por todo ello, la madre de Camus merece nuestra admiración.

En busca del cromosoma Y

La sangre que recorre las venas de este primer hombre que es Camus se debe a dos afluentes que parten de Francia y España, por la línea paterna y materna respectivamente, y que confluyen en Argelia. La familia del padre procedía concretamente de Alsacia, y llegó a Argelia dejando atrás su país (Francia) antes de que esta región fuera tomada por los alemanes. Eran franceses que habían emigrado de su patria natal a un territorio situado más allá del mar, al norte de África.

Sin embargo, Francia no sólo se quedó sin Alsacia, sino que también perdió al padre de Camus como ciudadano francés en un conflicto bélico posterior: la Primera Guerra Mundial, que hizo que madres como la del escritor, e hijos como Albert Camus y su hermano, quedaran viudas y huérfanos de padre.

«[…] Un hombre no hace eso.

Levesque dijo que para ellos, en ciertas circunstancias, un hombre debe permitirse todo y [destruirlo todo]. Entonces Cormery gritó, como en un arrebato de locura furiosa:

—No, un hombre se contiene. Eso es un hombre, y si no... —Y después se calmó—. Yo —agregó con voz sorda— soy pobre, salgo del orfanato, me ponen este uniforme, me arrastran a la guerra, pero me contengo».

Palabras del padre en El primer hombre. El autor le confiere un nombre distinto, como también hace consigo mismo: Albert C. es Jacques en el libro.

Aunque Jacques intenta recabar información sobre el pasado de su padre, los datos que obtiene son tan escasos que, inevitablemente, el primer hombre de quien Albert Camus va a tener conciencia de su propia existencia, y de su paso por la vida, es él mismo. El porqué su madre o su abuela apenas hablan de su marido fallecido y de su yerno es una duda que el protagonista se plantea reiteradamente y que ha logrado contestarse de la siguiente manera:

«La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris».

Viaje a una vida inacabada. El primer hombre. Albert Camus
Viaje a una vida inacabada. El primer hombre. Albert Camus

Una existencia que se mueve en círculos

La vida de su madre es cíclica. Después de fallecer su marido, se encuentra viviendo una vez más con la abuela de Albert Camus y con su hermano, el tío materno de Camus (esta vez, sordo —sin el casi— y casi mudo). Dada la

pobreza de la familia, inmediatamente ha de ponerse a trabajar. Si —a raíz de la muerte de su marido en la Primera Guerra Mundial— percibía alguna ayuda económica desde Francia, esto es algo que no se menciona en el libro.

Sólo nos queda entender que esta mujer, viuda a los 32 años, se halló sola, con dos hijos a quienes sacar adelante y sin aparente compensación por perder a su esposo en la Gran Guerra. La abuela, autoritaria y partidaria de aplicar correctivos físicos, era la única a quien recurrir.

«La pobreza no [se] elige, pero puede conservarse».

El edén del primer hombre

Nos encontramos ante un libro repleto de vida: El primer hombre está lleno del dinamismo que encierra la existencia de todo ser y que, en El extranjero, era como buscar una aguja en un pajar; una empresa ardua que dejaría a cualquiera del todo miope.

Aunque tenía que tener especial cuidado con no desgastar las suelas de los zapatos mientras jugaba a fútbol, no hay un solo momento en el que el niño que fue Albert Camus dejara de amar la vida animalmente:

«Seguían pasando necesidad, aunque no vivieran en la estrechez, pero ya se habían hecho a ello y también a una desconfianza resignada con respecto a la vida, que amaban animalmente pero de la que sabían por experiencia que pare regularmente la desgracia sin haber dado siquiera señales de estar preñada».

La diferencia entre su familia y otras en una condición similar estaba en que ellos habían aceptado estoicamente la realidad más lacerante. En El primer hombre, la lucha diaria por vivir es tan constante como lo es también la guerra entre naciones. A propósito de estos conflictos, Albert Camus hace algunos apuntes a lo largo del libro de entre los que rescato dos:

(1)

«—Siempre hay guerra —dijo Veillard—. Pero uno se acostumbra enseguida a la paz. Y termina por creer que es normal. No, lo normal es la guerra».

(2)

«[...] la guerra justamente formaba parte de su universo, era de lo único de lo que oían hablar, había influido en tantas cosas a su alrededor que no les costaba comprender que se pudiera perder en ella un brazo o una pierna y, que incluso se la pudiera definir como una época de la vida en que seperdían los brazos y las piernas».

Opinión personal

Una autobiografía póstuma termina con la muerte de su protagonista. De no ser así, no haría justicia a su nombre. El caso de Albert Camus no ha sido diferente. El primer hombre llega a su fin justo en el momento en que el autor empieza a hacerle un guiño a su etapa adulta, pavimentando el terreno para esa segunda parte en la que el niño ha crecido y, como hubo de hacer el primer hombre de la historia de la humanidad, ha tenido hijos.

Es un libro sumamente recomendable; proporciona una visión muy distinta sobre Albert Camus, a quien yo había imaginado con pocas ganas de vivir después de leer El extranjero. Es una autobiografía en la que algunos nombres se cambian, pero en la que la realidad de los hechos prevalece y en la que se pone de manifiesto, una vez más, algo con lo que estamos muy familiarizados —el peso de la infancia en la persona adulta—, pero con un matiz que no todos podemos aportar a este respecto: la felicidad camaleónica de quien crece asimilando la desgracia, y lidiando con las frustraciones de la pobreza, para encontrar una importante riqueza emocional en una infancia con carencias materiales.

También creo necesario resaltar el modo en el que narra parte de su vida: el inicio del libro es un dardo directo a la sensibilidad del corazón de quien lo lee. Camus comienza su historia con un paralelismo entre dos peregrinaciones: la de las nubes del cielo, que se desplazan conforme lo hace la carreta donde viajan sus padres, y la de sus propios padres, cuando su madre está embarazada de él y van en busca de otra casa donde asentarse para una familia que crece.

Una cosa es la obra y otra, la persona que la crea

Como vivimos en una época en la que parece estar de moda confraternizar con quienes les son infieles a sus parejas, me gustaría matizar lo siguiente: que me haya maravillado la lectura de El primer hombre —recuerdo que, para más inri, estamos ante un manuscrito no definitivo, lo que todavía le confiere más mérito— no significa que no haya alguna cuestión sobre la que no concuerde con Albert Camus en el plano personal.

Esta desavenencia la componen sus romances. Durante el tiempo que estuvo casado con su segunda esposa, mantuvo una relación con la actriz María Casares, a quien a su vez también era infiel con otras mujeres. Confieso que el

hecho de que la novela no haya ahondado en los detalles de sus amoríos ha beneficiado mi experiencia con el libro.

En cuanto al manuscrito como tal, me parece que ceñirse al texto original, conservando las incongruencias sin editarlas ni corregirlas, ha sido lo más adecuado: estos errores enriquecen enormemente la lectura de El primer hombre, pues son fallos mínimos perfectamente comprensibles: el lector no debe olvidar ni por un momento que lo que tiene delante es un borrador previo a la que hubiera sido, de no haber sucedido aquel fatídico accidente de tráfico, una novela autobiográfica revisada y definitiva de un libro que, paradójicamente al caso —Albert Camus estaba documentando en cierto modo su vida—, se vio interrumpido por la muerte prematura de su autor.

Gracias a Tusquets Editores, haber visto digitalizada la caligrafía del escritor como parte del proceso de creación de su obra autobiográfica, redactada con tanta delicadeza y atención, ha sido todo un puntazo. Es oro en estado bruto que no necesita pulimento alguno para brillar más de lo que ya lo hace.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!

Esta reseña fue escrita originalmente el 19/01/2024.

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