María Izquierdo fue una de las artistas más destacadas del México de principios del siglo XX, pero durante mucho tiempo su nombre estuvo eclipsado por el de los muralistas de la talla de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Clemente Orozco. A pesar de su innovador talento y ser la primera mujer mexicana en exponer en Estados Unidos, su trabajo sufrió una invisibilización sistemática. En un contexto donde el muralismo era considerado la cima del arte mexicano, María Izquierdo se enfrentó a una lucha constante no solo por su obra, sino también por su género.

Nacida en Jalisco en 1902, María desde joven mostró un gran talento para la pintura, influenciada por la cultura popular de México y las tradiciones indígenas. Su estilo se caracterizó por un uso vibrante del color y una pincelada suelta que evocaba emociones intensas. A lo largo de su carrera, la pintora exploró una amplia gama de temas, desde retratos hasta escenas de la vida cotidiana, pasando por paisajes y naturalezas muertas. Su amor por el color era evidente, y en una de sus últimas cartas, lo describió como lo más emocionante en su vida.
Una artista ignorada
Sin embargo, a pesar de su prodigiosa técnica, la obra de Izquierdo no fue valorada en su justa medida en la escena artística mexicana de la época, que se encontraba dominada por los muralistas, que preferían un arte de gran formato y de marcado contenido social y político. Mientras que figuras como Rivera, Siqueiros y Orozco se convirtieron en símbolos del arte nacional, Izquierdo fue relegada al ámbito privado y a la pintura de pequeños formatos. Esta disparidad de tratamiento no solo era un reflejo de su talento individual, sino también del machismo imperante en el mundo del arte en México.

En 1929, María Izquierdo consiguió su primera exposición individual en la Galería de Arte Moderno de Ciudad de México, un hito en su carrera. Un año más tarde, fue la primera mexicana en realizar una exposición en los Estados Unidos, en Nueva York, un evento que marcó el reconocimiento de su trabajo en el extranjero. A pesar de la admiración que provocaba entre los críticos y el público, su relación con los muralistas nunca fue fácil. Izquierdo se mantuvo siempre fiel a su estilo, que combinaba el simbolismo, el surrealismo y una profunda conexión con la cultura mexicana, y aunque sus trabajos eran igualmente sociales, su enfoque era mucho más personal y menos ideológico que el de sus compañeros varones.
Los muralistas la bloquearon
En 1945, la brecha entre ella y los muralistas se hizo aún más evidente. Cuando le encargaron pintar un mural en el Palacio del Distrito Federal que narraría la historia de la Ciudad de México, los muralistas decidieron bloquear su proyecto, argumentando que no era la persona adecuada para tal tarea por ser mujer. Fue una decisión que no solo la excluyó de uno de los proyectos más importantes del país, sino que también le dio un golpe emocional y económico devastador. La decisión de Rivera, Siqueiros y Orozco de relegarla a una tarea menor, en lugares como mercados o escuelas, fue una manifestación clara de la discriminación de género que sufrió.
La historia de Izquierdo es una de resistencia, pero también de soledad y sufrimiento. Su lucha por la inclusión de las mujeres en el mundo del arte fue incansable, pero también una lucha en solitario. En una entrevista de 1939, María declaró con determinación: "Creo que si la mujer sigue conquistando más y más libertad de expresión, llegará tan alto en las artes plásticas". Sin embargo, a pesar de su perseverancia, las puertas de los espacios prestigiosos le fueron cerradas una y otra vez.

En sus últimos años, la pintora enfrentó una grave enfermedad que la apartó de la pintura. En 1953, escribió una carta al presidente Adolfo Ruíz Cortines solicitando ayuda económica, reconociendo con humildad lo que había sido su vida: una dedicación completa al arte mexicano, pero también una vida marcada por la pobreza y la invisibilidad. En esa carta, Izquierdo no solo pedía ayuda, sino también el reconocimiento que nunca llegó: "Sé que es mucho lo que pido, pero me atrevo a hacerlo consciente de haber dedicado con absoluto desinterés casi un cuarto de siglo al arte en México".
Una mujer valiente
María Izquierdo fue una mujer valiente, que nunca aceptó las limitaciones que le imponían por su género, y a pesar de ser apartada de los círculos artísticos más influyentes, su obra se mantuvo como una prueba de su genio. A lo largo de su carrera, la pintora exploró y plasmó en sus lienzos las complejidades de la condición humana, con una particular visión del rol de la mujer en la sociedad. Sus figuras femeninas no eran las típicas madres o alegorías del patrioterismo; sus mujeres eran audaces, valientes y fuertes, mucho más cercanas a los héroes de los murales masculinos que a las figuras pasivas que la sociedad esperaba de ellas.

Su legado ha comenzado a ser más reconocido en años recientes, y su obra está presente en importantes museos de México, donde se le considera una de las figuras más representativas del arte del país en el siglo XX. A pesar de haber muerto en la pobreza y en el anonimato, la pintura de María Izquierdo sigue vigente hoy como una declaración de valentía artística y feminista. Las nuevas generaciones de artistas y feministas pueden encontrar en su vida y su trabajo una fuente de inspiración para seguir luchando por el espacio que les corresponde en el mundo del arte.
María Izquierdo fue una pionera, una mujer adelantada a su tiempo que, aunque fue silenciada por los muralistas, nunca dejó de luchar por su lugar en la historia del arte mexicano.