El suicidio es una idea o una manifestación extrema de la vida, como el naufrago que lanza una botella con un mensaje desesperado al mar, que siempre asaltó a mucho de los supervivientes del Holocausto, unos por la mala conciencia por haber sobrevivido y otros llevados por un sentimiento de culpa por no haber hecho nada por salvar la vida de los que fueron devorados por la maquinaría exterminadora nazi. Sin entrar en las razones que llevaron a tantos a elegir esta vía como opción vital desesperada, el asunto del suicidio no deja de ser fascinante, si no fuera porque también contiene la tragedia de la muerte, y refleja, queriendo encontrar una explicación que no la tiene, la inadaptación del hombre ante la libertad y el final de una pesadilla que parecía interminable hasta encontrar esta trágica salida.
Siguiendo la estela suicida dejada por el escritor Stefan Zweig, el poeta Paul Celan, el desconocido psiquiatra y escritor Robert Flinker, siempre nos quedará la duda de si este fue el camino elegido por Primo Levi para enfrentar los numerosos dilemas a los que se enfrentaba tras ser liberado de los campos de la muerte por los aliados o si su muerte fue casualmente accidental. Nunca lo sabremos quizá. El escritor italiano fue enviado a Auschwitz casi al final de la guerra, tal como cuenta él mismo en el comienzo de su obra Esto es un hombre: «Tuve la suerte de no ser deportado a Auschwitz hasta 1944, después de que el gobierno alemán hubiera decidido, a causa de la escasez creciente de mano de obra, prolongar la vida media de los prisioneros que iba a eliminar.» Levi escribió la famosa Trilogía de Auschwitz, tres novelas escritas con precisión, brillantez y concisión, pero también con moderación y mesura.
“Lo que se puede aprender sobre el ser humano y sobre la historia de Europa en el siglo XX en los tres volúmenes de la gran trilogía memorial de Primo Levi es terrible y también aleccionador, y honradamente no creo que sea posible tener una conciencia política cabal sin haberlos leído, ni una idea de la literatura que no incluya el ejemplo de esa manera de escribir”, dijo sobre la Trilogía de Auschwitz el escritor español Antonio Muñoz Molina en un prólogo que escribió sobre la misma. Levi desafío a la máxima de Theodor Adorno que una vez afirmó que después del Holocausto no se podría escribir poesía.
“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, sentenció Adorno en una conferencia radiofónica que ya ha pasado a la historia. Levi escribió sobre el Holocausto, en una prosa que casi recuerda a la poesía, hasta el final de sus días, como un canto a la vida y no a la muerte, evocando el dolor de los que se fueron y también de los que se quedaron, pero también impregnando en sus palabras la esperanza y la memoria, la dicha por haber sobrevivido y la estela que dejaron los que se fueron para siempre a través las chimeneas de Auschwitz.
¿Sobrevivieron los peores?
Pero siempre le persiguió el infierno de la duda, es decir, la “vergüenza de sobrevivir”, porque según Levi “sobrevivieron los peores”, aquellos que vendieron su alma al diablo y colaboraron abiertamente con los nazis y otros, que, quizá como él mismo, aceptaron pequeños actos de sumisión e incluso acciones egoístas en el macabro juego de la supervivencia en ese infierno que significaba Auschwitz. De todo ello y de ese sentimiento que caracteriza a una buena parte de su obra hasta el final de su vida nos habla en su último libro, Los hundidos y los salvados (1986). Y lo hace con nombre y apellidos, señalando a muchos judíos que colaboraron con los nazis en el exterminio de sus propios compañeros, y señalando a “cuatro monstruos” que había conocido en Auschwitz, almas vendidas a los nazis buscando la supervivencia en un mundo terrible y brutal aun con alto coste de perder su auténtica dimensión ética y moral. Habían traspasado la frontera que ya habían cruzado sus verdugos: eran igual de criminales que ellos y ya de por vida arrastrarían esa cruz miserable e indeleble.
Aquí entramos en otras de las tesis más conocidas de Levi, que es otro de los ejes de su obra, la denominada “zona gris”, ese espacio creado por el genial autor para definir el punto de contacto entre el bien y el mal, entre las víctimas y los verdugos. Si bien en un principio, tras ser liberado, Levi se mostró implacable con estos judíos colaboracionistas, de los cuales la mayoría de sus nombres y culpas quedaron en el olvido y la desmemoria, con el paso del tiempo el autor matizó sus juicios de valor.
Este asunto de los colaboracionistas judíos no es un asunto baladí en la sociedad israelí y desde la fundación del Estado de Israel, en 1948, ha generado profundas controversias, debates intelectuales, obras históricas e incluso acaloradas discusiones. En 1952, un alto cargo del gobierno israelí, Rudolf Kastner, fue acusado por un descendiente de sobrevivientes del Holocausto de haber colaborado con los nazis en Hungría y de haber mantenido estrechas relaciones con Adolf Eichmann, uno de los “arquitectos” del exterminio de los judíos que sería juzgado un tiempo después en Jerusalén. El juez del caso declaró en el juicio por supuesta difamación que Kastner había "vendido su alma al diablo, pero finalmente quedó en libertad sin cargos y absuelto de toda culpa, aunque quedó claro que había sido un fiel colaborador de los nazis en Hungría e incluso había testificado a favor de un criminal nazi después de la guerra. En 1957, otro sobreviviente del Holocausto, Zeev Eckstein, tiroteó a Kastner, que moriría unos días después a causa de las heridas sufridas en un hospital.
Ahora un escritor italiano, Sergio Luzzatto, resucita esos fantasmas que acechaban en vida a Levi en un libro titulado Primo Levi e i suoi compagni (Primo Levi y sus compañeros, editorial Donzelli) y reflexiona sobre la vida del autor italiano nacido en Turín. Luzzatto escribe este libro, entre la historia y la literatura, como dice el subtítulo del mismo, para disecar el pensamiento de Levi y las ideas subyacentes en su obra, que son todo un compendio de la verdadera dimensión moral, ética y humana que significó el Holocausto, aunque en torno al mismo en esta obra planean más las sombras que las luces. Esas sombras son de algunos que tuvieron un comportamiento más ignominioso que desde luego heroico en ese tiempo terrible y brutal.
El 11 de abril de 1987, Primo Levi se suicidó arrojándose por el hueco de la escalera de su casa, aunque su muerte sigue siendo motivo de controversia al día de hoy y algunos amigos suyos aseguraron que no se trató de un suicidio porque se mantenía lúcido y alegre hasta el final de sus días. En cualquier caso, descanse en paz el gran Primo Levi. Nos quedamos para siempre con sus palabras y dejamos en una nota a pie de página la razón de su deceso, que no cuestiona ni su obra ni su legado, ya parte de una eternidad compartida en nuestra memoria colectiva por sus huellas imborrables.