En el mundo del arte, el reconocimiento a veces llega con décadas de retraso. Tal es el caso de Rosario de Velasco, una pintora española que alcanzó gran notoriedad en la primera mitad del siglo XX, pero cuyo nombre se desvaneció con el tiempo. Ahora, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Valencia, se ha embarcado en una ambiciosa misión para devolver a Velasco al lugar que le corresponde en la historia del arte.
La exposición, que estará abierta al público en Madrid desde el 18 de junio hasta el 15 de septiembre de 2024, y luego se trasladará a Valencia del 7 de noviembre de 2024 al 16 de febrero de 2025, presenta una selección de casi setenta obras que abarcan desde los años 20 hasta los 40. Esta muestra no solo destaca sus trabajos más célebres, como el icónico "Adán y Eva" (1932) y "La matanza de los inocentes" (1936), sino también piezas menos conocidas que han sido recuperadas recientemente.
Un comienzo prometedor
Rosario de Velasco nació en una familia de clase alta y conservadora en Madrid. Desde joven, mostró un gran interés por el arte. A los 15 años, comenzó a estudiar con Fernando Álvarez de Sotomayor, un pintor referente del academicismo en España. Bajo su tutela, Velasco desarrolló una técnica depurada que se reflejó en sus primeras obras, como su Autorretrato de 1924. Este retrato no solo destaca por su calidad técnica, sino también porque marca el inicio de su identidad artística, firmada con su monograma, que se convertiría en un símbolo reconocible de su obra.
Su formación bajo su tutela le proporcionó una sólida base técnica, que se hizo evidente en su temprana obra. Su "Autorretrato" (1924) y sus primeras exposiciones destacaron por su calidad y originalidad, atrayendo la atención de críticos y coleccionistas.
Durante los años 30, Velasco gozó de un éxito notable. En 1932, su pintura "Adán y Eva" le valió la segunda medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes, un reconocimiento significativo en un momento en que las mujeres artistas enfrentaban numerosas barreras. Su estilo, que combinaba elementos del Renacimiento con influencias modernas, encarnaba el movimiento de "retorno al orden" que buscaba reconciliar la tradición con la innovación.
Un ascenso rápido en el mundo del arte
La carrera de Velasco despegó rápidamente. En 1932, su pintura “Adán y Eva” le valió la segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, un reconocimiento significativo en una época en la que pocas mujeres lograban semejante distinción. La obra, que se caracteriza por su perspectiva innovadora, demuestra su habilidad para combinar la figuración clásica con un enfoque moderno. Durante estos años, Velasco también participó en exposiciones internacionales en París y en la Bienal de Venecia, consolidando su posición como una artista de renombre.
El Giro de la Guerra Civil
El estallido de la Guerra Civil Española en 1936 tuvo un impacto devastador en la vida y carrera de Velasco. Con sus convicciones políticas a menudo en desacuerdo con el régimen en ascenso, se vio obligada a abandonar Madrid.
En Madrid se rodeará de importantes intelectuales y artistas como Delhy Tejero, Concha Espina, Consuelo Berges, Carmen Conde, José Gutiérrez Solana, Alfonso Ponce de León o Matilde Marquina. Probablemente a través de estos últimos, se acercó a la Falange desde su profunda religiosidad y formará parte de ella, siendo una de las primeras militantes en 1933, pues se declaraba ferviente seguidora de José Antonio Primo de Rivera.
Más adelante se afiliará, asimismo, a la Sección Femenina de su amiga Pilar Primo de Rivera. Durante la Guerra Civil fue apresada y liberada por su futuro marido, el médico catalán Xavier Farrerons. Esta experiencia los convence para trasladarse primero a Las Machorras, un pueblo de Burgos, y más tarde a San Sebastián, donde colaborará con la revista falangista Vértice y nacerá su hija.
Tras la guerra, Velasco estableció su vida en Barcelona, donde presentó su primera exposición individual en 1940. Aunque la situación política y social limitó su visibilidad, continuó creando y exponiendo su obra. En 1944, fue seleccionada para el II Salón de los Once, un evento importante organizado por la Academia Breve de Crítica de Arte. Durante estos años, sus amistades incluyeron a intelectuales como Eugenio d'Ors y Dionisio Ridruejo, quienes apreciaban su arte y valoraban su contribución a la cultura.
A pesar de su éxito inicial, Velasco enfrentó varios desafíos a lo largo de su vida. La dictadura de Franco y las restricciones posteriores a la Guerra Civil influyeron en su carrera, llevando a una disminución en el reconocimiento de su trabajo. Su estilo, que evolucionó hacia una figuración más abstracta y menos convencional, no siempre se alineó con las tendencias predominantes de la época. Además, su decisión de no tener un marchante que manejara su obra y su creciente desilusión con el régimen político contribuyeron a su declive en la esfera pública.
Reconocimiento Tardío
La historia de Velasco se mantuvo en gran parte ignorada durante décadas, hasta que su sobrina nieta, Toya Viudes, inició un esfuerzo por recuperar y redescubrir su legado. En un momento de reveladora coincidencia, Viudes se encontró con el gestor cultural Miguel Lusarreta, quien ayudó a montar una retrospectiva de la artista. A través de una campaña en redes sociales y medios de comunicación, se lograron localizar cerca de 400 piezas que habían estado en paradero desconocido.
La obra de Velasco se enmarca en el movimiento de “retorno al orden” en España, una corriente artística que buscaba un equilibrio entre la tradición y la modernidad. Influenciada por el Renacimiento italiano y la vanguardia europea, su trabajo muestra una síntesis única de estos estilos. Obras como “La matanza de los inocentes” (1936) y “Carnaval” (antes de 1936) evidencian su habilidad para combinar elementos tradicionales con innovaciones estilísticas.
La exposición en el Thyssen-Bornemisza ofrece una oportunidad para apreciar la riqueza de la obra de Velasco, desde sus pinturas más conocidas hasta las recién descubiertas. Su labor como ilustradora también está representada, destacando sus contribuciones a libros como “Cuentos para soñar” de María Teresa León y “Cuentos a mis nietos” de Carmen Karr.
Rosario de Velasco, a pesar de los obstáculos y el olvido que ha sufrido, sigue siendo una figura central en la historia del arte español. La exposición actual es un testimonio de su talento y una llamada de atención sobre la importancia de recordar y valorar a las mujeres artistas que, como Velasco, han dejado una huella indeleble en la cultura y el arte.