Una sala pequeña, como la 4 de los Luchana, no es incompatible para que en ella se interprete una pieza teatral grande, como lo es Música de fiambrería. Un policial verde.Una sola actriz sobre el escenario no siempre implica un monólogo. Contar un sucedido no siempre requiere una narración lineal. Una acción trágica puede verse con ciertos aspectos cómicos, incluso se puede explorar en su universo contextual desde una perspectiva poética. Contar no siempre es decir lo que pasa siguiendo un hilo de tiempo. Interpretar varios personajes va mucho más allá de cambiar de zapatos o ponerse una peluca. La uruguaya Lucía Trentini hace de todo en esta obra que ella misma escribió, que ella misma interpreta ¡soberbiamente!, obra que fue galardonada en su país de origen con el prestigioso Premio Nacional de Teatro Florencio Sánchez de Uruguay.
Música de fiambreríaes mucho más quetres personajes interpretados por una única actriz, mucho más que tres historias entrelazadas para contar un crimen nacido de la violencia machista, de la desesperación, del desamor y de la soledad existencial en la que suele quedar una persona maltratada.
Poco importa que Alicia Rafaela sea una mujer sencilla, venida del campo, que harta de tolerar la desconsideración, el abuso y la violencia con que la trata su esposo llegue al límite y se vea abocada a un acto traumático. Las circunstancias están ahí, son crudas, pero nosotros lo que seguimos viendo es la inocencia.
En el contexto aparece el contraste del personaje de la locutora de radio. La realidad es caleidoscópica y se ve de muchas maneras dependiendo de la perspectiva. Es una de esas voces de la noche, que sobrenadan la abyecta realidad, que dan la palabra al oyente para que reviente sus emociones. Y a veces naufragan con su palabrería, con sus retratos en discursos de una realidad ausente, de una persona que está al otro lado de las ondas, con un yo que quiere imponerse desde lo superficial del sentir. Sí, esto es absurdo y tragicómico, pero es lo que hay y en esta obra es piedra angular para ir comprendiendo el todo. Y por supuesto está la clase privilegiada de la sociedad.
Claro que podemos coincidir con la propia autora y actriz en que esta Música de fiambrería evidencia que en la trama hay un crimen que roza la tragicomedia y tiene un punto cómico. Y no hay que desdeñar que este texto responde a una geografía nocturna de Montevideo, cuyo paisaje recoge en el texto como quien mira el escaparate de una charcutería y apenas distingue las mezclas del jamón ibérico y la mortadela; ahí está los barrios altos con sus fiestas de mucha clase y las pensiones poco acogedoras y está el mundo estrafalario del espacio radiofónico, con su poesía antipoética, que une las piezas del puzle.
Y en el centro, siento el todo, está Lucía Trentini metamorfoseándose sin solución de continuidad en alta dama con todas sus poses, mujer de campo llevada a la mísera pensión de la ciudad, que tuvo un novio con el que iba en moto y nunca desterró de su recuerdo, y en locutora a lo Elena Francis, en uno de esos programas que pretenden ejercer una función terapéutica y psicoanalítica. Ella solita, con su voz y con su canto, más que con los aditamentos de vestuario, va saliendo y entrando en los tres personajes que van y vienen como mariposas o moscardones en un jardín. Tan pronto es Alma, mujer de tacón alto, traje ajustado, copa y fiesta, con una relación que no marcha bien, que encarna lo más superficial del universo humano, como es Alicia Rafaela, la inocente chica casada contra su voluntad con quien ella no quiso y que añora al novio que se fue vete tú a saber dónde…; y entre las dos, la locutora que buitrea queriendo que la gente se desnude y descargue su emotividad en las ondas. La Trentini está soberbia en su interpretación, es camaleónica y versátil y realiza un trabajo brillante, en el que no cuenta una historia, ni tres historias, sino que pone tras su sonrisa la realidad de las personas que fracasan en las relaciones amorosas y terminan siendo el trasunto de la soledad.
El espectáculo, tierno a veces y duro e implacable otras, mantiene la atención y una equilibrada tensión de principio a final.
El director Diego Arbelo y la autora y actriz han conseguido una eficaz dramaturgia para un tema de fondo duro y con muchas ramificaciones. Como elemento singular hay que señalar la presencia de la música y las canciones en las que también billa la intérprete, no en vano fue cantante en su propia banda hace ya algunos años.
Con una evidente escasez de recursos escenográficos, pero muy bien seleccionados, con un micrófono o un simple cambio de zapatos o de una peluca y una chupa, se transforma el universo del discurso y la acción transcurre con la aparente normalidad de la vida.
Es mucho el teatro que ofrece Madrid, muy bueno y variopinto. Esta Música de fiambrería es algo más que un número en esa suma, es un espectáculo para no perdérselo por su contenido y, sobre todo, para gozar con la excelencia equilibrada de una actriz como la copa de un pino.