Desde el Festival de Venecia, un grito colectivo de cineastas y actores exige responsabilidad política y compromiso ético frente a la barbarie: el cine no puede ser escaparate de brillo mientras la muerte avanza impune sobre un pueblo entero.
El arte no es neutral cuando se convive con la masacre
Los festivales de cine han sido durante demasiado tiempo territorios seguros para la evasión, vitrinas de glamour cuidadosamente protegidas del ruido de la historia. Pero esta vez, Gaza ha irrumpido en la alfombra roja. La carta firmada por centenares de voces del cine italiano e internacional —de Marco Bellocchio a Abel Ferrara, de Alice Rohrwacher a Toni Servillo— interpela directamente al Festival de Venecia y a la Bienal: el arte no puede seguir escenificando neutralidad mientras se perpetra un genocidio en directo.
Desde hace casi un año, el horror es innegable. Miles de víctimas civiles, hospitales arrasados, niños enterrados bajo escombros, periodistas asesinados y desplazamientos forzados masivos que evocan lo peor del siglo XX. Sin embargo, buena parte del mundo cultural europeo ha optado por el silencio. Un silencio que no es prudente, sino cómplice.
Los firmantes no solo exigen una condena clara e inequívoca de Israel y su aparato bélico. Reclaman también espacio para las narrativas palestinas, visibilidad para un pueblo que no solo está siendo exterminado, sino silenciado. ¿De qué sirve el cine si no puede contar la verdad? ¿De qué sirve la cultura si no se enfrenta al poder que mata?
Occidente no quiere mirar: ni a Gaza, ni al espejo
Detrás del llamado de Venice4Palestine hay algo más que solidaridad: hay una ruptura. Una fractura entre la cultura que sirve de escudo a los poderosos y la que decide ponerse al lado de las víctimas. La respuesta tibia de la Bienal, apelando al “debate abierto”, suena a lo de siempre: palabras vacías mientras se siguen firmando contratos con instituciones israelíes, patrocinadores o gobiernos que sostienen el apartheid.
La misiva recuerda que la neutralidad no es una opción ética cuando se trata de crímenes contra la humanidad. El cine, como toda expresión artística, o es herramienta de transformación o es puro ornamento. La política de exterminio de Netanyahu no necesita más aliados: ya tiene el silencio institucional, el blindaje diplomático y el apoyo militar de Estados Unidos. Lo que ahora busca es indiferencia cultural. Que los festivales callen. Que las cámaras miren hacia otro lado.
Pero Gaza resiste, y la conciencia también. Y en esa resistencia, el cine puede —y debe— tener un papel. Porque en una época de manipulación masiva, de relatos fabricados desde los despachos del poder, la verdad es también una forma de lucha.