Mi buen amigo el viñetista y escritor Joan Montañés Xipell (Castelló de la Plana, 1965) acaba de publicar novela, El viaje circular. Es la historia de un geógrafo francés, Jean-Claude Chigot, que recorre los cinco continentes con la misión de localizar el centro del mundo por encargo del entonces presidente de la República, François Mitterrand. Se trata, pues, de un grand tour al más puro estilo decimonónico ambientado en aquellos trabajos culturales que el país de la liberté, la egalité y la fraternité organizó para conmemorar el Bicentenario de la Revolución de 1789. Dicho así, podría parecer el argumento propio de un escritor del establishment y la alta cultura, de un erudito rodeado de polvorientos tochos encuadernados en cuero o piel de vacuno que ya nadie lee. Nada más lejos.
En El viaje circular (Grupo Anaya), el lector se encontrará con todo el conocimiento histórico de un narrador culto, pero, sobre todo y mayormente, con el mordaz ingenio del viñetista que se ha ganado el pan en periódicos durante toda una vida y que sabe sacarle el jugo del humor a una historia. Estamos ante una novela mendoziana en el sentido más riguroso del término, el homenaje paródico de un admirador de la Ilustración, de un fiel seguidor de aquel novelón burgués del diecinueve, género a caballo entre el libro de viajes, la aventura y la disertación científica, política, moral y filosófica. Literatura que, por desgracia, ya no se hace, de ahí el interés de la obra que nos ocupa.
Nos encontramos en medio de una encrucijada histórica tan inquietante como convulsa: la era de la posverdad y del bulo institucionalizado. No sabemos hacia dónde nos dirigimos ni qué será de nosotros. Los valores morales han saltado por los aires, los derechos humanos han quedado como un vestigio del pasado y la mentira se instala en todas partes como gran filosofía de una sociedad decadente que hace aguas. La reciente elección de Donald Trump, un delincuente con treinta causas pendientes, es el ejemplo perfecto del fenómeno funesto al que nos enfrentamos, el triunfo de una posmodernidad que arrasa con todo lo bueno que habíamos construido: la cultura, el arte, el conocimiento científico, la democracia misma. Nadie cree en nada; todo es puro individualismo, supremacismo ácrata y ande yo caliente. El retorno al medievo hacia el que nos dirigimos promete acabar con la raison; el fanatismo conspiracionista se impone a la cordura; el sofista al sabio, el charlatán al sensato.
En ese escenario distópico y preapocalíptico, la novela de Xipell se lee con gusto, y no solo por lo que tiene de nostalgia de un tiempo pasado que, esta vez y sin que sirva de precedente, sí fue mejor, sino porque trata de recuperar el legado de la alta literatura, de la prosa filosófica volteriana teñida de ingenio e ironía. Cuando el lector se sumerge en este viaje circular, que en realidad es un viaje a ninguna parte (como en la película de Fernán Gómez), pero también un viaje al interior de lo mejor del ser humano, estamos reviviendo el Siglo de las Luces en una época de siniestras oscuridades. Al ilustrado, al hombre de antes, al que reniega de esta fatua posmodernidad con sus frivolidades, estupideces y odio en redes sociales, ya solo le queda refugiarse en un libro, último oasis de la razón y la verdad, para dejar atrás la estulticia generalizada, el ruido y la furia.
El extraordinario viaje de Chigot que, cómo no, recuerda en buena medida a aquella novela de nuestra infancia, Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, tiene mucho de quijotesco intento por ordenar un mundo irremediablemente caótico. Como muestra ese momento en que el explorador protagonista traba amistad con Virginio Bonet, un tabernero local ya octogenario experto en “mundología”. Cómo no encontrar parecido entre ambos personajes de Xipell con el dúo de locos más universal: el idealista hidalgo manchego y su fiel Sancho Panza, el escudero que anticipó la figura del cuñado de nuestro tiempo.
Dice el narrador, no sin retranca, que con este relato ha intentado “hallar el centro del mundo”, o sea, lo que da orden, armonía y lógica a un cosmos tan impenetrable y misterioso como enloquecido y aterrador para la mente de los pobres mortales. Eso es precisamente lo que un racionalista cartesiano, tal como él mismo se define, ha estado haciendo durante décadas en sus tiras cómicas periodísticas: encontrar el punto medio de equilibrio (la verdad aristotélica) de cada cosa. “No cabe duda de que dibujar una viñeta diaria en la prensa desde el año 92 ha sido como realizar ejercicios de gimnasia sueca cada mañana. Es algo que te da músculo, en el caso de que el cerebro fuera un músculo”, asegura. Y en cierta ocasión, cuando hacíamos escapismo de la cruda realidad y de los sinsabores del periódico en el que trabajábamos para apoyarnos en la barra del bar y hablar de la ficción, me llegó a confesar, haciendo chanza y broma de él mismo como los grandes humoristas, que es “un escritor dominguero”. Pues nunca hubo unos domingos mejor aprovechados, compañero.
Xipell, el mejor cronista de Castellón, lleva un francés dentro de sí (todo francés es un enciclopedista, aunque no lo sepa o no quiera reconocerlo, tal fue la influencia de la Revolución), pero lejos de caer en el vicio de tantos escritores noveles y veteranos de querer darnos la brasa o chapa con todo lo que sabe, él utiliza el conocimiento adquirido para el mejor de los fines: hacer sonreír al lector. “Pienso que el humor no es de una u otra nacionalidad; el humor es un mecanismo extraño que funciona o no funciona”.
Esta novela nos planteará las grandes preguntas de siempre, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, dónde está el centro del mundo, aunque seguramente no nos resuelva demasiadas dudas. Eso sí, nos hará pasar un buen rato literario, que no es poco en estos tiempos que corren marcados por la literatura al peso industrializada, de producción en serie, fría, impersonal y falta de originalidad. Así que misión cumplida, querido Xipi.