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De lo efímero como valor

22 de Febrero de 2017
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Es la Naturaleza, tan pródiga en dádivas y gracias una vez más, capaz de erigirse en fuente de la mayoría de herramientas con las cuales el Hombre, a menudo perdido aunque no por ello menos incapaz de entender su verdadera posición dentro del loable estado de las cosas; bien podría erigir en forma a la cual dedicar su vida, aunque para ello resultara inexorable la firma de un compromiso cuya primera prescripción pasase por librarse no tanto del ego, como sí más bien de esa pesada interpretación que de tal hacemos, en forma de orgullo.Es así que, a menudo, gran parte no ya de las energías que sí más bien del proceso destinado a comprender el mundo, son consumidas en el logro y desempeño de la comprensión de hechos y procederes los cuales, si nos detenemos unos instantes en su análisis, pronto se revelarán como parte no de la estructura primaria a cuyo conocimiento, en un primer instante, ofrecíamos nuestro esfuerzo sino que en realidad forman parte de un entramado que a modo de armazón ha sido construido por nosotros mismos en un intento de desarrollar una estructura auxiliar desde la cual llevar a cabo una aproximación al ente primario. Aproximación ésta que en muchas ocasiones resulta baldía o en el peor de los casos se abandona precisamente por acumular demasiados esfuerzos, cuando no frustraciones, la mera comprensión de los entes por nosotros diligenciados los cuales, insisto, fueron en principio erigidos como entes contingentes es decir, como herramientas.Es entonces cuando la perversión del ego, en la peor de sus interpretaciones, el orgullo, crea ante nosotros una barrera que a modo de ente opaco nos impide ver la configuración de una realidad que lejos de solventarse, no hace sino complicarse toda vez que la vana acumulación de entes, lejos de aportar luz, no hace sino hacer crecer un entramado artificiosamente alimentado siempre en pos de lograr la malvada intención de intoxicar en la medida de distraer la voluntad alejando el foco de interés que pasa así a centrarse en la comprensión de elementos otrora inútiles, o en cualquier caso ajenos a lo que en un primer momento se erigió en objeto del estudio principal.Llegados a ese momento o lo que es más, reconociendo en el momento actual, uno de esos momentos; adquiere pleno sentido el procedimiento que como referíamos líneas arriba convierte a la Naturaleza en guía acorde para comprender si no el estado, si el orden por medio del cual conviene aproximarse en aras de entender el denominado estado de las cosas. Nos regala entonces la Naturaleza el ejemplo del efímero. Se trata de un pequeño insecto de la familia de la epheroptera el cual rinde tributo a la Vida por medio de un curioso proceso que se traduce en que si bien en su etapa de ninfa puede pasar varios años desactivado, una vez alcanzado su periodo adulto reduce todo su periplo vital al inexorable tránsito de un solo día.Efectivamente, como ser vivo, ha de llevar a cabo todo su ciclo vital en un solo día. Asumiendo pues como un segundo nacimiento el que se produce cuando por metamorfosis pasa de estado larva a estado adulto; bien podríamos decir que logradas las salvedades que resulten de aplicación, el animalito está en la obligación de desarrollar todo su quehacer vital en un solo día.No hace falta convertirse en efímero, ni siquiera empatizar con el mismo, para siquiera intuir que de intensa puede considerarse sin duda semejante vida. Es la intensidad la relación que existe o siquiera se establece y afecta a la capacidad que un ente tiene para desarrollar las funciones que le son propias, y el tiempo que necesita para ello. De esta manera, aunque en principio una determinada actividad pueda parecernos sencilla, cuando no intrascendente; el hecho de incluir la temible variable tiempo en el desarrollo de los acontecimientos nos lleva sin duda a dibujar un nuevo escenario en el que incluso el padecimiento propio de errores otrora incomprensibles de haber gozado del tiempo lógico para el desarrollo del fin, acaban por mostrarse casi como lógicos una vez hemos constatado el efecto del tiempo como parte indisoluble de un proceder.Estudios asentados en la experiencia han venido a demostrar que la relación entre velocidad metabólica (velocidad vital en última instancia), está directamente vinculada al tamaño o si se prefiere a la masa de los entes referidos. Para entendernos: cuanto mayor es el tamaño y por ende la masa de un ente, más lenta es la velocidad a la que se produce su envejecimiento celular. Suponiendo, claro está, que no procedamos a una aceleración artificial del mismo.De hecho, como de absurdo cabría citarse el proceder por el cual el estudio científico se mostrara pródigo en acelerar el envejecimiento. No en vano lo aparentemente natural parece discurrir por los cánones contrarios, los que abogan por tomarse las cosas con más tranquilidad, de manera más pausada. En definitiva, dar al estudio de cada cosa, el tiempo que parezca preceptivo a la par que necesario.Dicho lo cual, y a título no de conclusión, cuando sí de corolario; lo natural parece discurrir por el camino de la tranquilidad.Pero entonces, si la Política es por excelencia uno de los medios destinados a desarrollar lo natural del Hombre. ¿A qué viene pensar que acelerando lo que otrora fuera el natural proceder de las cosas vamos hoy a poder garantizar no ya la obtención de una solución mejor, sino tan solo diferente, a lo que hasta hoy mismo eran graves problemas?Toda conducta efímera priva, ateniéndonos a principios estrictamente objetivos, de la capacidad para sondear con la suficiente profundidad la gravedad de asuntos capitales que sin duda están actualmente llamados a conformar la realidad del día a día. En consecuencia, considerar tan solo que la variable intensidad mejora en algo por sí sola el resultado de las cosas, no hace sino poner de manifiesto el grado de fatuidad desde el que operan los que bien podríamos definir como dirigentes del modelo efímero.En resumidas cuentas, no confundamos la velocidad con el tocino. 
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