Dos formas de afrontar la corrupción: Sánchez cesa a Ábalos, Feijóo protege a Ayuso

13 de Marzo de 2024
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Cuando Feijóo veía tambalearse a Sánchez a cuenta del caso Koldo, del turbio asunto de Air Europa y de la corrupción socialista, como si esta fuese la España del felipismo decadente de los años noventa, va y estalla el escándalo del novio de Ayuso, presuntamente enfangado en cuestiones con el fisco y en el bochornoso negocio de las mascarillas en lo peor de la pandemia. Al presidente del Partido Popular no le sale una a derechas, nunca mejor dicho. Cada vez que acaricia la Moncloa con las yemas de los dedos, el espejismo se desvanece ante sus ojos. Cada vez que se ve presidente del Gobierno, se le aparecen los fantasmas del pasado, el narco Dorado pilotando su flamante yate por las rías gallegas, las ranas de Aguirre, la corrupción organizada y sistémica, en fin, de la que no puede librarse el principal partido conservador español.

Para ejercer de gran adalid contra la corrupción, para ir de héroe limpio de polvo y paja, no solo hay que serlo sino parecerlo. Y Feijóo ni lo es ni lo parece. De ahí que no ofrezca ninguna credibilidad cuando se sube a la tribuna de oradores de las Cortes para denunciar las corruptelas del adversario político. La sesión de control al Gobierno de hoy en el Congreso iba a ser un paseíllo triunfal del dirigente popular. Feijóo lo tenía todo preparado, medido y hablado con sus asesores tras una semana infernal para el PSOE, en la que el caso Koldo ha seguido dando titulares letales para el Ejecutivo de coalición. A priori, era una faena de aliño fácil, un coser y cantar. Se trataba de entrar en la plaza, darle el descabello al morlaco socialista moribundo y sacarlo del coso arrastrado por las mulillas. Al fin, Feijóo podría levantar las dos orejas y el rabo sanchista mirando extasiado al tendido. Pero ni por esas. Una vez más, el tiro le ha salido por la culata, demostrándose que a este hombre le falta la baraka, la suerte que le sobra a Sánchez.

Ayer, justo en vísperas de la trascendental sesión de control, estallaba el affaire del maromo de Ayuso. Inspecciones fiscales, fraude a la Hacienda pública, dinero negro, comisiones, un lodazal del que la presidenta de Madrid no va a salir incólume, ya que tiene que explicar muchas cosas, entre otras por qué el principal cliente de la pareja de la lideresa castiza es Quirón, gran beneficiario de la privatización sanitaria del Partido Popular. Sin duda, algo huele mal en Dinamarca, aunque mucho nos tememos que esta corrupción será convenientemente tapada, como ya se tapó el chanchullo del hermanísimo, también salpicado por el pelotazo de las mascarillas. Está visto que Ayuso goza de inmunidad, de bula papal, y salvo que mate a alguien, ningún juez va a frenarla en su imparable carrerón hacia la Moncloa tras el pertinente puenteo al jefe. Eso está más que claro.

La noticia del escándalo de la parejita cayó como un jarro de agua fría en Génova, donde saltaron todas las alarmas. La propia Ayuso dio serias muestras de preocupación o tembleque en su comparecencia pública ante la prensa, donde se la vio algo lívida, inusualmente comedida, timorata y mansa, sin ese brío y descaro con el que suele soltar sus burradas trumpistas contra el sanchismo. Algo iba mal. Los teléfonos empezaron a sonar. El caso del novio no era peccata minuta precisamente. Ella, que había dado órdenes de abrir la espita para que saliera a raudales toda la mugre del PSOE con el caso Koldo, recibía el golpe por efecto bumerán. La estrategia de los populares consistente en arrinconar a Sánchez a cuenta de la corrupción de las mascarillas se volvía contra ellos, acabando en puro desastre.

Y en medio de ese escenario incómodo, ha tenido que dar la cara Feijóo en la sesión de control al Gobierno. Una intervención que en teoría tenía que ser victoriosa, histórica y gloriosa para la derechona, se ha terminado convirtiendo en una encerrona infernal. Un papelón del dirigente gallego. Tras tomar la palabra para exigir a Sánchez que dé explicaciones por el caso Koldo y advertir al premier de que “cuanto más encienda el ventilador, más acredita su desesperación”, a Feijóo le ha caído un chorreo que se veía venir. Bien es cierto que Sánchez llegaba con los deberes hechos en el caso Koldo: está colaborando plenamente con la Justicia, ha pedido comisiones parlamentarias de investigación, ha enviado a Ábalos al gallinero del Grupo Mixto y ha cortado cabezas, de forma fulminante, en el Ministerio de Transportes.

Así que, aferrándose al balón de oxígeno que le proporcionan las escandalosas últimas noticias sobre el compañero de Ayuso, y fiel a la estrategia de que la mejor defensa es un buen ataque, Sánchez entró con toda la artillería cargada. Y no ahorró en arsenal ni tuvo piedad el inquilino de Moncloa. Exigió a su interlocutor, hasta en cinco ocasiones, el cese de Ayuso, y de paso le recordó que alguien que se sube al barco de un narcotraficante no está para dar lecciones de moralidad a nadie. Curiosamente, y pese a que el líder socialista entraba en el hemiciclo como el gran villano de la jornada, ha terminado convirtiéndose en un Cicerón con más razón que un santo con sus Catilinarias. Ya lo hemos dicho aquí otras veces: el problema del PP no es Sánchez; el problema es que tiene al frente a un dirigente político lastrado por un pasado demasiado terrible que sigue siendo tolerante con las corruptelas del partido. Oír hablar de corrupción a Feijóo es como escuchar a Putin dando lecciones sobre paz y amor entre las naciones y las gentes de buena voluntad. Nadie le cree. Y por mucho que la táctica del ventilador sea una burda maniobra del presidente del Gobierno que solo contribuye a llevar más crispación y tensión a la vida pública de este país, nadie podrá decir que lo que ha dicho sea falso. “Sean ustedes coherentes con lo que predican; exija la dimisión de la señora Ayuso, aunque eso le cueste el puesto como al señor Casado”, le ha aconsejado Sánchez al jefe de la oposición. No hay más preguntas señorías.

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