Hay guerra entre familias en el alto empresariado de este país. Concretamente entre Antonio Garamendi, patrono de patronos en la CEOE, y Gerardo Cuerva, actual líder de Cepyme, el organismo que defiende los intereses de las pequeñas y medianas empresas. Resulta que Garamendi se ha cansado del protagonismo de su adversario, ha dado un golpe en la mesa y ha decidido colocar en ese puesto a una mujer de su plena confianza, Ángela de Miguel. Y Cuerva, como es lógico, se resiste a morir (profesionalmente). Tal es el enconamiento entre ambos prebostes que la cosa ha llegado a la descalificación personal, Cuerva ha acusado a Garamendi de arremeter contra él con presiones inadmisibles y este ha acusado a su opositor de ir llorando por las esquinas, “como Calimero”.
Para todo aquel que no sepa quién era Calimero (jóvenes milenials, desinformados y gente sin infancia), se trata de un dibujo animado de los años setenta creado por el dibujante italiano Carlo Peroni (Perogatt) sobre un simpático pero desgraciado polluelo antropomorfo. Un pichón con medio cascarón de huevo por sombrero, plumaje oscuro y rostro algo tristón y desamparado que andaba por el mundo gimoteando porque nadie le quería por ser pequeño y negro. O sea, una pena de personaje que despertaba la ternura del espectador cuando decía aquello de “¡No es justo!”, “¡Esto es una injusticia!” o “¡Es que los mayores no me entienden!”. A pesar de los muchos años que han pasado desde su emisión en TVE, todavía se utiliza el nombre de Calimero para definir a toda persona melancólica, insegura, tímida, infantil o ingenua que se siente marginada por los demás con o sin motivo real. De ahí la mala baba del presidente de la CEOE al describir o caricaturizar a su rival como un novato palomino caído del nido.
Cuando Garamendi llama Calimero a Cuerva, despectivamente, lo que en realidad está diciendo es que no solo es un llorón por acusarle de presiones políticas para apartarlo del camino de la victoria electoral, sino que además es un ser insignificante (no en vano representa a las pequeñas empresas de este país frente a los buques transatlánticos del Íbex 35) y además negro (es decir, de plumón raro, extraño, distinto a lo que suele verse en la clase directiva empresarial de este país).
Estamos por tanto ante una metáfora fantástica: el gran tiburón de las finanzas que ningunea al pichón empeñado en abrirse paso a codazos en el proceloso mundo de los negocios; el pez grande que se come al chico (en este caso el gallo grande del corral que se impone al aspirante o joven pollastre salido de la cáscara); el Goliat sin piedad de los mercados frente al David con aspiraciones de poder.
Nostálgicas historias de la televisión al margen, lo que hay aquí es una lucha fratricida y sin cuartel entre las familias de las élites. Cuerva es el candidato preferido de Isabel Díaz Ayuso, que en los últimos tiempos mira a Garamendi con desconfianza, como un tipo demasiado condescendiente con el Gobierno de Sánchez. Un maricomplejines de las finanzas con el que no se puede terminar de completar la gran revolución ultra o “guerra cultural” trazada por el trumpismo, que nosotros preferimos llamar fascismo posmoderno. Ayuso trata de presentarse como el hada madrina de Cuerva en su camino a la reelección y ha reclamado que las empresas españolas salgan de su “zona de confort” y abandonen el “silencio y el conformismo” con el sanchismo. “Gerardo ha destacado por su defensa real y valiente de la pyme española. Le reconozco que no son tiempos fáciles. Más bien hoy una manta de silencio, conformidad o conformismo está carcomiendo nuestras instituciones y empresas”, dijo la lideresa sin despeinarse.
La parrafadita de IDA fue todo un misil en la línea de flotación del garamendismo, cuyo fundador siempre ha tratado de aparecer como un moderado ante la opinión pública, aunque de templado tenga más bien poco. Basta con escuchar sus opiniones políticas sobre la reducción de la jornada laboral, la subida del salario mínimo interprofesional y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores para entender que estamos ante un neoliberal convencido y a calzón quitado, por mucho que él crea que tras ese aspecto de catedrático de Deusto da el pego. Ayer mismo, sin ir más lejos, el capo de la CEOE acusó a Yolanda Díaz de practicar un “monólogo” en lugar de un “diálogo” en el asunto de la reducción de la jornada laboral, una nueva conquista de los trabajadores de este país de la que se beneficiarán las generaciones venideras.
Por seguir con el símil de Calimero, Garamendi y Cuerva son dos gallos de diferentes pesos y calibres disputándose el corral de la CEOE. Sin embargo, entre ellos dos no hay demasiada diferencia. Asistimos pues, más que a una batalla ideológica, a una pugna por el poder pura y dura (el dinero es como una férrea religión, no hay corrientes internas ni variantes en principios y valores). Los que ya peinamos canas recordamos cuando nos sentábamos frente al televisor para asistir a las desgraciadas aventuras y desventuras del pobre Calimero quien, dicho sea de paso, no era negro, solo estaba sucio y abandonado porque nadie le quería. Como nota curiosa, los autores del cómic quisieron exportar el dibujo animado a los Estados Unidos, pero no fue posible, ya que un personaje rechazado por ser negro era políticamente incorrecto para la época y hubiese dañado muchas sensibilidades. Hoy, la serie sería un exitazo de audiencia, ya que 74 millones de norteamericanos trumpizados y ultras gozarían y babearían como niños de teta con las injusticias, explotaciones y tropelías cometidas contra el pollito negro. Cómo ha cambiado el cuento.