22 de Junio de 2017
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mama

Elena compra productos congelados porque no sabe freír croquetas, ni cocinar nada comestible, ni tiene vocación innata de madre, aunque ame a su hijo por encima de todas las cosas. Eleonora decidió trabajar por su cuenta con el objetivo de poder estar más presente y vivir de cerca la educación de Penélope y Teresa.Anne, separada, ve a su único hijo una semana sí y otra no. Patricia se inseminó en solitario hasta conseguir traer al mundo a una hija de bucles dorados que la lleva por la calle de la alegría y de los sinsabores. Ana tuvo la suerte de poder dejar de trabajar para no perderse ni un minuto de la vida de Ana. Marina tardó siete años en conseguir adoptar una niña nigeriana, hasta que lo consiguió; ahora lleva tres esperando a que nazca un niño en Vietnam, que parece no llegar nunca. Celia, junto a su compañero, tardó años en conseguir ser madre hasta que, unos pinchazos más tarde y dos partos, le regalaron tres hijos que la han llenado de ojeras y una multitud de horas de sueño por consumir. Lola fue madre por sorpresa con 42, después de veinte años intentándolo. A Milena se le murió un hijo en el vientre, y con él sueña cada noche. Tere, que se crió sin madre, dio a luz a tres hijos a los que crió con una fuerza insuperable. Sandra se llevó un susto porque aquello que le habían contado no era tan maravilloso, pero su entrega es absoluta. Marta dio a luz a ocho hijos por sus convicciones religiosas. Hay otras, que no son como las demás, como la de AngelikaSchrobsdorff. Stéphanie consiguió ver a su hijo por primera vez gracias a la gestación subrogada. Manuela trabaja a deshoras y no ve a sus hijos todo lo que quisiera, porque son tiempos difíciles. También hay tías solteras y abuelas sabias como Antonia, que son más que madres y que crían ante la ausencia de éstas con la sabiduría que dan los años y la tenacidad de quien lo ha vivido todo. Todas mujeres, cada cual a su manera, diferentes, pero todas madres, cuyos actos se miden con la vida.

Yo, de mi infancia, tengo el recuerdo de sus manos suaves, manos de madre a las que agarrarse al ir al colegio y en los momentos de pánico escénico; agarrarte muy fuerte a su mano era como volver al útero. Después, el tintineo de su risa y una sempiterna sonrisa que todavía hoy resuena con el eco del regocijo y la alegría de las satisfacciones que da la vida, aunque ésta haya estado llena de obstáculos. Una vez me convertí en madre, e inmediatamente ella se convirtió en abuela, entonces me percaté de esa inteligente capacidad que tiene para decir cosas sensatas frente a la insensatez. Ellas, las madres, siempre tienen un saco de palabras que lo curan todo sin saber cómo.

La memoria, los recuerdos, lo aprendido de todas ellas son la clave de nuestras vidas hasta en su ausencia, porque aunque a veces nos parezca que las madres pueden durar más de cien años, el azar se las lleva un día. Y esa presencia indefinida 24 horas al día, siete días a la semana, que funcionaba con tocar a la puerta o marcar su número de teléfono, desaparece. Y entonces, hay que tirar de recuerdos, de frases y fotos.

Una madre, (del mismo modo que un padre que ejerce de padre), está en la esencia misma de nuestras vidas y actos, sea el tipo de madre que sea. Detrás de cada madre hay un relato veraz, una historia siempre cargada de momentos desgarradores, de la que nosotros formamos parte indisoluble. Una madre sabe cómo hacerte sentir vivo porque pocos conocen tus debilidades tan bien cómo ellas. Porque traerte al mundo ya fue una historia en sí misma. Para lo bueno y para lo malo. Siempre. Ellas.

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