Javier Milei, el boludo de la motosierra, ha conseguido engatusar a millones de argentinos con un programa electoral simple basado en solo dos puntos: acabar con el Estado y viva la libertad carajo. Un tipo populista y malencarado que promete dinamitarlo todo en una especie de gran suicidio colectivo va a gobernar la segunda economía sudamericana. Un trumpito bonaerense. Un descerebrado que puede llevar a la quiebra al país en menos de un año.
¿Cómo ha llegado Argentina a este momento de exacerbación nihilista? Han sido demasiados años de corralito financiero, de crisis endémica, de miseria y pobreza. De kirchnerismo y macrinismo que han favorecido un sistema corrupto donde la democracia ha sufrido un imparable y progresivo proceso de degradación. Y en ese caldo de cultivo emerge el charlatán con la falsa receta del crecepelo y la promesa de que todo el mundo atará perros con longanizas en cuanto él agite la varita mágica.
Lo que ha pasado en estas elecciones argentinas no es sino un nuevo acto dentro de la misma trágica función: el resurgimiento de una especie de fascismo posmoderno que seduce a las masas desencantadas y furiosas con la democracia liberal. América Latina se trumpiza a marchas forzadas. Trump fue el big bang, la onda expansiva que sigue proyectándose en el espacio y el tiempo. A partir de ahí, el mal de la extrema derecha libertaria liderada por el clown o showman de turno se extendió como un cáncer por todo el continente. Jair Bolsonaro inauguró la nueva era. Años de políticas neofascistas, xenófobas, misóginas y racistas culminaron con el asalto a la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia a cargo de una legión de seguidores enloquecidos por el bebedizo ultra. Lula da Silva ha logrado frenarlo en las urnas momentáneamente, pero el proceso de contaminación populista sigue imparable. José Antonio Kast en Chile, el millonario Rodolfo Hernández en Colombia, Keiko Fujimori en Perú, Nayib Bukele en El Salvador… El listado de políticos trumpizados que parecen como fabricados en serie, como clonados en laboratorio, es tan largo como inquietante. Y todos siguen el mismo manual redactado por los amanuenses de Trump en la última planta de su rascacielos de oro neoyorquino. Todos son destroyers, violentos, antisistema, gamberros, políticamente incorrectos y faltones. Practican la antipolítica, la deslegitimación del adversario político y la acracia o libertarismo ultra. Propagan bulos y conspiraciones a través de las redes sociales y las televisiones reaccionarias financiadas por sectas religiosas antiabortistas. No solo tratan de imponer una visión económica ultraliberal, van mucho más allá profundizando en las creencias y el pensamiento. Promueven una involución de las ideas, una “guerra cultural” hacia una especie de medievalismo tecnocrático. Detestan la ciencia (combaten las pandemias bebiendo lejía), niegan el cambio climático, censuran obras de arte, sueñan con imponer el creacionismo en las escuelas, aboliendo la teoría de la evolución de Darwin. Se mueven entre el elitismo y el supremacismo (una transposición del feudalismo a la era de los viajes espaciales). Viven del odio y por el odio.
Argentina es la última pieza del dominó en caer. Le han dado el poder a otro desequilibrado, a otro inestable emocional. Un individuo como Milei que quiere destruir el Estado, darle un arma a cada ciudadano, dolarizar la economía (convirtiendo el país en una sucursal de Wall Street) privatizarlo todo y cargarse el Ministerio de Sanidad y de Educación (lo cual es tanto como condenar a millones de argentinos a la enfermedad y el analfabetismo) ha logrado seducir a las multitudes desnortadas y atemorizadas ante el futuro. Alguien partidario de que cada cual se mate con la droga que más le ponga y que aprueba el mercadillo libre de órganos humanos. “Yo soy liberal libertario. Filosóficamente, soy anarquista de mercado”, ha dicho en campaña electoral. Otra gran falacia si tenemos en cuenta que el dinero huye del desorden, del caos, de la acracia. Sin embargo, la gente abducida le ríe las gracias y lo ve como al gran mesías salvapatrias. “Ha comenzado un nuevo tiempo en Argentina. Le deseo todos los éxitos”, proclama Ayuso, intelectuala del trumpismo ibérico, felicitando a su camarada Milei. Ya veremos lo que pasa con esos mismos ciudadanos engañados que hoy votan al clown argentino cuando dentro de un par de años no encuentren un médico que les atienda, ni un maestro de escuela para sus hijos, ni un simple camión que retire las basuras acumuladas en el gueto. A disfrutar de la acracia, habrá que decirles.
El nazismo no fue derrotado en 1945. Quedó larvado a la espera de adoptar nuevas formas mutantes con las que adaptarse y recuperar el poder. Ahora retorna revestido de un nuevo lenguaje, pero con el mismo mensaje de siempre. El anarcocapitalismo que promueven Milei y los demás trumpitos de esta banda de impostores dinamiteros de la civilización humana no es más que el nazismo de siempre por otros medios. Cuando Hitler dijo aquello de que iba a levantar un Reich que durara mil años, quizá no estaba exagerando. Hoy el fascismo avanza imparable en los cinco continentes y ha llegado para quedarse. Las sociedades y los pueblos se suman alegremente a un rearme ultra que, a esta hora, se antoja imparable. No es un fenómeno pasajero. Y cuanto más tarden las democracias liberales en entenderlo y en reaccionar en combate peor será para todos. Hemos consentido que el trumpismo se instale en las instituciones democráticas solo para destruirlas desde dentro. Hemos permitido que el nazi se cuele hasta la cocina de nuestra casa. Con el vano argumento de la tolerancia total, nosotros mismos hemos alimentado al monstruo. Abascal y sus diputados levantándose airadamente de sus escaños y abandonando el Parlamento, tras volcar su bilis contra un presidente legítimamente elegido en la sede de la soberanía popular, es la mejor prueba de que el cáncer empieza dar síntomas metastásicos. Y el feroz asedio franquista sobre Ferraz no es sino otro ente de esta hidra de mil cabezas que se reduplica en todo el mundo. Estamos en el preludio de la batalla global entre democracia y fascismo. Cien guerras mundiales se juegan a la vez, una por cada país. Mil campos de batalla, uno en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad. O paramos ya la locura neonazi metamorfoseada en sus múltiples formas, según el lugar, o cuando queramos darnos cuenta nos habrán abierto un campo de concentración al otro lado de la calle. Ya vamos tarde. Quizá demasiado tarde.