Cuando el Ejército ruso tomó el control de las ciudades y pueblos de la región ucraniana de Járkov a finales de febrero, la mayoría de quienes no pudieron o no quisieron abandonar sus hogares eran personas mayores ancianos o con discapacidad. Atrapadas en medio de los combates, se las arreglaron convirtiendo los sótanos en refugios y compartiendo restos de comida con los vecinos, mientras soportaban bombardeos casi continuos.
Ahora, tres meses después de que el Ejército ucraniano retomara estas zonas, las necesidades médicas y mentales de la población siguen siendo elevadas. Muchos pueblos han quedado con instalaciones sanitarias dañadas, mientras que son muchos los residentes que padecen heridas psicológicas causadas por meses de miedo, pérdida, aislamiento y cercanía a la violencia. Los equipos de clínicas móviles de Médicos Sin Fronteras (MSF) trabajan en la zona para ofrecer a la población atención médica general y apoyo en salud mental.
Enfermedades crónicas descontroladas
La mayoría de los pacientes de la clínica móvil de MSF son babushkas—mujeres mayores y abuelas—, muchas de ellas con discapacidades como movilidad limitada y pérdida de audición o vista. Algunas de estas condiciones médicas son el resultado de la edad, otras de enfermedades crónicas no tratadas, como hipertensión y diabetes.
"Vemos niveles de presión arterial muy elevados, como 200 sobre 100, frente a una lectura normal de presión arterial de 120 sobre 80", explica el Dr. Gino Manciati, jefe del equipo médico de MSF. "En otro contexto, estos pacientes serían hospitalizados. Aquí simplemente no es posible".
La hipertensión no tratada puede provocar graves complicaciones, como la pérdida de la vista, la insuficiencia renal, el deterioro neurológico e incluso la muerte súbita. La falta de personal sanitario y de medicamentos, además del estrés de la guerra, ha provocado que las condiciones médicas de muchos pacientes se descontrolen.
"Lamentablemente, hemos visto pacientes que han acabado desarrollando complicaciones en los órganos, como insuficiencia renal", dice el Dr. Manciati.
En esta región,la guerra ha impedido a muchas personas con diabetes disponer de medicamentos, mientras que la escasez de alimentos les ha impedido controlar su dieta, lo que ha derivado en problemas de movilidad, vista y función muscular, y ha aumentado su dependencia de otras personas.
Una de ellas es María, que tiene dificultades para caminar después de meses sin tratamiento para su diabetes. "Hemos venido aquí [a la clínica] por la babushka", dice Tonya, la hija de María. "Está temblando y le duele la cabeza. [Hace meses] que no tenemos medicación para su diabetes".
El marido de Tonya, que sufre una parálisis, ha vuelto a su casa. Como muchas otras personas con discapacidades graves, su esposo tiene dificultades para salir de la vivienda y por eso no puede acceder a ningún tipo de asistencia sanitaria.
"Una anciana había caminado media hora para llegar a nuestra clínica, lo que no es fácil cuando tienes problemas para andar", recuerda el Dr. Manciati. "Lo que me sorprendió fue que no estaba allí por sí misma, sino para conseguir medicamentos para su marido. Lo vemos a veces: estas mujeres mayores vienen a nosotros desde muy lejos, no solo por ellas, sino por sus maridos o hijas o hijos, que no pueden llegar hasta nuestros equipos. Uno piensa que está aquí para apoyar a la gente que ve, pero a veces el impacto va más allá".
Heridas psicológicas
"Cuando llegó la guerra, en la mañana del 24 de febrero, estaba sentada junto a mi ventana", cuenta Raisa, de 68 años, que ha permanecido en su aldea natal de Yakovenkove desde el inicio. "Oí fuertes explosiones y vi una nube de polvo en el cielo. Filas de tanques comenzaron a avanzar. Cuando comprendimos que no todo acabaría en un día, intentamos pensar qué hacer: cómo comer, cómo cuidar nuestros huertos. Tratamos de acostumbrarnos a la situación, pero era imposible acostumbrarse a tal volumen de bombardeos. Disparos toda la noche y todo el día. Era terrible".
Raisa recibe apoyo en salud mental del equipo psicológico de la clínica móvil de MSF. Este proporciona herramientas a los pacientes para controlar su estrés, lo que puede ayudar a normalizar la presión arterial, y le facilita mecanismos de afrontamiento para la ansiedad, las reacciones de estrés agudo y los ataques de pánico.
"Vine a ver al psicólogo porque todavía no puedo dormir", dice Raisa. "En la oscuridad de la noche, los misiles vuelan sobre los edificios. Da mucho miedo. Está destruyendo mi sistema nervioso".
Aunque muchas personas se recuperan por sí solas de las pesadillas y los flashbacks, el apoyo de salud mental puede acelerar su recuperación. Cuando este apoyo no es suficiente, los médicos y psicólogos de MSF trabajan juntos para encontrar la mejor manera de ayudar a los pacientes.
"Duermo muy mal, estoy agotada", reconoce Valentyna, de 70 años, de Vasylenkova, que perdió a su hijo Roma a causa de una mina terrestre. "Me despierto horrorizada y lo veo delante de mí. Esta guerra se ha llevado mi salud y a mi hijo", dice. "Lloro y grito. Ahora él se ha ido y mi vida se ha acabado".
Valentyna recibe atención sanitaria para ayudarle con sus problemas de sueño, mientras que los psicólogos de MSF le proporcionan apoyo en salud mental.
Muchas de las mujeres mayores que acuden a las clínicas de MSF se sienten aisladas, abandonadas y solas. Con el dolor de la pérdida de familiares y de la vida que conocían, muchas sienten que sus vidas ya no tienen sentido.
"Para estas mujeres mayores, la sensación de haber perdido su propósito en la vida les provoca ansiedad, y la impresión de tener que reconstruir un nuevo propósito para los últimos años de su vida, desesperanza", expone el responsable de actividades de salud mental de MSF, Camilo García. "Escuchamos a las mujeres mayores decirnos que sienten que les han robado los últimos años de su vida".
Entre los más vulnerables se encuentran las personas mayores con demencia o afecciones psiquiátricas que no pudieron viajar a un lugar seguro al comienzo de la guerra y las que están solas sin nadie que las cuide. Algunos decidieron quedarse en sus casas, otros fueron evacuados a hospicios saturados en las ciudades; estas evacuaciones aún continúan.
Aunque las necesidades de salud mental de los habitantes de esta región son elevadas, García cree que su fuerza interior les ayudará a sobrellevar la situación y recuperarse.
"Las babushkas de Ucrania tienen un poder oculto: la resiliencia", indica. "Han decidido quedarse en sus pueblos a pesar de los combates y de las bombas. Han defendido su derecho a quedarse donde pertenecen, lo que requiere valor".