La sombra de Jeffrey Epstein vuelve a oscurecer la política estadounidense. A las puertas de una votación parlamentaria para exigir transparencia sobre el escándalo, el liderazgo republicano ha optado por una maniobra táctica: adelantar el receso de verano y silenciar el debate. El objetivo es claro: proteger a Donald Trump y evitar que salgan a la luz documentos que podrían resultar comprometedores.
Washington ha vuelto a ser escenario de una jugada política con tintes de encubrimiento. El líder republicano en la Cámara de Representantes, Mike Johnson, ha anunciado que el Congreso cerrará sus puertas un día antes de lo previsto para el receso estival. Con ello, la votación prevista para este jueves, que instaba al Departamento de Justicia y al FBI a publicar los documentos relacionados con el caso Epstein, queda pospuesta hasta septiembre.
El movimiento ha desatado una ola de críticas desde sectores tanto demócratas como conservadores. La iniciativa de exigir transparencia contaba con respaldo bipartidista: fue propuesta por el republicano Thomas Massie y el demócrata Ro Khanna. Pero la dirección del partido de Trump ha decidido frenar en seco cualquier intento de abrir esa caja de Pandora.
Trump, el silencio y las conspiraciones
La gestión del caso Epstein por parte del expresidente Donald Trump no deja de generar sospechas. A pesar de prometer en su momento la publicación de documentos clave, Trump dio marcha atrás una vez llegó al poder, una decisión que incluso ha sembrado malestar entre su base más radical. La reciente encuesta de Reuters/Ipsos revela que una mayoría de estadounidenses —incluidos votantes republicanos— cree que el Gobierno está ocultando información relevante.
Acorralado, Trump ha recurrido a su estrategia habitual: el ataque y la distracción. En lugar de ofrecer explicaciones claras, ha desviado la atención acusando al expresidente Barack Obama de "traición" y de amañar las elecciones de 2016. Una maniobra burda que ni siquiera ha sido tomada en serio por los suyos, y que evidencia su nerviosismo ante un caso que podría acorralarlo aún más.
En un gesto propio de su estilo provocador, el presidente publicó en sus redes un vídeo generado por inteligencia artificial en el que se ve a Obama arrestado por el FBI. El objetivo es claro: desviar la conversación y sembrar confusión. Pero la gravedad del asunto trasciende los juegos de propaganda digital.
Opacidad, dilaciones y una verdad incómoda
Mientras tanto, la Casa Blanca insiste en negar que Epstein tuviera una lista de clientes a los que chantajeaba, y mantiene la versión oficial de que su muerte fue un suicidio. Pero la opinión pública no olvida las contradicciones, ni la misteriosa cadena de fallos de seguridad en la prisión donde el magnate murió en 2019.
La reciente citación aprobada por un subcomité para interrogar a Ghislaine Maxwell, cómplice de Epstein y condenada a 20 años por tráfico sexual de menores, añade aún más presión. Y mientras la fiscal general Pam Bondi pide la publicación de las transcripciones del gran jurado, el Congreso —bajo control republicano— prefiere cerrar la persiana y mirar hacia otro lado.
Una maniobra política
El intento de Johnson de justificar el adelanto del cierre del Congreso como un rechazo a “juegos políticos de los demócratas” no se sostiene. La decisión responde a un patrón sistemático de opacidad y blindaje en torno a Trump, que sigue marcando el paso de un partido cada vez más subordinado a su figura.
El caso Epstein, con sus implicaciones globales, sugiere la existencia de redes de poder que han operado con total impunidad durante años. La resistencia del Partido Republicano a permitir una investigación abierta y pública no sólo compromete su credibilidad, sino que erosiona peligrosamente los fundamentos del Estado de derecho.
Mientras la verdad siga encadenada en los despachos de Washington, las víctimas seguirán sin justicia, y la política estadounidense seguirá atrapada en una telaraña de silencios y encubrimientos.