Donald Trump quiere recuperar la vieja idea de “la guerra de las galaxias” de Ronald Reagan, un sistema de defensa estratégica para defender Estados Unidos ante un ataque nuclear de los soviéticos. Aquello se planeó en plena Guerra Fría, pero hoy esa amenaza ya no existe. Sin embargo, Trump, como buen propagandista y comercial que es, pretende sacar los planos del baúl de los recuerdos y venderlos a la opinión pública norteamericana como “cúpula de hierro”, el mismo nombre del escudo antimisiles de Israel.
La “guerra de las galaxias” se hizo público por primera vez el 23 de marzo de 1983 por el presidente Reagan. En aquella época hubo analistas militares temerosos de la doctrina de la destrucción mutua asegurada que calificaron este modo de relacionarse entre rusos y americanos como un “pacto suicida”, e instaron a los científicos y a los ingenieros de la Casa Blanca a que desarrollaran un sistema nuevo que convirtiera en obsoletas las armas nucleares de Moscú. Reagan se expresó enérgicamente en contra de la destrucción mutua asegurada, y la Iniciativa de Defensa Estratégica (así se llamaba técnicamente “la guerra de las galaxias”, un término acuñado por la prensa) fue una parte importante de la política de defensa que pretendía acabar con la estrategia de disuasión nuclear.
El plan de Reagan recibió críticas por poco realista y acientífico, así como por reactivar la “carrera de armamentos” entre ambas superpotencias. En 1987, la American Physical Society llegó a la conclusión de que un escudo antimisiles mundial de esas dimensiones no sólo era meramente imposible con la actual tecnología existente, sino que se necesitarían al menos diez años más de investigación para saber si podría alguna vez llegar a ser factible.
Hoy, Trump vuelve a caer en el delirio impulsado por el complejo industrial-militar denunciado en su día por el presidente Eisenhower en su discurso de despedida de la nación. En realidad, la principal amenaza que tiene hoy Estados Unidos es China (la Rusia de Putin está alineada con el trumpismo oligárquico), y no parece que el régimen de Pekín esté pensando en atacar territorio americano. Le basta y le sobra con hundir a las multinacionales de Sillicon Valley como ha pasado esta misma semana con el anuncio de que su sistema de inteligencia artificial es de mayor calidad y más barato que el producido por Estados Unidos. En cuanto a los misiles de Irán, no parece que la tecnología atómica de los ayatolás esté en condiciones de hacer daño a los yanquis. Los supuestos misiles de largo alcance de Bagdad probablemente caerían al océano antes de impactar en territorio estadounidense. Así las cosas, la “cúpula de hierro” se antoja más una campaña de propaganda a mayor gloria del magnate neoyorquino que un proyecto viable. Trump no tiene programa político para su país más allá de preservar los privilegios de las clases dominantes. Todo lo demás es demolición del Estado. Así que ha decidido ocupar su tiempo en proyectos faraónicos como el del escudo antimisiles que ya sopesó Reagan en su momento con escasa fortuna.
Sobre la “cúpula de hierro” habría que preguntarse si esta estructura colgante en el espacio sería eficaz de defender un ataque masivo de China o incluso uno hipotético de Rusia. Y ahí solo cabe responder que no. En la imaginación infantil de Trump encaja la idea de un potentísimo rayo láser con los colores rojo y azul de la bandera yanqui frenando heroicamente la lluvia de misiles disparados desde el lado oriental del planeta. Pero esa escena, con la actual tecnología, solo es posible en las malas películas bélicas de Hollywood. Por otra parte está el elevadísimo coste del proyecto que, teniendo en cuenta el plan de recortes del Estado que piensa desplegar el millonario de Mar-a-Lago, sería imposible acometer. Los tiempos del Estado de bienestar han pasado y la nueva extrema derecha internacional trata de imponer la privatización de todo lo público. ¿Qué empresa multinacional se pondría a construir la famosa cúpula si el Gobierno es insolvente porque el país ya no recauda impuestos? Y una tercera cuestión a tener en cuenta es la inmensa superficie a proteger. No es lo mismo un escudo antimisiles como el que da cobertura a Israel, una extensión similar a la de la Comunidad Valenciana, que un país como USA que es casi un continente. Los agujeros en el sistema serían inevitables.
Sin embargo, Trump sigue vendiendo su delirio, quizá preparando a la opinión pública para un posible escenario internacional adverso. Los expertos ya han dicho que este artilugio no sería efectivo en los Estados Unidos. “Es una medida populista, porque es muy conocida la cúpula de hierro, pero no es lo que necesitaría el Ejército americano”, asegura en La Sexta el analista de defensa Guillermo Pulido. Además, los últimos ataques lanzados por Hamás, Hizbulá e Irán sobre Tel Aviv han demostrado que no se trata ni mucho menos de un sistema infalible. Muchos misiles se colaron a través de la red supuestamente perfecta y alcanzaron objetivos militares y complejos estratégicos judíos. No obstante, todos esos inconvenientes no parecen que vayan a frenar a Trump en su nuevo megaproyecto para construir una gran cúpula defensiva que no tiene parangón en todo el mundo. Solo el tiempo dirá si estamos ante una mentira más del millonario del tupé rubio.