La denuncia de una mujer termina con el mandato del CEO de Primark

El caso abre, de nuevo, el debate sobre la responsabilidad del poder y la necesidad urgente de crear entornos seguros en el mundo corporativo

31 de Marzo de 2025
Actualizado a las 10:48h
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La denuncia de una mujer termina con el mandato del CEO de Primark

Paul Marchant, hasta ahora consejero delegado de Primark, ha presentado su dimisión inmediata tras el resultado de una investigación interna impulsada por Associated British Foods (ABF), la empresa matriz de la firma textil. La causa: una acusación presentada por una mujer sobre el comportamiento del directivo en un entorno social. Aunque los detalles concretos no han trascendido, ABF ha confirmado que Marchant “reconoció su error de juicio” y admitió que su conducta “no cumplió con los estándares esperados” por la compañía.

La renuncia, aceptada de inmediato, va acompañada de una disculpa pública por parte del ya ex CEO a la mujer afectada, al consejo de administración, al personal de Primark y a otras personas vinculadas a la empresa. El grupo ha actuado con celeridad, designando a Eoin Tonge como consejero delegado interino, y a Joana Edwards como directora financiera provisional, garantizando así la continuidad operativa de la compañía.

Pero más allá de lo corporativo, el caso pone en evidencia un problema estructural que sigue atravesando las altas esferas empresariales: el abuso de poder y la vulnerabilidad de las mujeres en entornos dominados históricamente por hombres. Aunque las compañías han avanzado en políticas de igualdad y códigos de conducta, este episodio deja claro que los mecanismos de prevención, protección y reparación aún deben fortalecerse.

“Los compañeros y demás personas deben ser tratados con respeto y dignidad. Nuestra cultura debe ser, y es, más grande que cualquier individuo”, expresó George Weston, consejero delegado de ABF, visiblemente decepcionado por los hechos. Sus palabras, aunque firmes, reflejan la tensión entre el discurso empresarial y la realidad cotidiana en muchas organizaciones.

Proteger a las mujeres no puede seguir siendo una declaración de intenciones. Debe ser una práctica activa y constante, especialmente en espacios donde las relaciones de poder pueden condicionar el comportamiento. La valentía de denunciar, en este caso, ha sido fundamental para que la empresa actúe. Pero no siempre es así. El miedo a represalias, la desconfianza en los procesos internos o la normalización de ciertas actitudes siguen silenciando demasiadas voces.

Este episodio en Primark recuerda que la integridad no es negociable, y que la creación de entornos seguros pasa, necesariamente, por la responsabilidad de quienes lideran. No se trata solo de sancionar conductas inapropiadas, sino de construir culturas laborales donde las mujeres puedan desarrollarse profesionalmente sin temor, sin desigualdad y sin violencia.

En un sector como el textil, que depende en gran parte del trabajo femenino en todas sus cadenas de valor, la coherencia ética debe comenzar en los despachos más altos. Y la renuncia de Paul Marchant es, por tanto, mucho más que un cambio de nombres: es una llamada urgente a revisar, cuestionar y transformar el modo en que el poder se ejerce dentro de las empresas.

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