El Holocausto y la responsabilidad del pueblo alemán en su ejecución

26 de Enero de 2024
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El escritor alemán Thomas Mann afirmaba que “es imposible exigir a aquellas naciones europeas y del mundo que han padecido abusos que hagan una distinción entre el nazismo y el pueblo alemán”. Aunque miles de verdugos voluntarios de Hitler en todos los países ocupados por los nazis, pero especialmente en Croacia, Francia, Hungría, Polonia, Rumania, Lituania y Ucrania, participaron en la puesta en marcha de la “solución final”,  la responsabilidad alemana en la misma ocupa una posición central en cuanto a lo que se refiere a la comprensión de cómo pudo ser posible y el porqué de la Shoah.

Sin la Alemania nazi, nacida tras las elecciones democráticas del año 1933, es imposible que hubiera ocurrido el Holocausto y, posiblemente, sin la figura de Hitler en el vértice de este funesto régimen tampoco se podría explicar este proyecto de exterminio masivo puesto en marcha por los nazis. En el programa nazi, explicitado en el Mi lucha de Hitler, el proyectado genocidio de todos los judíos era una pieza central y no un capítulo secundario del mismo. Para cumplir dicho objetivo, los nazis sabían que tenían que implicar a toda la sociedad alemana para conseguirlo y así, en un ejercicio de responsabilidad colectiva compartida, la conciencia moral ante el genocidio se diluiría a partes iguales entre todos los elementos de la misma sociedad, como si nadie fuera responsable o, lo que es peor, como si nunca hubiera ocurrido.

Uno de los mayores criminales del Tercer Reich, Reinhard Heydrich, quizá el verdadero cerebro tras el Holocausto, había puesto en marcha una serie de medidas que denominaba como los “principios” para que la población alemana participara en la delación de sus vecinos, sobre todo si estos pertenecían a los colectivos sensibles de ser exterminados sin piedad, tales como los comunistas, los homosexuales, los “vagos”, los judíos, los gitanos y los miembros de la escasa resistencia antinazi. Sin las denuncias de los ciudadanos corrientes, la Gestapo nunca hubiera tenido éxito y hubiera llevado a millones de inocentes a los campos de exterminio.

“Desde el 1 de septiembre de 1941 los judíos estaban obligados a identificarse en público mediante una estrella amarilla. Un año después ese distintivo había desaparecido prácticamente de las calles alemanas. En el verano de 1943, la SD -servicio de inteligencia de las temidas SS- se hacía eco de la extendida convicción popular de que los bombardeos aéreos masivos, especialmente los de Hamburgo, eran una venganza por “lo que hicimos a los judíos”, escribía en una reseña literaria el periodista Jesús Ceberio.

El experto Ian Kershaw, al analizar esta cuestión en su monumental obra Hitler, los alemanes y la solución final señala que “hay varias interpretaciones que giran en torno al concepto de “indiferencia” (alemana) con respecto a la cuestión de hasta qué punto conocía la gente el destino de los deportados y, en caso de conocerlo, si lo aprobaba. Yo mismo he sugerido que la mayoría de los alemanes sabía poco y preguntaba menos sobre lo que les sucedía a los judíos en el este, que éstos estaban literalmente fuera de la cabeza de la mayoría. Sin embargo, he hecho hincapié en la incontrovertible evidencia de que el conocimiento de las atrocidades y los fusilamientos en masa de los judíos en el este estaba bastante extendido, sobre todo en la forma de rumor transmitido por los soldados que regresaban  a casa de permiso, y en que también circulaban rumores sobre gasificaciones en unidas móviles y, probablemente, aunque en menos grado, sobre las operaciones en los campos de la muerte”. ¿Tendrían conocimiento los alemanes acerca de estos hechos y permanecieron en ignominioso silencio durante años? La respuesta parece que camina en la dirección afirmativa si tenemos en cuenta que el mismo Hitler desde el comienzo de las deportaciones de los judíos a los campos de concentración llegó a afirmar que “sin duda, la naturaleza del camino seguido por la cuestión judía no era un secreto para el público”.

Pero no solo los alemanes tuvieron una parte activa en el Holocausto, tal como pretendían los jerarcas del régimen para así compartir responsabilidades en la obra criminal, sino que no hicieron nada para detener la maquinaría asesina. “La población alemana, en su conjunto, volvió la vista hacia otro lado, no quiso saber lo que pasaba. Y hubo muchos, por cierto, que se aprovecharon de la situación, ocupando o comprando a bajo precio las casas o las empresas que los judíos se veían obligados a abandonar”, escribía la escritora Géraldine Schwarz.

Alemania, papel fundamental en el Holocausto

El Holocausto solamente se podía producir en Alemania porque convergían varios elementos importantes que sólo se daban en este país y no en otras partes de Europa. Lo explica muy adecuadamente el profesor Daniel Jonah Goldhagen, en su voluminosa obra Los verdugos voluntarios de Hitler, donde escribe muy acertadamente: “Si el Holocausto se produjo exclusivamente en Alemania fue porque concurrieron dos factores al mismo tiempo. Los antisemitas más comprometidos y virulentos de la historia se hicieron con el poder del Estado y decidieron convertir en una fantasía asesina particular el núcleo de la política estatal. Actuaron así en una sociedad cuyas opiniones especiales sobre los judíos eran ampliamente compartidas. De no haberse dado cualquier de estos dos factores, el Holocausto no se hubiera producido, o habría tenido unas características muy diferentes. Los odios más virulentos, tanto el antisemitismo como cualquier otra forma de racismo o prejuicio, no tienen como resultado la matanza sistemática, a menos que un liderazgo político movilice y organice a los que odian en un programa de matanza. Así pues, sin los nazis y Hitler, el Holocausto no se habría producido, pero no de haber existido una considerable inclinación de los los alemanes corrientes a tolerar, apoyar e incluso, en muchos casos, contribuir primero a la persecución absolutamente radical de los judíos en la década de 1930 y luego (por lo menos entre los encargados de realizar la tarea), de participar en la matanza de judíos, el régimen jamás habría podido exterminar a seis millones de personas. Ambos factores fueron necesarios y ninguno de ellos era suficiente por sí solo. Sólo en Alemania se dieron juntos esos dos factores”.

En definitiva, y para ir sacando algunas conclusiones,“la asimilación del Holocausto a Auschwitz permitió a los alemanes mantener la grotesca afirmación de que no estaban al corriente de las matanzas de judíos mientras éstas sucedían. Es posible que algunos no supieran con detalle qué ocurría allí, pero es imposible que muchos no supieran nada del exterminio. En Alemania, mucho antes de que Auschwitz se convirtiera en un campo de exterminio, las matanzas eran conocidas y se hablaba de ellas, al menos entre familiares y amigos. En el frente oriental, donde decenas de miles de alemanes fusilaron a millones de judíos en cientos de fosas diferentes durante tres años, casi todo el mundo estaba al corriente de lo que sucedía: cientos de miles de alemanes presenciaron las masacres y millones de alemanes lo sabían. Durante la guerra, las mujeres y los niños visitaban los lugares de las matanzas; en las cartas que los soldados y los policías enviaban a sus familias, éstos explicaban los detalles y a veces incluían fotografías. Los hogares alemanes se enriquecieron millones de veces a costa de lo que los policías o los soldados se llevaban o enviaban por correo de los saqueos a los judíos que asesinaban”, aseguraba en uno de sus libros el historiador Timothy Snyder.

Sobre la jerarquización de la responsabilidad alemana durante el Holocausto, el periodista Milton Mayer, en su mítico libro Creían que eran libres, escribe estas palabras tan certeras:”Unos  cuantos cientos en la cumbre, para planificar y dirigir a todos los niveles; unos cuantos miles para supervisar y controlar (sin voz ni voto con respecto a las decisiones) a todos los niveles; varias decenas de miles de especialistas (profesores, abogados, periodistas, científicos, artistas, actores, atletas y trabajadores sociales) deseosos de servir o al menos poco dispuestos a perder su trabajo o rebelarse; un millón del Pobel, que suena como “pueblo” y quiere decir “chusma” para ejecutar lo que llamaríamos el trabajo sucio, que va desde el asesinato, la tortura, robo e incendio hasta el esfuerzo de inhumanidad que con toda probabilidad movilizó a más alemanes que ningún otro en la historia nazi, permanecer de “de guardia” frente a las tiendas y empresas alemanas durante el boicot de abril de 1933”.

Pero, en definitiva, casi toda la población alemana estaba implicada en la maquinaría criminal levantada por el nazismo y participaba de la misma, de una forma u otra, tal como explicaba el historiador francés Ivan Jablonka:”La población alemana se beneficia directa o indirectamente de la expoliación de los judíos que desaparecen de un día para otro y de quienes nunca más se oye hablar”, escribiría en su gran y biográfica obra Historia de los abuelos que no tuve.

El escritor israelí Omer Bartov, al reflexionar sobre la culpa de los alemanes y otras cuestiones, llega a asegurar que “Alemania, a la que Albert Einstein llamó “un país de asesinos”, ha tenido que esforzarse para lidiar con el legado del genocidio. Decir que los alemanes de posguerra han “hecho las paces con el pasado” o, mejor, lo han “superado”, se ha convertido casi en un lugar común. Si hay un país que por su apoyo masivo a un régimen criminal es responsable de los crímenes cometidos en su nombre y por sus ciudadanos, ese país es sin duda la Alemania hitleriana, pero aún así, continúa discutiéndose. ¿Eran los alemanes “verdugos voluntarios” de Hitler o víctimas de él? ¿Alemania ya ha hablado lo suficiente sobre sus propios crímenes y ahora debería “por fin” prestar atención a sus propios sufrimientos? ¿Alemania realmente ha superado el pasado o, esclava de una memoria de una atrocidad que le permitirá mirar hacia un futuro mejor, está encadenada a él? ? ¿Cuándo podrá liberarse de Auschwitz y quién tiene el derecho de otorgarle esa libertad?”.

Termino estas reflexiones, que darían para un estudio más prolijo, con unas palabras del editor judeoalemán Kurt Wolff, en una carta escrita desde su lugar de exilio, en la que escribiría con vehemencia:”Qué cobardes fueron los alemanes. Para entenderlo, piensa en el comportamiento de tantos otros: italianos y franceses valerosos que escondieron y salvaron a muchos judíos, y los protegieron de su policía secreta y de la Gestapo; miles de personas que salvaron y alimentaron a judíos alemanes, austríacos y polacos, les dieron comida en todo momento, arriesgando su vida al hacerlo. Los alemanes de Alemania miraron hacia otro lado cuando sus amigos se suicidaban, cuando desaparecían en los campos. No sabían nada o no querían saber”.

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