Goebbels en la Casa Blanca

Elon Musk, dueño de la red social X, ha llevado a Trump al poder mediante el uso de técnicas de desinformación utilizadas por los nazis en los años 30 del pasado siglo

30 de Marzo de 2025
Actualizado el 31 de marzo
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Trump y Musk en el Despacho Oval.
Musk y Trump, dos socios en el Despacho Oval

A Elon Musk no le valía con ser el hombre más rico del mundo, ni con estar en la Babia espacial, colgado de la estratosfera: tenía que pasar a la historia. Y para ello nada mejor que convertirse en el gran gurú de X. Para entonces, Musk ya había decidido en qué equipo iba a jugar, de modo que ordenó eliminar las cuentas y perfiles de activistas, periodistas y grupos de izquierda. Todo ello acompañado de un durísimo plan de ajuste y del levantamiento de las sanciones a Trump, a quien los anteriores directivos de Twitter habían expulsado de la red social por difundir fake news a mansalva.

En el primer tercio del siglo XX, los filósofos de la Escuela de Frankfurt alertaron ante los peligros de la manipulación de masas a través de los nuevos medios de comunicación como la radio, el cine y la fotografía. Pensadores como Theodor Adorno, Max Horkheimer y Walter Benjamin analizaron la cuestión y constataron con meridiana claridad cómo los mass media, en manos de fanáticos nacionalistas iluminados, podían llevar al desastre a todo un pueblo, tal como ocurrió con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini en los años veinte y treinta. “Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie”, aseguran Adorno y Horkheimer en el prólogo de su célebre Dialéctica de la Ilustración.

Mientras los analistas del Instituto de Investigación Social con sede en Frankfurt (todos ellos perseguidos y represaliados por el nazismo por sus ideas izquierdistas) trataban de analizar las consecuencias de la decadencia de Occidente a causa de los excesos de una Ilustración que nos ha llevado al dominio de una razón descontrolada, a la industria cultural y a la alienación del ser humano, Joseph Goebbels, jefe de propaganda de Hitler, inauguraba la era de la desinformación, el bulo y la mentira, mimbres con los que el fascismo se aupó al poder en aquellos tiempos y que, visto lo visto, siguen funcionando a la perfección como eficientes catalizadores del totalitarismo. Hoy, aquellos interminables e inflamados discursos del Führer y del Duce, retransmitidos en directo por la radio, han sido sustituidos por el tuit falso e incendiario, un género chico en el que Donald Trump se ha convertido en un auténtico maestro. Podría decirse que, en eso, en síntesis y economía de medios, el fascismo ha dado un salto cualitativo importante: ha pasado de los mítines de más de cuatro horas de Adolf Hitler en el estadio de Berlín a un simple mensaje de Trump en 140 caracteres con millones de seguidores. En estos cien años, ha cambiado la plataforma, el soporte, el canal de transmisión; pero la idea sigue siendo la misma: propalar todo el odio posible hacia las minorías políticas, étnicas, religiosas y sexuales. De esta manera, el comunista de antes es el progre o woke de ahora; el judío ha sido sustituido por el musulmán, el negro y el mexicano (a los que Trump acusa de todos los males del país); y la mujer feminista y el homosexual siguen estando en la diana de los totalitarios tal como ocurría antaño (en eso, el plan no ha cambiado).

Así como Goebbels creó el personaje de Hitler, al que dotó de un aspecto fiero, de una estética militar y de un magnetismo irresistible para las masas, Elon Musk ha potenciado la figura de Trump otorgándole el arma definitiva: el altavoz de X. Ambos han terminado asociándose en una logia o secta tan siniestra como conspiranoica con el fin de llevar el movimiento MAGA (Make America Great Again) al último hogar con wifi del planeta. Quien controla el botón de las redes sociales domina el mundo, podría decirse. Así que del viejo axioma “un hombre un voto” hemos pasado a “un like, un voto”, idea que empieza a corromper la idea misma de democracia. A esa mesa redonda del nuevo Camelot o feudalismo digital de las grandes corporaciones multinacionales se han sumado, además de Musk –convertido en el sir Lancelot del nuevo rey Arturo trumpista– oligarcas como Jeff Bezos, fundador de Amazon; ​Sundar Pichai, ejecutivo jefe de Alphabet Inc., la empresa matriz de Google, principal navegador de Internet; Peter Thiel, cofundador (junto a Elon Musk) de PayPal; y Mark Zuckerberg, padre de Facebook. La claudicación de este último ante el nuevo dueño y señor de la Casa Blanca ha sido especialmente vergonzosa, ya que para poder entrar en el selecto círculo de confianza del nuevo presidente de Norteamérica se ha tenido que plegar a la retirada de todos los filtros y controles de seguridad de su red social, como ya hizo Musk en su día con Twitter. Así que, bajo el argumento de la libertad absoluta y total, Zuckerberg ha dado rienda suelta a sus usuarios para que puedan expresar cualquier idea por salvaje, fraudulenta y violenta que sea. Y si les apetece extorsionar a un científico experto en cambio climático, amenazándolo de muerte, insultándolo o vejándolo gravemente, el bueno de Mark ya no pone ninguna pega. Otro púlpito más para el bulo fascista.

Lógicamente, ninguno de estos caballeros entregados al supremacismo blanco ha puesto su dinero y su brazo ejecutor al servicio del mal solo por pura simpatía hacia el proyecto neocon, por altruismo o por afinidad ideológica con Donald Trump. En juego hay suculentos contratos, adjudicaciones, negocios por cientos de miles de millones de dólares. La “frikipandi” de Silicon Valley –como la suele denominar el profesor de Relaciones Internacionales Pedro Rodríguez–, sabe que a la sombra del poder trumpista se vive mejor y que sus empresas, que controlan ya buena parte de la economía mundial, lo tendrán mucho más fácil para hacer dinero en Wall Street. Trump tiene planes inmediatos en mente, como conquistar Groenlandia tras declararle la guerra a Europa, invadir México o enviar a los marines para que tomen el Canal de Panamá. Y cada señor del ciberfascismo tendrá su tajada o parte del pastel. Como buen autócrata, el presidente yanqui no se caracteriza precisamente por cumplir con la ley, sino más bien por hacer su santa voluntad, de modo que todo aquel fiel consejero o accionista que se porte como es debido obtendrá su debida recompensa. 

Así funcionará a partir de ahora la Casa Blanca, la nueva Administración pública privatizada por obra y gracia del magnate de Nueva York. Elon Musk se frota las manos. Bajo las faldas del Tío Donald no le faltará de nada y en caso de quiebra empresarial tendrá las espaldas cubiertas. De hecho, hay quien augura que el hundimiento de alguno de los muchos proyectos en los que anda enfrascado llegará más pronto que tarde, así que va a necesitar del paraguas gubernamental. Y no andan desencaminadas esas informaciones, ya que en los últimos días el propio Musk ha reconocido que X sufre graves problemas de financiación y que incluso está perdiendo dinero. Una vez más, la sombra del cierre empresarial planea peligrosamente, pero ahí está Jeff Bezos para entrar al rescate con un buen puñado de millones en publicidad. Así es esta hermandad de los tecnobros: uno para todos y todos para uno.

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