Lo que se presenta como un canto a la autonomía personal es, en realidad, un retroceso peligroso con consecuencias colectivas. Florida, bajo el liderazgo de Ron DeSantis y la bendición de Donald Trump, avanza hacia la eliminación de la vacunación obligatoria. Una medida que no solo rompe con el consenso científico, sino que convierte a la infancia y a las personas vulnerables en moneda de cambio para contentar a sectores reaccionarios de la política estadounidense.
Una cruzada ideológica disfrazada de libertad médica
La ofensiva antivacunas del gobierno de Ron DeSantis en Florida no es un gesto aislado, sino parte de un proyecto político que instrumentaliza la salud pública para afianzar un discurso libertario profundamente irresponsable. Que el cirujano general del estado, Joseph Ladapo, compare las vacunas con la esclavitud y las imponga como símbolo de “opresión estatal” evidencia hasta qué punto se ha pervertido el debate en nombre de una supuesta libertad mal entendida.
Lejos de atender a las recomendaciones de las principales autoridades científicas del país, el Ejecutivo floridano prefiere abrazar el negacionismo como estrategia electoral y arma cultural. La creación de la comisión Florida Make America Healthy Again no es sino una maniobra más dentro de la alianza entre ultraderecha política, intereses empresariales y sectores negacionistas, unidos por una narrativa que desprecia los hechos y se alimenta de la desconfianza hacia las instituciones.
Pero lo que está en juego no es una opinión sobre vacunas: es la salud de miles de menores, especialmente de aquellos que dependen del sistema público. Retirar los requisitos de inmunización contra enfermedades como el sarampión, la polio o la hepatitis B supone abrir la puerta al resurgir de epidemias erradicadas y agravar las desigualdades sociales, ya que quienes no puedan permitirse sanidad privada o atención médica de calidad quedarán expuestos.
Ciencia contra populismo, la batalla que no podemos permitirnos perder
Las advertencias de organizaciones como la Asociación Médica Estadounidense o la Academia Americana de Pediatría no son alarmismo, son una llamada urgente a la responsabilidad. “Esta decisión pondrá en riesgo la vida de niños y comunidades enteras”, afirman. Y lo dicen con razón. Solo en lo que va de 2025, más de 1.400 casos de sarampión se han registrado en Estados Unidos, con tres muertes, dos de ellas de menores. La relajación en la cobertura vacunal ya está teniendo consecuencias. El desmantelamiento de los mandatos solo puede empeorarlas.
Mientras tanto, la Administración Trump continúa reforzando su ofensiva antivacunas desde los altos cargos de salud pública. El reciente nombramiento de Jim O’Neill, un reconocido escéptico de las regulaciones científicas, al frente del CDC, es un paso más en esta estrategia de sustitución de expertos por ideólogos. El despido de la anterior directora por discrepar con Robert F. Kennedy Jr., secretario de Salud y figura clave del negacionismo organizado, confirma la purga institucional en marcha.
Esta deriva amenaza con romper el pacto colectivo básico de protección mutua que ha guiado durante décadas la salud pública: el de vacunarnos no solo por nosotros, sino también por quienes no pueden hacerlo. El desmantelamiento de este principio no traerá más libertad, sino más enfermedad, más exclusión y más muerte evitable.
Una regresión que pone en juego más que la salud
Florida se convierte así en el laboratorio distópico de un nuevo tipo de gobernanza sanitaria: la que convierte los derechos colectivos en prescindibles, y la ciencia en una opinión más. De esta manera, el negacionismo deja de ser marginal para ocupar el centro del poder político. Y con ello, lo que antes era una teoría conspirativa de foros oscuros se institucionaliza, se legisla y se impone desde las cúpulas del Estado.
La idea de que “nadie puede decirte qué introducir en tu cuerpo”, repetida con fervor por el cirujano general de Florida, ignora deliberadamente que estamos hablando de enfermedades transmisibles, donde la decisión individual tiene consecuencias colectivas. No es libertad: es egoísmo normalizado y es, sobre todo, un acto de desprecio hacia la infancia, hacia la comunidad educativa, hacia las personas inmunodeprimidas o mayores.
El negacionismo ha dejado de ser una corriente marginal. Hoy ocupa despachos, firma decretos y diseña comisiones oficiales. Y desde ahí socava uno de los pilares más valiosos de la civilización contemporánea: la confianza en el conocimiento científico y la solidaridad frente al riesgo. Lo que está ocurriendo en Florida no debe ser leído como una excentricidad local, sino como una alerta roja para todas las democracias que aún creen en la salud como un derecho colectivo y no como una mercancía o una excusa ideológica.