Los ataques sobre Gaza se suceden a diario. Las cifras de víctimas aumentan sin pausa: miles de muertos, entre ellos una gran proporción de mujeres y niños, barrios destruidos, hospitales desbordados y una población civil atrapada sin salida. Las imágenes circulan en todos los medios, pero la respuesta europea sigue siendo insuficiente.
La Unión Europea ha emitido declaraciones genéricas, llamando a la contención y a la reanudación del diálogo, pero evita nombrar con claridad los abusos y violaciones del derecho internacional. La estrategia diplomática prioriza el equilibrio entre aliados, sin asumir plenamente el costo de esa equidistancia.
Mientras tanto, la ciudadanía europea empieza a reaccionar. En varias ciudades, también en España, miles de personas se han manifestado para exigir un alto el fuego y una condena clara a la violencia contra civiles. La presión social aumenta, y con ella, la necesidad de que los gobiernos actúen con coherencia.
España ha mantenido una posición prudente pero constante, reivindicando el cumplimiento del derecho internacional humanitario y la necesidad de proteger a la población civil. No obstante, en el contexto europeo, su voz queda a menudo diluida entre posturas más ambiguas.
Una respuesta fragmentada y cada vez menos creíble
El verdadero problema es colectivo: Europa no logra hablar con una sola voz. La falta de unidad interna, los intereses cruzados y la dependencia diplomática hacen que la respuesta comunitaria llegue tarde o no llegue. Y cuando lo hace, resulta débil.
La doble vara de medir se hace cada vez más evidente. La firmeza que Europa ha mostrado en otros conflictos desaparece cuando se trata del sufrimiento palestino. Esta inconsistencia mina su credibilidad y debilita su papel como defensora de los derechos humanos.
Guardar silencio ante violaciones graves no es neutralidad. Es una forma de complicidad. Cada declaración tibia, cada omisión, cada evasiva diplomática envía un mensaje. Y ese mensaje, en este caso, es el de la indiferencia ante una catástrofe humanitaria.
Gaza arde. Y Europa, pese a tener los medios y la autoridad para actuar, opta por callar. Un silencio que no solo duele: también decepciona.