Donald Trump vuelve a hacer historia, pero no precisamente por sus logros en favor de los derechos humanos. En una medida que ha desatado el rechazo de organizaciones internacionales y gobiernos extranjeros, el presidente de Estados Unidos ha firmado un memorando ordenando la ampliación del centro de detención de Guantánamo para alojar a hasta 30.000 inmigrantes indocumentados. Según sus propias palabras, el objetivo es enviar allí a "los peores criminales" que, según él, representan una amenaza para el pueblo estadounidense.
La decisión, anunciada tras la firma de la llamada "Ley Laken Riley", que endurece las condiciones de detención y deportación de inmigrantes, ha reavivado el debate sobre el uso de Guantánamo como un centro de reclusión fuera del alcance del sistema legal estadounidense. Durante años, la base ha sido símbolo de abusos y torturas, en especial tras los atentados del 11 de septiembre, cuando albergó a sospechosos de terrorismo sin cargos formales y bajo condiciones inhumanas. Ahora, Trump pretende reciclar el mismo centro para su política de mano dura contra la inmigración.
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Una medida extrema y sin precedentes
El anuncio de Trump ha sido recibido con una ola de críticas por parte de organizaciones de derechos humanos, que lo califican de "inhumano y arbitrario". El director de Human Rights Watch, Kenneth Roth, advirtió que "internar a inmigrantes en Guantánamo sin juicio es una violación fundamental del derecho internacional". La ONU también ha manifestado su preocupación, instando a Estados Unidos a respetar los principios del debido proceso y la dignidad de los detenidos.
El Gobierno de Cuba no tardó en reaccionar. El presidente Miguel Díaz-Canel calificó la medida como "un acto de brutalidad" y reiteró su exigencia de que EE.UU. devuelva el control del territorio, que ocupa desde 1903. Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, denunció en la red social X (antes Twitter) que "Washington usa un enclave ocupado ilegalmente para cometer abusos y violaciones al derecho internacional".
Un centro marcado por la tortura y el abuso
El pasado oscuro de Guantánamo no es un secreto. Desde su apertura como centro de detención tras el 11-S, ha albergado a cientos de prisioneros bajo condiciones brutales, sin acceso a juicios justos ni garantías legales. En su momento, la comunidad internacional denunció la existencia de torturas sistemáticas, incluyendo simulaciones de ahogamiento, privación del sueño y abusos físicos y psicológicos.
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Donald Trump tras la firma de la llamada "Ley Laken Riley", que endurece las condiciones de detención y deportación de inmigrantes
El expresidente Barack Obama intentó cerrar la prisión sin éxito, y aunque Joe Biden redujo el número de detenidos a solo 15, la prisión sigue operativa. Ahora, Trump busca darle una "nueva vida", convirtiéndola en un centro de detención masivo para inmigrantes que, en muchos casos, ni siquiera han sido acusados de un delito grave.
El uso político del miedo
La decisión de Trump de usar Guantánamo no es solo una política migratoria extrema, sino también una estrategia electoral. Desde su regreso a la política, ha buscado reactivar su retórica de miedo contra la inmigración, vendiéndose como el único líder capaz de "proteger" a Estados Unidos. Este discurso le ha funcionado con su base de votantes, que lo ve como un defensor de la "ley y el orden".
Sin embargo, las críticas han llegado incluso desde su propio partido. Algunos legisladores republicanos han expresado dudas sobre la legalidad y viabilidad de esta medida. "Expandir Guantánamo para inmigrantes es una solución extrema que podría traer graves consecuencias legales", señaló el senador republicano Mitt Romney.
Un nuevo escándalo para la historia
El uso de Guantánamo para retener a inmigrantes sin juicio es una medida sin precedentes en la historia reciente de EE.UU. y un retroceso en términos de derechos humanos. Si se materializa, marcará un antes y un después en la política migratoria estadounidense, con implicaciones que podrían extenderse más allá del mandato de Trump.
Mientras tanto, la comunidad internacional observa con preocupación este nuevo giro autoritario, que reaviva los fantasmas del pasado y refuerza la imagen de un Estados Unidos que, lejos de ser un referente de democracia, sigue apostando por la represión y el miedo como herramientas de gobierno.