Desde el puerto italiano de Gallipoli ha partido el Handala, un antiguo pesquero convertido en símbolo de resistencia y compasión. A bordo, diecisiete personas de distintas nacionalidades, entre ellas parlamentarias francesas, médicos, periodistas, juristas y activistas. Ninguna armada. Todas unidas por un propósito: entregar ayuda humanitaria a la población palestina de Gaza, sometida desde hace meses a un bloqueo total por parte de Israel. Frente a la parálisis de los gobiernos, este barco plantea una pregunta incómoda y urgente: ¿quién protege hoy el principio de humanidad?
Un acto de desobediencia civil, legal y necesario
El Handala no es un navío de grandes proporciones, pero lleva una carga que pesa: alimentos, medicinas y un mensaje. Zarpa tras meses de preparativos, tras recorrer puertos del norte de Europa y del Reino Unido donde, además de aprovisionarse, sembró solidaridad y pedagogía política. Porque este viaje no es sólo logístico. Es también narrativo. Busca romper el bloqueo no solo físico sino informativo que rodea a Gaza.
La Flotilla de la Libertad, red internacional que organiza la misión, lo ha expresado con claridad: “No somos gobiernos. Somos la gente, que actúa cuando las instituciones fallan”. No es un lema. Es una constatación. Porque en medio de una de las crisis humanitarias más graves del siglo XXI, el silencio de muchas cancillerías democráticas resulta ensordecedor. Mientras se suceden los informes de hambre extrema, bombardeos indiscriminados y destrucción sistemática, el Handala navega con un rumbo simple y contundente: estar allí donde más falta hace.
Entre los tripulantes figuran las diputadas francesas Gabrielle Cathala y Emma Fourreau (La Francia Insumisa), y varios profesionales sanitarios y juristas. Su sola presencia plantea una afirmación política de gran alcance: no se puede normalizar la excepción humanitaria ni reducir la solidaridad a comunicados diplomáticos.
Una misión civil tras la estela del ‘Madleen’
La partida del Handala ocurre apenas semanas después del asalto al Madleen, otro barco de la misma Flotilla, abordado por comandos israelíes en aguas internacionales el pasado 9 de junio. A bordo viajaban doce civiles desarmados, entre ellos la eurodiputada Rima Hassan, la activista Greta Thunberg y el periodista Omar Faiad. Fueron detenidos, interrogados y deportados. Su crimen fue portar víveres y dignidad.
Este precedente, lejos de disuadir la actual travesía, refuerza su legitimidad. Porque si un Estado puede interceptar ayuda humanitaria en el mar sin consecuencias diplomáticas, la erosión del derecho internacional deja de ser una hipótesis y se convierte en realidad. El Handala no sólo navega hacia Gaza, también hacia el núcleo mismo del sistema de normas que rige la comunidad internacional.
El propio nombre del barco evoca esa resistencia: Handala es el niño descalzo creado por el dibujante palestino Naji al-Ali. Siempre de espaldas, testigo mudo de una injusticia persistente, Handala representa a una infancia desplazada, sin voz, sin suelo. Llevar su nombre en la proa es un recordatorio de que los principios también necesitan barcos que los defiendan.
Más que un barco, un desafío ético
En un contexto de devastación, donde las cifras de muertos, heridos y desplazados crecen con cada jornada, el Handala representa algo más que una operación humanitaria: es una afirmación ética frente a la indiferencia institucionalizada. Su navegación es también una denuncia flotante: contra el bloqueo, contra la banalización del sufrimiento palestino, contra la impunidad que permite confundir seguridad con asfixia.
Los intentos de criminalizar este tipo de misiones hablan de una inversión alarmante de valores: los que entregan leche, gasas o harina son considerados provocadores; quienes disparan sobre refugios, actúan en nombre de la seguridad. La política internacional ha tolerado demasiado tiempo ese lenguaje invertido, y el Handala, sin artillería ni blindaje, lo refuta con su mera existencia.
Su eventual llegada a Gaza .o su interceptación, marcará un nuevo episodio en esta larga serie de gestos que, sin resolver el conflicto, sostienen una pregunta necesaria: ¿qué tipo de humanidad somos capaces de ser cuando sabemos que hay poblaciones enteras a las que se niega el pan, el agua, el aire?