“Soy el rey, soy el león”, grita fuera de sí Javier Milei –el ultra que aspira a ganar las elecciones del domingo en Argentina–, ante un auditorio entregado y en éxtasis. Primero fue Brasil, ahora es el país que vio nacer a Maradona el que se sube al carro del nacionalpopulismo, anarcocapitalismo, fascismo posmoderno o como quiera que se llame esta peste que le ha caído a la humanidad. Sobrecoge ver a un tipo con pinta de Lobezno venido a menos saltando como un barra brava sudoroso y destilando bilis y esputos contra el sistema mientras sus adeptos le jalean, le lanzan vítores y le siguen su juego enloquecido. Millones de argentinos se han tragado el bebedizo ultraderechista muy bien envuelto en el partido La Libertad Avanza, un movimiento que comenzó en los barrios humildes y que amenaza con controlar la Casa Rosada en apenas un par de días.
En todas partes los exaltados y ácratas libertarios de derechas se abren paso entre las ruinas de la democracia empleando un mismo truco o artificio: llenarse la boca de libertad, una idea que le han arrebatado vilmente a la izquierda, de la que se han apropiado y a la que han despojado de contenido (antes ya lo hizo Ayuso, esa otra que va soltando estupideces como que España se va a quedar sin españoles). En el fondo, bien mirado, no es la libertad lo que anhelan con tanto ahínco, sino implantar un imperio de estulticia, burricie y mucho odio contra todo lo que huela a socialdemocracia.
Milei, el gran favorito para ganar los comicios, según todas las encuestas, es otro trumpito pasado por la retórica argentina, lo cual lo convierte en un boludo/pelotudo todavía más peligroso. Acérrimo detractor del aborto (incluso cuando la embarazada es víctima de una violación), contrario a la educación sexual en las escuelas, fan de las armas, enemigo del muticulturalismo, negacionista del cambio climático y de los crímenes de Estado perpetrados por la dictadura militar (tacha de mentira que haya 30.000 desaparecidos en el país), representa lo peor de la política de este convulso siglo XXI. Otro clown para una patética función que hemos visto mil veces en los últimos años.
Resulta difícil comprender por qué una nación que debería luchar por mejorar el Estado de bienestar y por la justicia social termina votando a un mamarracho apodado El Peluca o El Loco Milei que sin duda va a gobernar para las élites. Y la única explicación que cabe es que el pueblo ha llegado a un nivel de hastío y hartazgo tal contra los políticos convencionales corruptos, contra la sempiterna crisis económica y contra la amenaza del corralito que ha decidido suicidarse como sociedad. Porque votar Milei, como votar Trump, Bolsonaro, Orbán y otros autócratas de nuestro tiempo, no es más que eso: pegarse un tiro en la sien cuando ya todo ha fallado.
En un país donde cuatro de cada diez argentinos viven en la pobreza más absoluta y soportan una inflación del 124 por cien, ya tardaba en salir el salvapatrias de turno. Hablamos de un tipo que se ha propuesto degradar la democracia hasta convertirla en un auténtico estercolero. Hace unos días, calificaba de “ratas” al resto de adversarios políticos porque solo “quieren ser amados por todos”. Su estilo gamberro y faltón y su lenguaje soez y violento gusta cada vez más al votante, que se ha propuesto dar un severo correctivo a “la casta”. Pero lo peor de todo es que este ser completamente tronado que se comporta en el escenario como una estrella del rock tiene entre ceja y ceja acabar con cualquier estructura de Gobierno e incluso con el Estado mismo, que le sobra porque lo considera su enemigo. A Milei le molesta todo lo que sirva para organizar una sociedad avanzada: el Ministerio de Educación que considera un ente de “adoctrinamiento”, el de Sanidad y el de Hacienda, entre otros departamentos. El que quiera colegio para sus hijos que se lo pague; el que caiga enfermo que hipoteque su casa para curarse, si es que puede; el que pida servicios públicos que vaya asumiendo que Argentina va a caminar hacia el libre mercado totalmente privatizado, sin impuestos de ninguna clase, o sea la ley de la jungla y del más fuerte, única verdad inamovible e inmutable para estos fanáticos del capitalismo salvaje.
En su programa electoral figura demoler el Banco Central Argentino, acabar con el peso para implantar el dólar (una falacia, ya que la dolarización ya existe y no ha resuelto ningún problema) y liquidar las políticas de igualdad de la mujer. El sujeto es un auténtico kamikaze, un destroyer de la civilización humana que de alguna manera sueña con un mundo feudal de ricos controlando a las masas. Solo el dinero te hará grande, ese podría ser su lema decadente. Puro egoísmo insolidario; pura apología de la desigualdad. El país que añora Milei es una especie de Far West con muchos gauchos armados hasta los dientes y puestos de mate con yerba de coca hasta las cejas. “Por mí, si te quieres drogar hacer lo que quieras. Drógate. Mientras que yo no tenga que pagar la cuenta. Porque, ¿yo quién soy para meterme en lo que hace con su vida?”, dijo en cierta ocasión.
Los mítines de Milei son surrealismo en estado puro con pantallas gigantes que emiten imágenes de edificios que se derrumban y bombas nucleares que estallan. Miles de energúmenos como él destilando odio, legiones enardecidas pidiendo mano dura contra los enemigos de la patria (los mismos que son señalados por la extrema derecha aquí, al otro lado del Charco), manadas siguiendo a su macho alfa y reclamando leyes para obligar a las mujeres a tener hijos como en el peor de los Estados totalitarios. “La casta tiene miedo, la casta miedo…”, le susurran los 15.000 asistentes a su show business con aires yanquis mientras él se contrae y se da palmadas en el pecho como un gorila y entra en el paroxismo como un endemoniado a punto de ser exorcizado o un rockero de heavy metal dispuesto a romper su guitarra a golpes contra el suelo. Alguien que defiende la venta libre de órganos humanos es que no está en sus cabales pero, llegados a este punto, ya nadie puede sacar al Joker del circo a punto de reventar. “Viva Vox, viva Santiago Abascal”, proclama la criatura ante sus entregados correligionarios. Es el león, ruge la bestia. “Milei va a sacar el país adelante”, asegura una engañada por la secta “mileinarista” a las puertas del mitin. Pobre Argentina.