El veinte de enero de 2025, el día de la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, comienza una nueva etapa en la guerra de Ucrania, toda vez que el nuevo mandatario ya ha anunciado que resolverá este conflicto en “24 horas”. Son muchos los que piensan en que consistirá la paz trumpiana, dada la cercanía de Trump con el máximo líder ruso, Vladimir Putin, y la escasa simpatía del nuevo presidente hacia la causa ucraniana. Seguramente, dada la actual situación en los frentes y los escasos avances ucranianos de los últimos meses, Ucrania tendría que hacer concesiones territoriales a Rusia a cambio de una paz injusta y podría perder Crimea y los cuatro departamentos anexionados por Putin en octubre de 2022: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. En total, si se impone esta paz a la fuerza, Ucrania perdería aproximadamente el 20% de sus territorios. Quizá para siempre.
Putin, por la experiencia que tenemos desde la crisis de Transnistria -que es activada y atizada por Moscú convenientemente para desestabilizar a la frágil Moldavia-, la aniquilación de Chechenia aplicando la política de tierra arrasada contra el nacionalismo checheno, la anexión rusa casi definitiva de los territorios de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia y la entrega de Nagorno Karabaj a Azerbaiyán, para castigar a Armenia por sus coqueteos con la OTAN y la Unión Europa, nunca entrega los territorios ocupados por su ejército.
Además, con Trump en la Casa Blanca, una UE debilitada y dividida acerca de continuar con las ayudas militares y económicas a Ucrania y un creciente apoyo internacional a Rusia, pero sobre todo de China, Irán, Turquía -que hace la vista gorda a las sanciones occidentales contra Moscú- y la India, la situación de Putin no es tan desesperada, como pretenden hacernos creer algunos medios occidentales, y Rusia posee la capacidad y la potencialidad militar, económica y demográfica para aguantar esta guerra por muchos años, mientras que a Ucrania le cuesta cada vez más reclutar nuevas fuerzas, su economía está exhausta y los apoyos internacionales, si Estados Unidos le retira su apoyo económico -lo que es absolutamente factible-, se verán seriamente perjudicados en los próximos meses. Ucrania, quizá, puede haber perdido ya la guerra, aunque muchos de sus dirigentes y ciudadanos no lo sepan.
Aparte de estas consideraciones, que son ya de por sí un serio revés para la causa ucraniana, las cosas cambian muy rápido en el interior de la UE y desde el año 2022, en que Rusia atacó a Ucrania, se percibe un cambio en la opinión pública con respecto a esta guerra. Francia y Alemania siguen acariciando la idea de una salida política y diplomática al conflicto, incluso negociando a escondidas con Moscú, mientras que en otros países, como en Hungría, Países Bajos Eslovaquia, Rumania y la ex república soviética de Moldavia -que no es miembro del club comunitario pero ha solicitado su ingreso- los partidos prorrusos ganan posiciones.
Rusia y sus tentáculos en Europa del Este y el Cáucaso
El principal socio de Rusia en la escena europea es la Hungría de Victor Orbán, quien se opone a seguir apoyando a Ucrania en esta guerra y bloquea las ayudas a este país dentro de la UE, constituyendo una suerte de quinta columna rusa en la Europa política con la ayuda de sus socios y partidos que le siguen en línea antieuropeísta prorrusa, como Vox en España, la Lega de Salvini en Italia, el FPO en Austria y el Reagrupamiento Nacional de Francia, por poner tan solo algunos ejemplos. Pero también otros países, como Eslovaquia y los Países Bajos, tienen en su ejecutivo a partidos ultras que secundan esta línea antieuropeista favorable a los intereses del Kremlin en el continente. El enemigo estaba en casa y no lo sabíamos.
El ajustado resultado de las elecciones presidenciales en Moldavia, en los que la presidenta pro europea Maia Sandu se impuso por un escueto número de votos frente al candidato prorruso Alexandr Stoianoglo, reveló la permanente interferencia de Moscú, vía redes sociales, noticias falsas, apoyo económico y bulos, en la vida política de casi toda Europa del Este y también del Oeste. Stoianoglo, un descarado agente de Rusia que desestabiliza el país promoviendo la independencia de la región de Gauzgazia, que siempre sintió más simpatías por los rusos que por los moldavos, nunca hubiera llegado hasta la segunda vuelta de las elecciones, cosechando el casi el 45% de los votos, sin la ayuda de Moscú. De ser elegido, hubiera sido un desastre para el país y para Europa, que ya considera a Moldavia un país prioritario y un aliado.
Más preocupante ha sido que un candidato prorruso y líder de uno de los partidos de la extrema derecha en Rumania, Calin Georgescu, se haya colocado contra todo pronóstico como ganador de las elecciones presidenciales rumanas y casi favorito para la segunda vuelta, si alguna instancia superior de este país, como el Tribunal Constitucional, no anula los resultados y procede a celebrar otra primera vuelta ante el cúmulo de irregularidades detectadas, como las campañas de desinformación, fake news y posibles usos irregulares de fondos, probablemente procedentes de Rusia. También el candidato prorruso usó masivamente la red china Tik Tok para hacer su campaña a través de las redes sociales, desacreditar a Europa y, de paso, al resto de los candidatos para sembrar un clima de discordia e inseguridad que le favoreció claramente. Si Georgescu fuera elegido, el Kremlin colocaría al frente de Rumania a un agente ruso y tendría dentro de la OTAN a un aliado fiel, otra una quinta columna, en la misma frontera de Ucrania.
Pero la mano de Putin es alargada y así lo muestran los recientes resultados de las elecciones generales en Georgia, en la periferia postsoviética de Rusia, donde el partido prorruso y antieuropeísta Sueño Georgiano se impuso con rotundidad al resto de las fuerzas políticas que competían en esos comicios. Aunque el resultado ha sido cuestionado por la oposición por ciertas irregularidades durante el proceso electoral y algunas instituciones georgianas también ponen en duda el resultado, Sueño Georgiano ya gobierna en este país y ha anunciado que las negociaciones con la UE quedan suspendidas por ahora sine die, a pesar de las protestas multitudinarias en las calles georgianas y la brutal represión de las mismas por las autoridades. Rusia añade otra pieza más a su lista de aliados incondicionales en su guerra contra Ucrania, mientras Europa pierde a un aliado en el Cáucaso.
Rusia ha entendido que para ganar la guerra a Ucrania no solamente hacen falta fuerzas militares, sino que es muy importante socavar el apoyo de Occidente al país invadido y agredido, ya que sin este apoyo occidental Ucrania está condenada al fracaso y a la derrota. Rusia, a través de sus campañas de desinformación, la descarada propaganda prorrusa, la construcción de bulos y fakes news y el apoyo a la extrema derecha más moscovita, puede haber logrado ese objetivo de alejar a Europa de Ucrania, tal como deseaba Putin. El único objetivo en esta guerra híbrida de Putin contra Europa es dividirla desde dentro, crearle problemas en sus instituciones, como los que genera Hungría obstruyendo los fondos europeos hacia una Ucrania que los necesita urgentemente, para debilitarla, impedir que actúe políticamente y militarmente frente a la amenaza rusa y paralizarla, como está haciendo ahora. Paradójicamente, en esta guerra híbrida contra Europa, Rusia apoya a todo tipo de movimientos políticos, convergiendo en esta gran alianza a favor de Putin partidos y organizaciones de extrema derecha, izquierda radical y grupos separatistas. Como se ha dicho siempre, la política hace extraños compañeros de cama.