La ofensiva militar de Israel entra en una nueva y peligrosa fase: con el envío de 14 brigadas y el desplazamiento forzoso de casi un millón de personas, el Ejército de Netanyahu avanza hacia la toma total de la ciudad de Gaza bajo el nombre de “Carros de Gedeón 2”. Mientras el Gobierno destina 1.500 millones de dólares más a vehículos blindados, se sigue ignorando el coste humanitario de una guerra que se libra, una vez más, sobre los cuerpos y las casas de la población civil palestina.
Una operación de asalto disfrazada de evacuación humanitaria
Cinco divisiones, catorce brigadas, miles de reservistas y una ciudad sitiada. Ese es el balance militar de la próxima fase del asalto israelí sobre Gaza. Bautizada como “Carros de Gedeón 2”, la operación implica tomar físicamente la ciudad —una de las zonas más densamente pobladas del planeta— bajo fuego, bombardeos y desplazamientos forzosos.
El Ejército de Israel ya ha lanzado ofensivas en los barrios de Zeitoun y Yabalia, y estima que más de un millón de personas tendrán que huir hacia el sur. Es decir, desplazamiento forzoso masivo en pleno siglo XXI, con una crisis humanitaria en marcha y escasa presencia de organismos internacionales sobre el terreno.
Mientras tanto, el Gobierno israelí se esfuerza en presentar la operación como un ejercicio de “liberación” frente a Hamás. Pero los hechos son otros: hospitales colapsados, miles de víctimas, estructuras básicas destruidas y un bloqueo casi total que convierte cualquier intento de “asistencia” en papel mojado. Hablar de “nuevas instalaciones sanitarias” en medio de una ofensiva militar terrestre no es planificación; es propaganda.
La seguridad de Israel, a golpe de millones y destrucción
La maquinaria de guerra israelí no solo avanza sobre Gaza. También lo hace sobre los presupuestos. El Ministerio de Defensa ha anunciado que destinará otros 1.500 millones de dólares a blindados y carros de combate, con el argumento de que “el éxito en combate” justifica acelerar la producción. La idea de que “seguridad nacional y crecimiento económico van de la mano” revela una verdad incómoda: la guerra también es negocio.
Lo que Netanyahu presenta como defensa de la nación, el mundo lo ve —cada vez más— como una ocupación sin límites. Las políticas del actual primer ministro han socavado cualquier vía diplomática y han reducido a escombros tanto la Franja como la posibilidad de una solución política real. La promesa de “acabar con Hamás” se convierte así en un cheque en blanco para justificar cualquier acción militar, sin importar el coste civil.
Destruir Gaza no garantiza paz. Repetir la fórmula de la fuerza no trae estabilidad. Lo que está en marcha no es una operación quirúrgica contra un grupo armado: es una ofensiva generalizada que amenaza con borrar a todo un pueblo del mapa.
El futuro de Palestina se decide ahora entre tanques, escombros y discursos de guerra. Pero también entre quienes se niegan a callar ante el abuso.