La maquinaria propagandística de Netanyahu habla de liberación de rehenes, pero sobre el terreno solo hay más destrucción. Mientras nueve países de la UE asisten a España frente a incendios reales, el gobierno israelí sigue alimentando un fuego provocado por su ambición política. La guerra continúa, sin voluntad real de resolverla.
Una “negociación” con fuego cruzado
En un nuevo giro cargado de cinismo, Benjamin Netanyahu ha anunciado este lunes que ha ordenado el inicio “inmediato” de negociaciones para liberar a los rehenes retenidos por Hamás en Gaza. Lo ha hecho, eso sí, desde un puesto militar y acompañado de un mensaje inequívoco: la ofensiva bélica no se detiene.
Pese al aparente gesto de apertura, el primer ministro israelí sigue empeñado en su objetivo de “tomar la ciudad de Gaza” a cualquier coste. Sesenta mil reservistas serán movilizados, en lo que muchos analistas consideran una nueva escalada destinada no solo a destruir a Hamás, sino a castigar a toda la población gazatí.
La maniobra de Netanyahu se produce justo cuando Hamás ha aceptado preliminarmente un plan de alto el fuego propuesto por mediadores internacionales. En lugar de aprovechar la oportunidad diplomática, el dirigente israelí la ignora, reiterando que la “victoria” solo llegará con una “derrota total” del grupo palestino, un objetivo tan político como militar, y que ya ha costado decenas de miles de vidas civiles.
Más destrucción, menos diálogo
Mientras el mundo observa con alarma la crisis humanitaria en Gaza, el gobierno israelí sigue impidiendo un alto el fuego real y efectivo. Las declaraciones de Netanyahu parecen buscar más legitimidad internacional que soluciones concretas. La supuesta “negociación” queda desmentida por los hechos: bombardeos diarios, infraestructuras arrasadas, hospitales colapsados y una población que sobrevive sin agua ni comida.
No es la primera vez que el primer ministro utiliza a los rehenes como instrumento político. Pero esta vez, la instrumentalización resulta aún más cruel: se habla de salvar vidas mientras se multiplican los ataques aéreos y se refuerza el asedio militar. La comunidad internacional —y especialmente Europa— sigue sin ejercer una presión efectiva para frenar la ofensiva ni condicionar su ayuda económica y militar a un compromiso real con la paz.
Netanyahu se aferra a su guerra como tabla de salvación política, mientras la Franja de Gaza se desangra, víctima de una ofensiva que ya ha sido denunciada por múltiples organismos como un posible crimen de guerra. El problema no es solo Hamás. El problema, hoy, es la lógica de exterminio que guía a un gobierno que ha dejado de distinguir entre enemigos armados y población civil.