Las elecciones de Ecuador han servido para consolidar el giro a la izquierda que se observa desde hace unos meses en toda América Latina. Tras unos años dominados por gobiernos y partidos de centro o derecha, las últimas elecciones celebradas en Argentina, Bolivia, México y ahora en Ecuador han vuelto a revalidar esa tendencia y han mostrado a las claras que determinadas políticas, como las de Mauricio Macri, Jeanine Añez, Enrique Peña Nieto y Lenín Moreno, respectivamente, no han funcionado y dado los resultados esperados en estos países, habiendo generado una profunda decepción en sus respectivas sociedades y abriendo las puertas a otras opciones políticas situadas claramente a la izquierda.
Los resultados de Ecuador han sido rotundos y contundentes, revelando contundentemente la derrota del centroderecha capitaneado por el candidato Guillermo Laso, con apenas el 19,60% de los votos y por detrás de dos candidatos de la izquierda, el ganador en los comicios, Andrés Arauz, con más del 32% de los votos, y la gran sorpresa de la jornada, el líder indígena Yaku Pérez, con el 19,80% de los sufragios emitidos. Arauz era el candidato del correísmo, cuyo máximo líder, Rafael Correa, fue duramente fustigado en estos años por el gobierno de Moreno e incluso enjuiciado en un proceso con algunos tintes políticos.
Otra de las sorpresas de la jornada ha sido el excelente resultado obtenido por el candidato de la denominada Izquierda Democrática, Xavier Hervas, que con algo más del 16% de los votos ha derrotado a los sondeos previos, que apenas le otorgaban un 5%, y que se sitúa en el epicentro de la política ecuatoriana con grandes opciones para el futuro. En total, incluyendo los votos obtenidos por Hervas y sumados con los de los otros dos candidatos, la izquierda ecuatoriana ha obtenido casi un 70% de los sufragios emitidos frente a un escaso 30% de las distintas opciones de centro y derecha.
Tras esta clara victoria, pese a que habrá una segunda vuelta entre los dos candidatos progresistas con más votos, la izquierda aparece más fuerte que nunca en el continente y los vientos que soplan podrían incluso llegar hasta otros países, como Brasil y Colombia, donde las gestiones de los presidentes Jair Bolsonaro e Iván Duque, respectivamente, son muy cuestionadas y puestas en tela de juicio en ambos países, sobre todo debido a una gestión de la crisis de la pandemia muy cuestionada y por haber defraudado en las expectativas generadas inicialmente a amplios sectores de la sociedad.
Según el diario brasileño Folha de Sao Paulo, Bolsonaro cuenta con un rechazo que supera al 40% de su opinión pública, mientras que su popularidad apenas llega al 31% y en descenso, según asegura la misma fuente. En este contexto, las posibilidades del Partido de los Trabajadores, al que pertenecen los expresidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff, crecen y no debe descartarse un futuro regreso de este partido al poder en unos próximos comicios. Algo parecido sucede en Colombia, donde no se vislumbra una nítido y carismático líder en la derecha uribista, debido a que en dicha formación reina el malestar ante la gestión de Duque y sus controvertidos nombramientos, y donde la izquierda cuenta con candidatos como Gustavo Petro, que alcanzó más de ocho millones de votos en las últimas elecciones, y trata de conformar una gran alianza, a la que se sumarían otros líderes de centro, para derrotar a la derecha.
La derrota de Trump, otro acicate para la izquierda
Este contexto tan favorable a la izquierda en todo el continente se ha visto favorecido tras la victoria de Joe Biden en los Estados Unidos y la derrota de Donald Trump frente a su competidor demócrata, que había sido apoyado descaradamente tanto por Duque como por Bolsonaro, en un gesto tan inapropiado diplomáticamente como desafortunado para ambos tras la derrota de su "patrón" en Washington. Biden ni siquiera les ha llamado todavía, mientras que ya habló hasta con el presidente de la minúscula Costa Rica.
Sin embargo, la izquierda tiene ante sí enormes retos, como contribuir a una mayor calidad de la democracia en estos países y a la inclusión social, dos de los grandes desafíos de América Latina, y también evitar caer en los errores del pasado, como un acusado intervencionismo económico y un discurso populista que alejó a las inversiones extranjeras. Otro grave riesgo que amenaza a la izquierda es caer en la tentación de que la fracasada vía venezolana al socialismo, que lideró primero Hugo Chávez y después el sátrapa Nicolás Maduro, puede funcionar en sus países, tal como muchas veces sugiere erróneamente -porque le aleja del centro- el candidato colombiano Petro, cuya ex esposa, por cierto, trabaja para el mismísimo Maduro como asesora.
Seguramente, otro fracaso de la izquierda en la gestión de la economía, tal como se constató dramáticamente en Venezuela, podría acarrearla otra larga travesía del desierto y su deslegitimación ante sus sociedades, cada vez más cansadas de la corrupción galopante, la pobreza, la violencia y la miseria generalizada en amplios sectores. Pese a todo, para las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuya supervivencia política pese a Trump nunca estuvo amenazada, los cambios en América Latina son una buena noticia y les dan un balón de oxígeno, quizá por años, para seguir su interminable viaje hacia ninguna parte, es decir, hacia el baldío socialismo. Carajos, qué laberinto.