l presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha manifestado su expectativa de que esta semana se concrete un acuerdo de alto el fuego de 60 días entre Israel y Hamás, en el marco de un plan que contempla la liberación de rehenes y la retirada parcial del ejército israelí de la Franja de Gaza. Sin embargo, la apuesta diplomática del mandatario se produce en un contexto marcado más por intereses políticos internos que por una voluntad genuina de pacificación.
Una iniciativa con fines geopolíticos y electorales
El plan respaldado por la Casa Blanca contempla un cese de hostilidades temporal, negociado con el respaldo de mediadores como Egipto y Qatar, que incluiría la liberación gradual de rehenes en poder de Hamás y una desescalada militar israelí en zonas específicas del enclave palestino. Desde Washington se defiende esta propuesta como un “enfoque escalonado” que permita ganar tiempo para futuras negociaciones más profundas.
Sin embargo, resulta imposible desligar esta iniciativa del contexto político estadounidense. Trump, en plena precampaña para las elecciones de noviembre, cuando en Nueva Jersey, Nueva York, Pensilvania y Virginia se celebren las elecciones generales para determinar los diferentes cargos, busca lavar su imagen internacional, erosionada por su errática política exterior y por su alineamiento incondicional con el gobierno de Netanyahu. Ahora pretende presentarse como mediador pragmático, capaz de forjar acuerdos complejos en escenarios de conflicto extremo.
Pero la apuesta es arriesgada: la situación humanitaria en Gaza continúa siendo dramática, y cualquier tregua parcial que no contemple un proceso político serio corre el riesgo de convertirse en una pausa táctica más que en un camino hacia la paz duradera.
Silencios estratégicos y contradicciones históricas
Trump asegura estar "en conversaciones" y confía en resolver el acuerdo "en el transcurso de la próxima semana", declaraciones que contrastan con la lentitud diplomática que ha caracterizado a su administración en otros escenarios de crisis. A pesar del aparente optimismo, la realidad sobre el terreno sigue siendo volátil, con una escalada de tensiones acumuladas desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.
La propuesta estadounidense no incluye, por ahora, compromisos claros sobre el futuro político de Gaza ni garantías sobre el respeto del derecho internacional humanitario. Tampoco aborda de forma estructural la situación de los desplazados o el colapso de la infraestructura civil palestina, cuestiones que requieren soluciones mucho más amplias que un alto el fuego temporal.
Mientras tanto, Trump guarda silencio sobre las violaciones documentadas de derechos humanos cometidas en la Franja, así como sobre la creciente desconfianza de buena parte del mundo árabe hacia su figura, debilitada por años de respaldo ciego a las posiciones más duras del gobierno israelí. El nuevo enfoque diplomático parece más bien una jugada de cálculo que una convicción moral.
El posible acuerdo de alto el fuego en Gaza es, sin duda, una oportunidad para frenar la violencia y permitir un mínimo respiro humanitario. Pero el protagonismo de Trump en este proceso debe analizarse con escepticismo. Su historial, su oportunismo electoral y la falta de garantías reales en la propuesta impulsada por Washington apuntan más a un intento de reposicionamiento político que a un giro sincero hacia la diplomacia responsable. La paz no puede ser una herramienta electoral, ni el sufrimiento palestino un argumento de campaña.