El 15 de marzo, mientras el mundo se enteraba de que Estados Unidos bombardeaba posiciones hutíes en Yemen, el periodista Jeffrey Goldberg ya lo sabía desde hacía dos horas. ¿La razón? Fue añadido por error a un grupo de Signal donde altos cargos del Gobierno, incluyendo al vicepresidente JD Vance y al secretario de Defensa, Pete Hegseth, compartían información operativa sobre los ataques. Armas, objetivos, secuencia de bombardeos... El periodista Jeffrey Goldberg fue testigo directo del despropósito.
El episodio no solo revela una imperdonable chapuza en materia de seguridad nacional, sino que pone en evidencia el nivel de irresponsabilidad con el que Trump y sus hombres gestionan decisiones de vida o muerte. Un chat improvisado sirvió como sala de guerra, mientras se ignoraban los canales oficiales y seguros que existen precisamente para evitar este tipo de escándalos. Que un periodista se cuele accidentalmente en uno de los círculos más sensibles del poder militar estadounidense no solo es grotesco: es peligroso.

Un chat de guerra como si fuera un grupo de WhatsApp familiar
Goldberg, editor jefe de The Atlantic, recibió una solicitud de conexión en Signal el 11 de marzo. Quien parecía ser Michael Waltz, asesor de seguridad nacional de Trump, lo invitó a un grupo llamado “Houthi PC small group”. Pronto entendió que no se trataba de una broma ni de un intento de suplantación. Estaba dentro de un canal donde el círculo más cercano al presidente debatía, sin filtros ni medidas de protección, los detalles de un inminente ataque militar en Oriente Medio.
Durante días, altos cargos como el vicepresidente Vance, el secretario de Defensa Hegseth, el secretario de Estado Marco Rubio y hasta el ideólogo ultraconservador Stephen Miller, compartieron sin pudor sus posturas sobre el bombardeo, sus preocupaciones políticas, los cálculos sobre petróleo y hasta estrategias para “cobrarle” la operación a los europeos si resultaba exitosa. Vance, por ejemplo, expresó dudas por el impacto económico que podría tener la acción. Pero acabó plegándose: “Si crees que debemos hacerlo, adelante”, escribió a Hegseth.
Lo peor estaba por venir. El sábado 15 de marzo, a las 11:44 de la mañana, Hegseth envió un mensaje al grupo con detalles precisos sobre los bombardeos: coordenadas, tipo de armamento, tiempos de ejecución. Dos horas después, las explosiones comenzaron a sacudir la capital yemení, Saná. Goldberg, que leía todo desde su móvil aparcado frente a un supermercado, no podía creerlo: había sido testigo de una operación militar encubierta como quien lee una conversación entre colegas.
American war planning usually takes place in highly secure facilities. But the Trump administration planned its strikes on the Houthis using a group chat—and accidentally included The Atlantic’s editor in chief, @JeffreyGoldberg. https://t.co/jvBzeJwEuy
— The Atlantic (@TheAtlantic) March 24, 2025
Así actúa la administración Trump
El chat, lejos de ser un canal seguro, era una bomba de relojería para la seguridad nacional. El propio Hegseth afirmaba con soberbia que “estamos limpios en OPSEC”, término militar que alude a la seguridad operativa. Pero usar Signal, una aplicación comercial no autorizada por el Gobierno para tratar información clasificada, equivale a desobedecer todos los protocolos existentes para proteger vidas y misiones estratégicas.
El Consejo de Seguridad Nacional ha confirmado la autenticidad del chat y ha admitido que la inclusión de Goldberg fue un error. Un error, cabe decir, que podría haber costado vidas. La ley de Espionaje prohíbe expresamente manejar información de defensa nacional fuera de los canales establecidos. Y mucho menos se puede invitar, por error o por incompetencia, a un periodista a esas conversaciones. Aun así, la respuesta oficial ha sido tibia: “La operación fue un éxito, no hubo riesgo”, afirmó el portavoz del Consejo, como si el asunto se redujera a un “todo salió bien”.
El papel de JD Vance es igual de vergonzoso. En lugar de defender la discreción y la legalidad, el vicepresidente participó en el chat, expresó su “asco” por tener que salvar una vez más a Europa, y hasta terminó el debate con un lacónico: “Rezaré por la victoria”. Ni una sola palabra sobre la ilegalidad del canal de comunicación ni sobre el periodista infiltrado. Ni un solo reparo a la chapuza.
Trump no sabía nada
Mientras tanto, Trump, fiel a su estilo, dijo desde la Casa Blanca que no sabía nada. Aprovechó para insultar a The Atlantic, calificándolo de “revista que está cerrando”, y desvió el tema como siempre hace. Pero su silencio, más que exculparle, lo señala como lo que es: el líder de una administración profundamente incompetente, que confunde la Casa Blanca con una taberna y las decisiones estratégicas con discusiones de bar.
No es la primera vez que Trump y su entorno menosprecian los protocolos de seguridad. Tampoco es la primera vez que demuestran desprecio por la legalidad, la prudencia y la vida humana. Pero este episodio marca un nuevo mínimo moral y operativo. Convertir la planificación de un ataque militar en un grupo de Signal, donde se habla de matar a líderes enemigos, evaluar el coste político, y celebrar los bombardeos con emojis y “kudos” como si fueran likes de Instagram, no es solo indignante: es aterrador.
President Trump: "I don't know anything about it. I'm not a big fan of The Atlantic, to me it's a magazine that's going out of business. I think it's not much of a magazine...you're telling me about it for the first time." pic.twitter.com/Jd1wG1WzVJ
— CSPAN (@cspan) March 24, 2025
¿Y qué ha hecho el Congreso? Algunos demócratas han levantado la voz, como el senador Jack Reed, quien calificó el episodio como “uno de los fallos más atroces de seguridad operativa y sentido común” que ha presenciado. Pero más allá de eso, el ruido institucional ha sido escaso. Como si ya hubiéramos normalizado que una potencia nuclear pueda actuar como una banda de aficionados con móviles y chats secretos. Como si ya no nos escandalizara que la vida de civiles, soldados y diplomáticos esté en manos de políticos que gestionan la guerra como si fuera un podcast.
El episodio demuestra que, con Trump al mando y Vance como escudero, Estados Unidos se ha convertido en un peligro no solo para sus enemigos, sino para sí mismo. La frivolidad, la torpeza y la absoluta falta de ética son ya el sello de una administración que ni siquiera sabe quién está leyendo sus conversaciones secretas.
Y esta vez, era un periodista. La próxima podría ser algo mucho peor.