La brutal masacre ocurrida este fin de semana en Wharf Jérémie, Haití, en la que al menos 180 personas fueron asesinadas, mayoritariamente ancianos, ha conmocionado a una sociedad acostumbrada a la violencia. Según la Red Nacional en Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), el líder de la banda Wharf Jérémie, Monel Mikano Félix, conocido como Wa Mikanò, ordenó los asesinatos tras acusar a las víctimas de causar la enfermedad y muerte de su hijo mediante brujería. El horror de este episodio resalta no solo la escalada de violencia de las pandillas, sino también el estigma que persigue al vudú, una religión profundamente arraigada en la identidad cultural haitiana.
"Haití está de rodillas, pero nunca en el suelo".
El horror en Wharf Jérémie
La matanza comenzó el viernes y se extendió durante el fin de semana en este barrio marginal de Puerto Príncipe, controlado por la banda Wharf Jérémie. Según el informe de la RNDDH, los miembros de la pandilla utilizaron machetes y cuchillos para asesinar a las víctimas, cuyos cuerpos fueron quemados y, en algunos casos, arrojados al mar. La falta de presencia policial y el control absoluto de las bandas dificultaron la difusión inmediata de la información.
El barrio, descrito como un "infierno en la tierra", se encuentra ahora desolado. Las pocas personas que quedan en la zona viven aterrorizadas, con las calles llenas de casas quemadas y grafitis que exaltan la figura de Wa Mikanò. "Este lugar se ha convertido en un cementerio de esperanzas", señaló Pierre Espérance, director de la RNDDH, al denunciar la inacción del Gobierno haitiano frente a la escalada de violencia.
Vudú: una religión malinterpretada y perseguida
El vudú, declarado religión oficial en Haití, es mucho más que los clichés que lo rodean. Originado en África Occidental y traído al Caribe por esclavos africanos, el vudú combina creencias ancestrales, catolicismo y tradiciones locales. Sin embargo, ha sido objeto de estigmatización, especialmente en episodios de crisis como el actual.
"El vudú no es magia negra ni un instrumento para el mal. Es una religión que busca la armonía espiritual", afirma Jean-Baptiste Clérismé, sacerdote vudú de Cité Soleil. A pesar de esto, su práctica ha sido históricamente atacada. En 1986, tras la caída del dictador Jean-Claude Duvalier, cientos de templos fueron destruidos y practicantes asesinados, en un acto de persecución que líderes religiosos aún recuerdan con indignación.
La violencia pandillera: una espiral sin fin
El contexto de la masacre en Wharf Jérémie refleja un país sumido en la anarquía. Desde el magnicidio de Jovenel Moïse en 2021, Haití ha caído en manos de bandas armadas que controlan gran parte de la capital. El Gobierno, fragmentado y sin recursos, ha sido incapaz de garantizar la seguridad.
El año pasado, la ONU autorizó una misión internacional liderada por fuerzas policiales de Kenia para intentar contener la violencia, pero la operación ha tenido resultados limitados. Mientras tanto, el pueblo haitiano ha recurrido al movimiento de autodefensa conocido como Bwa Kale. Este fenómeno, aunque efectivo en algunos casos, ha derivado en linchamientos y represalias violentas que perpetúan el caos.
"Estamos abandonados. Las bandas controlan todo y la policía está infiltrada por la corrupción", denunció Michel Soukar, analista haitiano. Soukar señala que el pueblo, al no poder distinguir entre policías y criminales, ha optado por defenderse como puede, incluso a costa de recurrir a métodos extremos.
Un llamado a la comunidad internacional
La masacre en Wharf Jérémie ha reavivado el debate sobre el papel de la comunidad internacional en Haití. Mientras países como Estados Unidos presionan para transformar la misión de seguridad de la ONU en una operación de mantenimiento de la paz, potencias como China y Rusia se oponen, bloqueando los esfuerzos en el Consejo de Seguridad.
"Se necesita una intervención más robusta que garantice no solo la seguridad, sino también la reconstrucción institucional de Haití", afirmó William O’Neill, experto en derechos humanos de la ONU. Sin embargo, la solución parece lejana en un país donde el Estado apenas existe y las bandas imponen su ley.
A pesar del horror, el pueblo haitiano ha demostrado una notable capacidad de resistencia. Desde el fortalecimiento del vudú como símbolo cultural hasta el surgimiento de movimientos de autodefensa, Haití lucha por sobrevivir en medio de la adversidad.
Como dice un proverbio local: "Haití está de rodillas, pero nunca en el suelo". Sin embargo, sin un cambio estructural que implique el desarme de las bandas y la reconstrucción del Estado, el país seguirá atrapado en un ciclo de violencia y desesperación.