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Le Roi Louve: Una odisea trans

Alejandro Jiménez Cid
Alejandro Jiménez Cid
Músico y ensayista
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análisis

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Le Roi Louve, de Adrián Fernández Delgado, Émilie Alibert y Denis Lapière. Dupuis, 3 tomos (hasta la fecha), 56 páginas y 15,50 € c/u.

No tengo por costumbre escribir reseñas de comics que aún no han sido publicados en nuestro país, pero en el caso de Le Roi Louve voy a hacer una excepción, por la candente actualidad de los temas que toca y la originalidad de su enfoque. Así, de paso, rompo una lanza por esta obra valiente y lanzo una llamada a alguna no menos valiente editorial del terruño para que compre sus derechos, la traduzca y la publique para uso y disfrute de los tebeófilos peninsulares.

La editorial belga Dupuis ha sacado ya tres tomos de esta serie, que a día de hoy se sigue serializando en la mítica revista Spirou, archirrival de Tintin y orgullosa superviviente de aquellos tiempos en que la bande dessinée era de quiosco y no de librería. Spirou mantiene su nicho de público en el rango etario de 9-16 años, y lleva décadas distiguiéndose por dar a sus contenidos un toque progresista y desacomplejado. Los editores de la revista no se cortan un pelo en ofrecer a sus tiernos lectores historias de relaciones afectivas alejadas de la heteronorma (véase Los demonios de Alexia) o sobre el descubrimiento de la sexualidad: allá por los noventa los guardianes de la moral ponían el grito en el cielo cuando el Pequeño Spirou de Tome y Janry jugaba a médicos y enfermeras con sus compañeritas de clase. En esta misma línea se inscribe ahora la publicación de Le Roi Louve, «El Rey Loba», donde la rebelión contra los encasillamientos de género comienza por el propio título. Pero, pese a ser una obra militante, todo un canto a la libertad en los afectos y en la expresión de identidad sexual, no se trata del consabido drama social lacrimógeno, sino de una vibrante saga de espada y brujería que se desarrolla en un mundo de fantasía poblado por razas fantásticas e insectos gigantes.

Los artífices de la historia de Le Roi Louve son el tándem formado por Denis Lapière y Émilie Alibert. Lapière es todo un veterano de la escena de la bande dessinée, reconocido por la solidez de sus guiones; no hace falta sino recordar sus memorables colaboraciones con Rubén Pellejero ilustrando historias desgarradoras del otro lado del telón de acero: Un poco de humo azul… (2000) o El vals del gulag (2004). Lapière y Alibert tienen ya un recorrido como dúo de guionistas, estrenándose en 2017 con la serie Rose junto a Valérie Vernay. En cuanto al granadino Adrián Fernández Delgado, lleva años batiéndose el cobre en la competitiva escena francobelga; se puede decir que está curtido como pocos en las formas visuales de la fantasía épica tras haber pasado años diseñando personajes y escenarios para Wakfu, el conglomerado de series de animación, videojuegos y seudomangas del estudio Ankama, respuesta francesa a los megalómanos productos transmediáticos de la industria nipona.

Le Roi Louve no es, desde luego, una obra tan ambiciosa en sus pretensiones comerciales como la franquicia de Ankama, pero apunta bien alto en su mensaje. La acción se sitúa en un mundo donde conviven varios pueblos en una paz precaria: un matriarcado humano que se reproduce de forma ovípara, una raza de simpáticos seres subterráneos semejantes a tomates… y un reino de licántropos que experimentan un singular fenómeno durante sus años de pubertad: cambian de sexo cada ciclo lunar. Viven un mes como lobos y un mes como lobas, y así alternativamente hasta que al cumplir los dieciocho se estabilizan en su sexo mediante cierto ritual mágico (en el que, por cierto, interviene un huevo humano). Pero en este ritual no siempre el individuo tiene libertad para elegir: es la sociedad la que decide si cada cual va a ser lobo o loba, según las necesidades del momento.

Aquí es donde entra Petigré, protagonista de la historia, que está en plena crisis de adolescencia cambiando de sexo cada ciclo menstrual y que, para colmo, ocupa la comprometida situación de ser el príncipe, princesa, princese o como queráis llamarlo del reino de los lobos. Aunque las tradiciones dictan que el rey de este pueblo ha de ser varón, Petigré se siente mujer y está dispuesta a enfrentarse a su sociedad entera para que nadie decida su género por ella. En su rebelión, a Petigré no le quedará más remedio que huir de su tierra, y se juntará en el camino con un puñado de personajes a cual más pintoresco, todos ellos criaturas desarraigadas embarcadas en sus respectivas búsquedas: Rum es un humano que quiere ser lobo; Angus es el cascarón de un joven que ha perdido el alma, y JJJ es una criatura tomatesca que viaja por bosques, montañas y desiertos en pos de un tesoro. La búsqueda del tesoro es la metáfora por excelencia de todas las búsquedas personales: anhelos de identidad, de amor, de ser quienes quieren ser en un mundo que no se lo pone nada fácil.

Podemos considerar Le Roi Louve como una relectura queer de La búsqueda del pájaro del tiempo u otra de las sagas de los años dorados de la bande dessinée: un relato épico adaptado a los modernos discursos de reivindicación de las identidades trans y de la fluidez de género. En sus páginas reverbera poderosamente la afirmación de que la lucha de la persona por reivindicar su libre expresión de género, contra viento y marea, tiene mucho de heroico, aun en estos días en que la legislación empieza a ser algo más favorable para quienes se niegan a amoldarse al lecho de Procusto de la heteronormatividad. Mención especial merece el personaje de Petigré, imbuido de un magnetismo irresistible gracias al trazo magistral de Adrián y la caracterización de Alibert y Lapière. Pese a que Spirou es una revista que limita la exposición de carne, la imagen de Petigré resulta intensamente sensual tanto en su forma masculina como en la femenina; y en las historias de amor que se entretejen a su alrededor, quienes aman y desean al Rey Loba no lo hacen como hombre ni como mujer, sino como persona, independientemente de su género cambiante. Como decía un personaje de Steven Universe (otra serie maravillosa que también apuesta fuerte por desmontar el discurso binario), «No eres dos personas, ni eres una sola. Eres una experiencia».

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