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Luis Landero, el rapsoda mágico

‘La última función’ busca en el teatro la tabla de salvación de unos protagonistas tocados con la varita mágica de la excelencia creativa, antes de que su terruño se convierta en un erial más de la España despoblada

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análisis

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Afortunadamente, el mundo del flamenco perdió un excelente guitarrista. La veta de artista no se truncó ahí, puesto que continuó irradiando arte por otros vericuetos tan insondables como aquéllos, precisamente en el siempre proceloso mundo de la literatura y la ficción novelesca para más señas. Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) es, hoy por hoy, sin discusión que merezca el más mínimo recorrido, uno de los grandes novelistas españoles, y sobran dedos de una mano para contarlos. Vuelve a demostrarlo con su última propuesta, La última función (Tusquets), con muchas tablas y no menos oficio, tantas como demuestran los dos protagonistas que se entrecruzan en esta entrañable historia en torno al mundo del teatro, Tito Gil y Paula, ante los que es imposible no caer rendidos, por sus múltiples encantos desplegados en esta novela a rebosar de secundarios de lujo, como en la mejor berlangada imaginable.

Desde que asombrara a propios y extraños allá a finales de la década prodigiosa de los ochenta del pasado siglo con Juegos de la edad tardía, el Premio Nacional de las Letras 2022 no ha parado de superarse a sí mismo y a su obra, siempre en busca de hacer cumbre, objetivo que quizá haya logrado ya y aún no se le haya reconocido de forma oficiosa y oficial. Porque Landero es de esos escritores que a primera vista parece que escriben una y otra vez la misma novela. Nada más lejos de la realidad.

Es el mismo escritor, eso sí, pero en una constante evolución hacia arriba que lo evidencia con cada nueva novela, artefactos de precisión estilística que siempre van más allá, en una búsqueda valiente del santo grial de la ficción novelesca. Y mucha culpa de ello la tienen sus personajes, que poseen siempre el marchamo de lo adorable, lo añorable y lo enternededor. Son seres cotidianos que surgen de una bruma de los tiempos en busca de cumplir unos sueños que en la mayoría de las ocasiones se desvanecen como azucarillo en el café. La vida misma retratada con un estilo sereno, perfeccionista y caudaloso en cuanto a recursos lingüísticos. De ahí que se suela achacar a Landero un afán cervantino en su pluma. Porque si de algo pecan sus protagonistas es siempre de tener un punto de quijotescos. No por casualidad el humor fino y elegante está presente en todo momento en el escritor que un día fue guitarrista hasta que se cruzaron en su camino los molinos de viento de la literatura.

Sus personajes poseen el marchamo de lo adorable, lo añorable y lo enternededor. Son seres cotidianos que surgen de una bruma de los tiempos en busca de unos sueños que se desvanecen como azucarillo en el café

La historia de La última función es tan sencilla como magnética: aquel niño prodigio de portentosa voz que llegó a rapsoda y actor reconocido regresa al pueblo del que un día ya lejano salió para siempre en busca de un futuro que no podía darle el lugar que lo vio nacer y crecer. Los lugareños le proponen organizar una representación y él recoge el guante y se propone llevarla a cabo por todo lo alto, de forma colectiva, para atraer el turismo y evitar la ya palpable despoblación del terruño. En su camino se cruza de forma casual una mujer que ha visto desmoronarse uno tras otro todos sus sueños en medio de un día a día mediocre y bajo el puño maltratador de su pareja. El coro de personajes secundarios aporta el resto a una historia que se puede denominar sin ambages plenamente landeriana, porque al igual que Berlanga sólo hubo uno, también Landero demuestra que su literatura es única, personal e intransferible, para disfrute de sus lectores.

No es necesario preguntarse si La última función es una de sus mejores novelas, porque seguramente la verdad está en todos y cada uno de sus lectores, en el que apuesta sin dudarlo por su ópera prima o aquel otro que se emocionó con El huerto de Emerson o Lluvia fina, o quien sabe si acierta el que elige El mágico aprendiz o Cabelleros de fortuna.

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