En democracia hay una máxima no escrita: cuando todos te dicen que debes irte, debes irte. Si tienes en contra a todo el partido, a la oposición, a la mayoría de la prensa y hasta a tus propios votantes, es que algo has hecho mal. Tras una semana de polvareda mediática por el caso Koldo, el exministro José Luis Ábalos se encuentra en una posición insostenible. Fue él, y nadie más que él, quien escogió a la manzana podrida para meterla en el cesto del ministerio y darle carguetes aquí y allá. Un señor con antecedentes por peleas y palizas. El portero de un puticlub pamplonica conocido como el Rosalex. Un figura.
Sin duda, Ábalos no tuvo el mejor día ni el mejor casting cuando seleccionó a este personaje que llegó a consejero de Renfe Mercancías sin saber lo que era un tren. Se veía a la legua que alguien con semejante currículum estaba absolutamente incapacitado para hacer las veces de chófer, guardaespaldas y chico para todo del ministro. Ningún ciudadano debería poder acceder a lo más alto de la Administración pública con un historial que huele a estiércol. ¿Qué pensarán los miles de opositores y opositoras que se dejan la piel y media vida, hincando codos sufrida y honradamente, para aprobar una dura oposición? Tanto estudiar para que luego llegue el dedo divino abaliano y coloque a su dóberman como asesor de no sé qué en los más elevados escalafones ministeriales. No es decente. No es digno. No es de recibo. Y solo por eso el exministro tiene que entregar su acta de diputado ya mismo, dejar el partido e irse a su casa.
Lo que presuntamente ha hecho el tal Koldo, sacar tajada y mordida con el negocio de las mascarillas en plena pandemia, es de lo más nauseabundo que hemos visto en democracia. Ya da igual si el exministro sabía que su armario de dos por dos estaba metido en el ajo o no. Ya poco importa si tomó parte en esa asquerosa mafia para lucrarse con el dolor y el sufrimiento de los españoles. Ese escolta nunca tuvo que tener un flamante despacho propio en el Gobierno. Nunca debieron haber depositado confianza política en él. Y, aunque es cierto que Ábalos no está acusado de nada en el juzgado (de momento), él es el único culpable de este escandalazo que traspasa fronteras y que pone en jaque al gabinete Sánchez. Debe irse y debe hacerlo cuanto antes.
Cuenta la prensa que a esta hora el político socialista sopesa seriamente entregar su acta y salir por la puerta de atrás del Congreso de los Diputados. Pero también se dice que medita pasarse al Grupo Mixto y seguir aferrado al escaño. Sería un grave error. Está marcado para siempre, mancillado, y él lo sabe. Agarrarse con uñas y dientes a su asiento sería tanto como darle la razón a tantos políticos del Partido Popular que antes que él le echaron jeta y siguieron en la vida pública en medio de graves tramas de corrupción. Aquello le costó una moción de censura a Rajoy. Por eso, esto ya no depende ni del lacayo Koldo ni siquiera de Ábalos. Esta truculenta historia debe ser zanjada cuanto antes por el propio Pedro Sánchez, ya que cada día que pasa se extiende un poco más el incendio en el PSOE, tanto como ese fuego voraz que en menos de media hora ha devorado un bloque de viviendas en Valencia.
Las noticias que van saliendo respecto a este affaire huelen peor cada minuto que pasa. Ahora hemos sabido que el polémico asesor (por llamarlo de alguna manera) llegó al partido de la mano de Santos Cerdán –el negociador de la amnistía con Junts (cuidado con esto)–, quien le dio el empujón necesario en su salto meteórico a Madrid. El propio Sánchez, en su Manual de resistencia, le dedica una parrafada al sospechoso aizkolari, casi a modo de agradecimiento, al recordar que fue este fontanero de Ferraz el encargado de custodiar, día y noche, los 57.000 avales que había recogido para ser candidato a secretario general del PSOE en aquellas primarias convulsas de 2017. Antes, el premier lo había calificado como “uno de los gigantes de la militancia” socialista en tierras navarras y “un referente político en la lucha contra los efectos de la crisis y las políticas de la derecha”. Qué ojo clínico el del presidente, que por supuesto también tiene su parte de responsabilidad en todo este triste remake de un thriller que ya vimos en los años noventa, cuando al felipismo le salían roldanes hasta debajo de las piedras.
Ya instalado como uno más en el poder, y también su mujer, y su hermano (enga una más de nepotismo), Koldo empezó a pagar facturas. Fue él quien trasladó a Ábalos a aquella reunión con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, el Delcygate que dejó al Gobierno al borde de una crisis galopante. Todo lo que rodea a esta extraña pareja, a este Jack Lemmon y a este Walter Matthau condenados a terminar solos en un aislado apartamento de la política, tirándose los platos a la cabeza, resulta tan surrealista como esperpéntico. Hoy, El Mundo sigue echando más cicuta al caso al publicar que la orden de contratar con Soluciones de Gestión, el chiringuito de las mascarillas de Koldo, provino directamente del entorno del ministro. Un titular demoledor, una puntilla definitiva.
Hay tanta mugre en el ministerio que va a resultar imposible limpiarla. Pasa el tiempo. El reloj avanza. Ya se ha cumplido el ultimátum de Ferraz para que Ábalos dimita de todos sus cargos. Sánchez suda en Moncloa a la espera de que el exministro termine de deshojar la margarita. “Me voy, o Grupo Mixto; me voy, o Grupo Mixto…” Quizá tirar de la manta, como un nuevo francotirador contra el sanchismo. De lo que decida este hombre depende el futuro del Gobierno, de España y de todos nosotros. Espeluznante y penoso. Los tractores de Abascal ya se pueden volver a sus cuarteles de invierno, porque este golpe es más letal que cien cortes de tráfico en las autopistas.