El reciente vertido de microplásticos o pellets va camino de convertirse en el nuevo caso Prestige del Partido Popular. En Génova hay preocupación (y en algunos prebostes hasta canguelo), por un desastre ecológico a las puertas de las elecciones gallegas. Los más pesimistas creen que la calamidad (otra negligencia provocada por la mano humana) pasará sin duda factura en unos comicios que los populares habían planteado como un nuevo plebiscito contra Sánchez. Otros, los más joviales y optimistas, consideran que todo esto se habrá olvidado en unas semanas. Estos últimos se basan en la falsa creencia de que el gallego es por naturaleza sumiso, adocenado, borrego, y volverá a darle la mayoría absoluta al PP, tal como ocurrió después del 13 de noviembre de 2002, cuando aquel maldito buque petrolero con bandera de Bahamas se partió en dos, provocando la mayor catástrofe ecológica de la historia de España al derramar toneladas de chapapote sobre las costas gallegas (los célebres hilillos de plastilina a los que se refirió el entonces ministro Mariano Rajoy en aquella rueda de prensa de infausto recuerdo).
El hundimiento del Prestige provocó un movimiento ciudadano inédito hasta entonces: el Nunca Máis. Miles de personas se desplazaron altruistamente desde todos los rincones del país para arrimar el hombro y retirar con sus propias manos el aluvión de crudo, que dejó un paisaje desolador con las hermosas playas embadurnadas de negro. Fue uno de los ejemplos de solidaridad más conmovedores que se recuerdan. Pero no parece que estemos en el mismo momento. La sociedad española ha cambiado desde aquellos tiempos, nos hemos hecho más egoístas y pocos parecen dispuestos a dar lo mejor de sí, gratis, por el bien común.
Los miles de millones de pellets (pequeñas partículas de plástico no biodegradables) que un carguero ha vertido al mar frente a las bahías de Portugal, y que llegan ya hasta Asturias, son tanto o más peligrosos que el fuel del Prestige. Contaminan la arena y la vegetación, son tragados por los peces que los confunden con comida, se introducen en la cadena trófica. Y al final, esa lubina contaminada que llega a nuestra mesa, y que creemos tan suculenta, sana y saludable, viene con regalo incluido a modo de letal Kinder sorpresa: una serie de diminutas bolitas blancas, casi translúcidas e invisibles, altamente cancerígenas. Los científicos estiman que cada semana comemos el equivalente en plástico a una tarjeta de crédito. Pocos ejemplos más claros y evidentes de cómo la actividad industrial no solo destruye el planeta, sino que se revuelve contra el propio ser humano para acabar también con él.
Estos días, el recuerdo del Prestige ha vuelto a las playas gallegas. Algunos ciudadanos, pocos, recogiendo las peligrosas bolitas de plástico, rebuscando entre la arena, cribando como pueden con improvisados utensilios domésticos. Es una batalla tan loable y conmovedora como perdida de antemano. Y, sin embargo, es preciso actuar ya, antes de que las diminutas partículas entren en la cadena alimentaria. “Cuanto más pequeñas más peligrosas son, entran en las plantas y en los animales y llegan a nosotros. Hay que tomar medidas con urgencia”, asegura Fernando Valladares, investigador del CSIC.
Estamos sin duda ante una catástrofe medioambiental tan preocupante como el chapapote que llegó hasta el último pueblo costero del norte de España. A esta hora la Xunta debería haber activado el nivel de alerta (tiempo ha tenido desde el 13 de diciembre, cuando se produjo el incidente) y todas las instituciones del Estado tendrían que haberse puesto a trabajar, manos a la obra y codo con codo, para paliar los efectos de la desgracia. Pero han pasado varios días desde el suceso y aquí lo único que se mueve es el cainismo de siempre. Estamos en época electoral y al cacique gallego no le interesa un escándalo ecológico con el consiguiente pánico entre la población. Por eso solo han movilizado a doscientos limpiadores para depurar la costa. Doscientos recogedores para 25 toneladas de material tóxico y 1.500 kilómetros de playas. Una broma.
Así las cosas, el Gobierno central acusa a la Xunta de Galicia de negligencia por no haber actuado antes contra el vertido (y razón no le falta, hay precedentes de que los gobiernos del PP suelen hacerse los remolones cada vez que se produce un desastre de algún tipo). A su vez, el Ejecutivo regional tacha de oportunista al gabinete de coalición Sánchez por tratar de utilizar el asunto para sacar rédito en la próxima cita con las urnas. Solo la Fiscalía ha movido ficha al entender que las famosas bolitas o pellets son altamente nocivas para la fauna, la flora y la salud humana. El problema es que un par de fiscales y un puñado de policías medioambientales poco podrán hacer para frenar tanta devastación. Podrán identificar a los culpables, a la empresa contaminante, al armador responsable de que miles de sacos con microplásticos hayan terminado en el mar. Podrán incluso determinar si los dirigentes de la Xunta competentes en la materia (más bien incompetentes) activaron el protocolo de emergencia a tiempo para poder sacar del mar la mercancía peligrosa. Pero el mal ya está hecho.
El fantasma de otro Prestige planea sobre las cabezas no solo de los gallegos, sino de todos nosotros, ya que el pescado que llega a nuestros platos proviene en buena medida de la zona contaminada por el vertido. Pero en España todo es ruido y furia y poca diligencia y eficacia en la gestión de grandes catástrofes. Lo primero es hacerse la foto en helicóptero sobrevolando la zona afectada y la habitual ceremonia de la confusión y de odio político, o sea los “hunos y los hotros” a los que se refería Unamuno tirándose los trastos a la cabeza mientras el bosque arde, el aire se envenena y los ríos y mares se pudren. Produce vergüenza y asco comprobar cómo, cuando el gran asunto del día de hoy debería ser hacer frente a la penúltima catástrofe ecológica gallega, algunos dirigentes del PP tratan de desplegar la habitual cortina de humo dando la matraca con Puigdemont, los enemigos de España y la amnistía. Al igual que en su día Rajoy calificó el vertido de cientos de toneladas de fuel del Prestigecomo unos cuantos “hilillos de plastilina”, hoy la Xunta ha tratado de manipular a la opinión pública restando importancia al caso y calificando el vertido como unas “boliñas de plástico”. En este país ya se sabe que lo primero es ganar las elecciones; después las pandemias, el medio ambiente y la salud de las personas. Tiempo habrá de comprar la voluntad del pueblo con indemnizaciones de miseria. Como cuando trataron de tapar la ruina dando cuatro duros de mierda a los damnificados por el desastre de 2002 y algún que otro idiota declaró, satisfecho y con una sonrisa en la boca, que “más Prestiges se tendrían que hundir”.