Blanquear al nazi

29 de Marzo de 2024
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Partido Popular y Vox han empezado, allá donde gobiernan en comandita, el vergonzante y sistemático borrado de la memoria histórica. La mal llamada ley de concordia que populares y voxistas se han sacado de la manga en las comunidades de Valencia y Castilla y León solo tiene un objetivo: darle la vuelta a la historia para blanquear el franquismo, que fue nuestro fascismo patrio.

El truño legal que prepara el bifachito no es presentable ni desde el punto de vista político, ni histórico, ni por supuesto moral. Políticamente, porque liquida de un plumazo todo lo que se ha conseguido en los últimos años: el reconocimiento de los derechos de las víctimas, la búsqueda de los miles de cuerpos enterrados en las cunetas y paredones de cementerios –aliviando el dolor de los familiares–, en definitiva, el intento de compensación (que no de reparación, nadie puede reparar un genocidio tan monstruoso como el que dio lugar el golpe de Estado del 36) de tantos represaliados. Históricamente, la ley es inaceptable porque consuma el triunfo de la mentira sobre la verdad de unos hechos –la Guerra Civil y el franquismo– sobre los que ya había un consenso científico tras décadas de estudio a cargo de eminentes expertos no solo españoles, sino extranjeros, como la gran brigada de hispanistas formada por los Paul Preston, Gabriel Jackson, Hugh Thomas, Ian Gibson y tantos otros. Y en último lugar, no se sostiene moralmente porque tratar de equiparar a fascistas con demócratas es sencillamente una aberración ideológica. Si hace solo unos años, alguien nos hubiese dicho que esto iba a pasar, lo hubiéramos tachado, directamente, de loco iluminado.

Los revisionistas de la extrema derecha han estado trabajando duro durante el último lustro para retorcer la realidad del pasado y ahora plasman sus ficciones, sus gallardas mentales, sus fábulas, en esta normativa preñada de delirio conspiranoico y fake. Así, de esta ley de concordia (un gran eufemismo por otra parte, ninguna concordia puede construirse sobre los cimientos de la falacia, por mucho que ese truco funcionara milagrosamente en la Transición) se desprende que todos, demócratas y golpistas alzados, víctimas y criminales, asesinados y verdugos, son iguales ante la ley y tienen derecho a la reparación, al honor, a la memoria. ¿Qué quiere decir todo esto? Que los nostálgicos del régimen anterior, hoy ocupantes de las instituciones democráticas, han conseguido, por fin, blanquear al nazi. A partir de ahora, el nazi es un sujeto de derechos y cuidado con quien se atreva a arrebatárselos. El nazi ya no es el malo de la película, como nos han estado contando los historiadores, novelistas, ensayistas y cineastas judíos de Hollywood que se han acercado al tema de los fascismos para tratar de desenterrar la verdad. A partir de ahora el nazi es bueno, una víctima más, un mártir que sufrió la violencia en sus propias carnes. Pobre nazi, tan maltratado y vapuleado durante tanto tiempo.

El fascismo no solo es barbarie, odio y fanatismo, también es negacionismo, propaganda y mentira, así que todo va a cambiar con esta fingida y cínica ley de concordia. De ahora en adelante al nazi se le respeta, oiga. Porque el nazi no tuvo la culpa del millón de muertos que provocó el levantamiento nacional del general Franco, ni de los campos de concentración, ni de las lóbregas cárceles donde se dejaron la vida miles de republicanos, ni del exilio de Machado y tantos otros. Ni de las cunetas rebosantes de huesos nobles y anónimos. Un nazi es una persona como otra cualquiera, con su corazoncito y sus buenos sentimientos. Al nazi se le trata con cariño porque es un padrazo de familia que ama a su perro.

“Honrar y proteger la historia de España desde 1931 hasta 1978 y equiparar a las víctimas de este período”, dice el preámbulo del bodrio revisionista que prepara la derechona ultra en Castilla y León. Para esta gente, en esto consiste la reconciliación, la pretendida concordia, en que los crímenes queden impunes, en que las propiedades y bienes arrebatados a los republicanos sigan en manos del franquismo, en que no se sepa nada, que no se remueva nada, ni la tierra, ni la historia, ni la verdad. Que todo siga atado y bien atado. “Las víctimas son víctimas, con independencia del cómo, cuándo y quién”, afirman los promotores de la bazofia legal que nos han cocinado, y en eso, ciertamente, tienen razón: tan asesino es el falangista que dio el paseíllo a Federico como el rojo que fusiló curas y monjas. El problema es que después de la guerra hubo una dictadura, el cuarentañismo, cuatro décadas de represión y de falta de libertad, de terrorismo de Estado, de desaparecidos, de horror, silencio y exilio. Y de eso no dice nada esta gente, esa parte la borran discretamente porque condenar el Régimen sería tanto como condenarse ellos mismos, que son sus herederos ideológicos. Por eso callan como tumbas (las mismas tumbas que hablan cuando se abren y cuentan la verdad), por eso proclaman que la condena de la dictadura va implícita en el texto (otra burda falsedad), por eso nos piden que “no le busquemos los tres pies al gato”. Cualquier día replantan la estatua ecuestre de Franco en medio de la Cibeles y tan tranquilos.

Quieren blanquear al nazi porque creen que así, limpiándole el uniforme machado de sangre inocente, aseándolo y presentándolo como una víctima más del devenir histórico, podrán manipular al pueblo para que vuelva a comprarles el mismo discurso del odio que nos arrastró a aquellas catástrofes del pasado. Pero la historia fue como fue y cuatro fachas con ínfulas de historiadores domingueros no van a conseguir cambiarla por mucho que se empeñen. La España de hoy ya no es aquella España atrasada, harapienta y analfabeta que gobernaron durante siglos. Puede que engañen a algunos durante un tiempo, pero no podrán engañar a todos todo el tiempo.

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