La escasez de agua lleva a los gobernantes a proponer medidas restrictivas que, una vez más, pagarán en mayor medida las clases vulnerables. Es el caso de las duchas de menos de tres minutos. Ya en 2009, Hugo Chávez, entonces líder de Venezuela, puso en marcha esa polémica idea. “Hay gente que se pone a cantar en el baño media hora. ¿Qué comunismo es ese? Yo lo he contado: tres minutos es más que suficiente; no quedo hediondo. Un minuto para mojarse, otro para enjabonarse y el tercero para enjuagarse; lo demás es un desperdicio”. Esa fue su forma de aleccionar a la grey sobre las bondades tonificantes no solo de la ducha rápida, sino de la ducha fría, que consume menos energía y por consiguiente es más barata. Eso sí, seguro que El Comandante no se privaba de unos largos diarios en la piscina de alguna mansión.
Medidas de este tipo ya circulan por Bruselas, donde la UE empieza a plantearse implantar el chapuzón visto y no visto para mejorar los recursos hídricos. Una vez más estamos ante un ejemplo evidente de que el cambio climático va a pagarlo, de nuevo, el pueblo, que es quien más sufre las calamidades. La transformación del modelo productivo debería recaer sobre las grandes fortunas y quienes más tienen. Pero no ocurre así. Ya lo estamos viendo en el caso del coche eléctrico. Al proleta currante se le va a obligar a vender su viejo vehículo contaminante de toda la vida para adaptarse a las energías renovables pero, ¿cómo va a comprar uno nuevo con esos precios inasequibles? El millonario no tendrá problema en adquirirlo, pero el obrero, el trabajador de a pie, no podrá hacer frente a la inversión y se verá abocado al transporte público o al coche de San Fernando, un ratito a pie y otro caminando. Ya no estamos en los tiempos del desarrollismo franquista, cuando el Seiscientos hizo la gran revolución social en España. Hoy por hoy comprarse un coche se ha puesto imposible, basta con mirar los anuncios y ver esos precios con varios ceros mareantes. Ni un viaje al espacio en un cohete de Elon Musk.
Mucho nos tememos que la crisis climática nos encamina hacia una sociedad más desigual, menos cohesionada y más injusta, una sociedad con una brecha entre ricos y pobres todavía más profunda y acentuada. Ahora quieren que nos duchemos en menos de tres minutos. Mañana nos suprimirán el jamón ibérico, gran logro de las masas obreras en su camino hacia un mundo mejor, el Rioja de marca o el aire acondicionado, que con estos veranos criminales ya no es un artículo de lujo, sino un producto de primera necesidad para no morir de un golpe de calor.
Nosotros mirando el reloj bajo el chorro de agua y ellos, las élites, la biuti, la gente de bien, como dice Feijóo, solazándose en sus piscinas, en sus jacuzzis, en sus saunas, baños turcos y campos de golf bien hidratados. ¿Quién va a controlar que la jet se duche dentro de esos miserables 180 segundos que reclaman los expertos en la lucha contra el cambio climático? ¿Se creará acaso una unidad policial especial para regular que todos cumplen por igual? No seamos ingenuos. El contador de la compañía municipal discriminará, una vez más, entre los de abajo y los de arriba. Para los primeros habrá inspecciones, cortes, limitaciones y restricciones. Multas por exceso de consumo. Por el contrario, nadie se enterará de si el magnate, cómodamente recostado en su tumbona junto a la piscina, sigue viviendo a todo tren como siempre y gastando el agua que le venga en gana. Hecha la ley, hecha la trampa.
Una ducha rápida es beneficiosa para la salud, nos dice la OMS. Supuestamente mejora los poros y evita que se reseque la piel. Y si es con agua fría, se estimula el cerebro, eleva los pechos, haciéndolos más turgentes, y contrae los glúteos hasta ponerlos duros como piedras. Así terminamos todos con unos cuerpazos de impresión, aunque con neumonías de caballo. Esos son los peregrinos argumentos estéticos que nos quieren vender ahora para arrebatarle al proletariado uno de los pocos placeres que le quedaban ya, la última ficción de pertenencia a la falsamente cacareada clase media: una larga, burguesa y placentera ducha sin limitaciones de ningún tipo.
Hizo más el retrete por la dignidad de las masas obreras explotadas que El capital de Marx. La ducha libre nos igualaba a los señores pudientes en higiene, en salud, en hedonismo y en estatus social. En eso al menos ya éramos todos iguales. Sin embargo, con la excusa del cambio climático, poco a poco nos van a ir sustrayendo/hurtando las grandes conquistassociales alcanzadas tras siglos de lucha obrera. No estamos negando aquí el calentamiento global, como hacen las derechonas negacionistas y anticientíficas; existe, es real y es el mayor problema al que se enfrenta la humanidad. Estamos denunciando cómo y bajo qué criterios o parámetros vamos a afrontar este descomunal desafío en las próximas décadas. El sacrificio debería ser igual para todos, es más, los más acomodados deberían apechugar o contribuir más, mientras que los gobiernos deberían volcarse en ayudas a los que poseen menor poder adquisitivo. El Estado de bienestar tiene que ser solidario y sensible con la famélica legión ahora que el planeta se va al garete. La justicia social empieza por una ducha igualitaria para todos. Lamentablemente, ocurrirá como en cada crisis económica: que la terminarán pagando los de siempre.