Catástrofes naturales, crisis económicas y conflictos sociales: bienvenidos al mundo del cambio climático

11 de Noviembre de 2024
Actualizado a las 12:35h
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Un soldado de la UME camina por un paisaje urbano devastado por la dana, un fenómeno propio del cambio climático. | Foto: Ministerio de Defensa
Un soldado de la UME camina por un paisaje urbano devastado por la dana, un fenómeno propio del cambio climático. | Foto: Ministerio de Defensa

La dana descomunal que ha arrasado Valencia no será la última ni la peor. Habrá más, probablemente más destructoras y devastadoras, nadie sabe con qué frecuencia (todo dependerá del ritmo de progresión que alcance el calentamiento global con el consiguiente cambio climático). Podrá ser dentro de un mes, de un año o de tres, incluso la semana que viene. Lo que sí se puede temer es que cada macroinundación genere un nivel de caos, de ruina económica y de conflicto social cada vez mayor. En esta ocasión el Estado ha movilizado más de 10.000 millones de euros en ayudas, la mayor cantidad destinada jamás a una calamidad natural en nuestro país, aunque todo apunta a que será insuficiente y habrá que invertir más recursos. Ya hay muchas personas de la zona cero de L’Horta Sud (Paiporta, Alfafar, Catarroja, etc) que denuncian las ayudas por ser insignificantes y hasta “ridículas”, de modo que no tardarán en convocarse protestas y manifestaciones.

El Estado ha funcionado esta vez, no hay tal Estado fallido como pretenden sugerir los grupos ultraderechistas. Habrá dinero, una especie de barra libre, el famoso usted pida y nosotros le daremos que Pedro Sánchez le dijo a Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana. Pero, ¿qué pasará si este tipo de catástrofes se convierten en frecuentes o recurrentes? ¿De dónde saldrán las indemnizaciones, las ayudas a fondo perdido, los seguros, el rescate de quienes lo han perdido todo? No habrá país ni Estado de bienestar que sea capaz de soportar una o más danas de este tipo al año. La quiebra de las arcas públicas está más que asegurada.

Por tanto, el panorama resulta inquietante. Una nación como España, con recursos económicos limitados, podría enfrentarse a conflictos y convulsiones sociales derivadas del desbordamiento del Gobierno y de la caja de Hacienda, cualquiera que sea su color político. Un caldo de cultivo perfecto para que broten los habituales salvapatrias o dictadores del nuevo fascismo posmoderno de la escuela Trump. Cabe recordar que el nuevo presidente de Estados Unidos emergió entre el barro y las ruinas del huracán Katrina, que arrasó varios estados de Norteamérica. El populismo arraiga donde mayor es el malestar de la calle contra la democracia y el establishment y ese fenómeno de desafección con las instituciones se agravará en el futuro. La posible quiebra del sistema, con la consiguiente furia o rabia popular de la parte de la población que pueda sentirse abandonada, no solo afectará a los países más pobres. Los más ricos como Alemania, Francia y otros no podrán evitar los fenómenos meteorológicos de índole cataclísmica. Y llegará un momento en que el dinero se acabe.

El cambio climático es un factor amplificador y un multiplicador de la crisis, advirtió el secretario general de la ONU ante el Consejo de Seguridad. “Cuando el cambio climático seca los ríos, reduce las cosechas, destruye la infraestructura crítica y desplaza a las comunidades, exacerba los riesgos de inestabilidad y conflicto”, afirmó Antonio Guterres estableciendo la relación entre clima e inseguridad mundial. Y no solo se registrarán conflictos internos en los países afectados por la destrucción del paisaje, las cosechas y la economía, sino guerras entre diferentes naciones.

Guterres citó un estudio del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo que encontró que ocho de los diez países que albergaron las mayores operaciones multilaterales de paz en 2018 estaban en áreas altamente expuestas al cambio climático. “Los impactos de esta crisis son mayores donde la fragilidad y los conflictos han debilitado los mecanismos de supervivencia; donde la gente depende del capital natural como los bosques y las pesquerías para su sustento; y donde las mujeres, que soportan la mayor carga de la emergencia climática, no disfrutan de los mismos derechos”, explicó.

El secretario seneral puso como ejemplo a Afganistán, donde el 40 por ciento de la fuerza laboral se dedica a la agricultura, y la reducción de las cosechas empuja a las personas a la pobreza y la inseguridad alimentaria, dejándolas susceptibles de ser reclutadas por bandas criminales y grupos armados. También citó a África occidental y el Sahel, donde más de 50 millones de personas dependen de la cría de ganado para sobrevivir. Allí, los cambios en los patrones de pastoreo han contribuido al aumento de la violencia y los conflictos entre pastores y agricultores.

Mientras tanto, en Darfur, la escasez de lluvias y las sequías recurrentes están aumentando la inseguridad alimentaria y la competencia por los recursos, ya se está viendo el resultado. Las consecuencias son particularmente devastadoras para las mujeres y las niñas, que se ven obligadas a caminar más lejos para recoger agua, lo que las pone en mayor riesgo de sufrir violencia sexual y de género.

“La vulnerabilidad a los riesgos climáticos también se correlaciona con la desigualdad de ingresos. En otras palabras, los más pobres son los que más sufren”, dijo, advirtiendo que a menos que se proteja a los más expuestos y susceptibles a los impactos relacionados con el clima, es de esperar que se vuelvan aún más marginados y que se refuercen sus problemas. Guterres alertó de que los altos niveles de desigualdad, aumentados por el cambio climático, pueden debilitar la cohesión social y dar lugar a discriminación, chivos expiatorios, tensiones y disturbios, aumentando el riesgo de conflicto.

“Los que ya se están quedando atrás, se quedarán aún más atrás. La alteración del clima ya está provocando el desplazamiento en todo el mundo”, recalcó el titular de la ONU. Y es que, en algunas pequeñas naciones insulares del Pacífico, comunidades enteras se han visto obligadas a trasladarse, con terribles consecuencias para sus medios de vida, cultura y patrimonio. “El movimiento forzado de un mayor número de personas en todo el mundo aumentará claramente el potencial de conflicto e inseguridad más allá de su sufrimiento”, advirtió.

Un mundo devastado, empobrecido, asolado por crisis económicas cíclicas, con quiebra de la cobertura de los Estados, flujos migratorios constantes y masivos y la democracia amenazada por el populismo neofascista. Ese el futuro que nos espera. O mejor dicho, el presente distópico por el que ya empezamos a transitar.

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