Científicos se rebelan contra el creacionismo medieval de Mayor Oreja

La ciencia maneja múltiples evidencias de que la teoría de la evolución de las especies, lanzada por Darwin en 1859, es correcta

03 de Diciembre de 2024
Actualizado a la 13:25h
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Un ejemplar de 'El origen de las especies', de Charles Darwin, que refuta al teoría bíblica del creacionismo.
Un ejemplar de 'El origen de las especies', de Charles Darwin, que refuta al teoría bíblica del creacionismo.

Este lunes, en el Senado, un grupo ultraderechista asaltó las instituciones democráticas, con la colaboración del PP, para imponer su visión retrógrada de la realidad. Se escucharon frases contra el aborto, contra la homosexualidad, contra la izquierda, objeto del odio y de la bilis. Y además, se escuchó esto: “Entre los científicos, fundamentalmente, están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución”. Estas palabras fueron pronunciadas por el dirigente popular Jaime Mayor Oreja, presidente de honor de la cumbre que reunió a los líderes de la ultraderecha mundial. Los asistentes a este evento, líderes de organizaciones antiabortistas cristianas, se unieron para criticar la eutanasia, el feminismo y el aborto, al que llegaron a calificar como un “asesinato de bebés” o una “moda, como lo fue la esclavitud”.

De inmediato, un grupo de científicos ha promovido una campaña en las redes sociales para contrarrestar las supercherías bíblicas de Mayor Oreja. Bajo el eslogan de “yo soy científico, yo soy evolucionista”, los hombres y mujeres de la ciencia se rebelan contra el retorno al medievo que tratan de imponer el exministro popular y sus correligionarios y recuerdan que la teoría sobre la evolución de las especies, lanzada por Charles Darwin, se ha confirmado con numerosos datos científicos.

Así, según informes de la Universidad de Navarra, la teoría evolutiva se apoya en cuatro pruebas de diferente valor demostrativo: la anatomía comparada, la embriología, el registro fósil y el parentesco genético. Sin duda, la anatomía comparada es el argumento más visible. Los paleontólogos suelen referirse a los tetrápodos –animales de cuatro extremidades: anfibios, reptiles, pájaros y mamíferos– que evolucionaron a partir de un grupo particular de peces de aletas lobuladas. Es uno de los muchos ejemplos que muestran la evolución a partir de la comparación anatómica de las especies. En los tetrápodos se observa que los esqueletos de las tortugas, los caballos, los humanos, los pájaros, las ballenas y los murciélagos son sorprendentemente similares, a pesar de la diversidad de sus ambientes y modos de vida. En los casos mencionados, dos miembros delanteros, armados sobre los mismos huesos, sirven a una tortuga y a una ballena para nadar, a un caballo para correr, a un pájaro para volar, y a una persona para escribir. Por lo que parece, dichas especies heredaron sus estructuras óseas de un ancestro común, antes de que sufrieran diversas adaptaciones.

En cuanto a la embriología, se trata de otra prueba clásica. Todos los vertebrados se desarrollan a partir de formas embrionarias notablemente similares en las primeras fases de la gestación. En El origen de las especies, Darwin define esta homología como “la relación entre las partes, resultante del desarrollo de las partes embrionarias correspondientes”. A modo de ejemplo, los embriones de los seres humanos y de otros vertebrados no acuáticos muestran, en la piel de la garganta, pliegues en forma de hendiduras, de agallas que nunca van a utilizar. Las tienen porque comparten un antecesor común: el pez, en cuya cabeza evolucionaron por primera vez las estructuras respiratorias.

El registro fósil es otra evidencia. Existen fósiles catalogados de 250.000 especies, y en dicho catálogo rara vez se reflejan las innumerables formas de transición que Darwin supuso. Más bien parece que la evolución da grandes saltos, como ha puesto de manifiesto en la actualidad el paleontólogo Stephen Jay Gould. Desde el punto de vista paleontológico, el estado habitual de las especies es la estasis (estabilidad en el proceso evolutivo de las especies) y la súbita aparición y desaparición, no el cambio gradual. Hay, por tanto, más revolución que evolución. Darwin pensaba que no encontraba formas intermedias porque el registro fósil era muy incompleto, pero hoy se conocen archivos completos, que documentan millones de años de forma ininterrumpida. Uno de ellos es el de los moluscos del lago Turkana, en África oriental, donde Williamson, en 1987, identificó la aparición repentina de nuevas especies (especiación).

Y finalmente está la prueba genética. El hecho de que las transformaciones químicas de las células sigan los mismos mecanismos metabólicos habla claramente de un origen común: una protocélula con el código genético que ha llegado hasta la actualidad, integrado por las cuatro bases nitrogenadas que se combinan en la molécula de ADN. Un estudio comparativo de los genomas muestra concordancias sorprendentes entre las especies. El ejemplo que mejor se conoce es el humano: la posibilidad de encontrar secuencias similares a una secuencia del genoma humano es del 100% respecto a los chimpancés, del 99% respecto a los perros y ratones, del 75% respecto al pollo, y del 60% respecto a la mosca de la fruta.

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