El eurodiputado Robert Biedron desenmascara las patrañas del PP

21 de Septiembre de 2023
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El PP es ese partido acostumbrado a montar shows, circos y montajes mediáticos en la política nacional. A sus diputados y senadores, cuando están en la oposición, nunca se les encontrará colaborando, arrimando el hombro o trabajando seriamente por mejorar las cosas. No lo hacen ni lo han hecho nunca. Basta recordar cómo se comportaron durante la pandemia cuando, guiados por un hiperventilado y exaltado Pablo Casado, recurrieron a todo tipo de ardides e infamias para desestabilizar el país. Ellos están aquí para lo que están: para derrocar al Gobierno de la izquierda como sea y a toda costa recurriendo a todo tipo de artimañas y subterfugios como el bloqueo, el lawfare o guerra sucia judicial, la conspiración, la propaganda, la demagogia, el bulo y el boicot. Y si se llevan por delante España, no importa, ya la levantarán ellos cuando les llegue el momento de recuperar el poder.

En teoría, como principal partido de la oposición, al PP le correspondería proponer alternativas y llevar a cabo una crítica constructiva al Gobierno. Pero ni una cosa ni la otra. Trabajar, lo que se dice trabajar, trabajan poquito y mal (son señoritos que defienden privilegios de señoritos). Y en cuanto a la crítica constructiva, no entienden el concepto. Como vienen de aquella derecha carpetovetónica y montaraz, como siguen fieles a las raíces autoritarias del Movimiento Nacional, como en realidad nunca hicieron la Transición, son más bien cainitas, hooligans,destroyers. Esa es la lamentable forma que tiene esta gente de la derechona española de entender la democracia.

Viene todo esto a cuento del último esperpéntico espectáculo que han dado en el Parlamento Europeo. Se había convocado una Comisión de Igualdad de Género para abordar uno de los problemas más preocupantes de la zona euro, el de la integración de la mujer, y allá que se fue la señora Rosa Estaràs, eurodiputada del PP. Seguramente acudió bien aleccionada por Génova 13, que antes de la comparecencia le diría aquello de “nena, tú vete para allá y mete mucho ruido contra el Gobierno”. Ya se sabe que en estos días difíciles para Feijóo (el gallego sigue necesitando cuatro escaños para ser presidente y no le salen las cuentas) el partido ha optado por recurrir a las viejas técnicas antidemocráticas de juego sucio como montar manifestaciones ultrarreaccionarias, acusar a la izquierda de haber vendido España a los separatistas de Carles Puigdemont y a los vascos bilduetarras y en ese plan. Es decir, todo el habitual disco rayado que, de cuando en cuando, nos endosa el PP en su estrategia de tensión y crispación permanente. A ese clima infernal contribuye, sin duda, la caverna mediática, y ayer mismo Federico Jiménez Losantos exigía a Feijóo que despida ya a los “sorayos” incompetentes –los Borja Sémper, Cuca Gamarra, Bendodo y compañía–, y se rodee de gente mucho más agresiva y ultra dispuesta a darle estopa a Sánchez hasta en el carné de identidad. Por lo visto, a Federico este PP también le parece blandengue y maricomplejines. Si pudiera, el polémico periodista clonaba la momia de Franco y la sentaba en el despacho de Feijóo.

Sea como fuere, la aplicada señora Estaràs se presentó con la cartilla (política y periodística) bien aprendida, se sentó en el escaño de la comisión europea de la mujer y trató de cumplir con las instrucciones de la superioridad: meter mucho ruido, dar la matraca con la ley del “solo sí es sí” de Irene Montero y denunciar el caso de los violadores que se han beneficiado de la reducción de condenas. En definitiva, llevar al Europarlamento la misma política basura que el PP suele practicar en España y de paso, si había un hueco, colocar también el asunto del Falcon (eso, eso, el Falcon que no falte). Asuntos, en fin, que a ellos les parecen de la máxima gravedad e importancia pero que en Europa aburren a las cabras suizas.

Sin embargo, esta vez el tiro le salió por la culata a los prebostes del PP, ya que se iban a encontrar con un hombre íntegro, valiente y con sentido común, el progresista Robert Biedron, presidente de la Comisión de Derechos de la Mujer, que no estaba dispuesto a ver cómo su reunión se convertía en un vulgar mitin de campaña electoral. En cuanto comprendió por dónde iba la eurodiputada popular, le cerró el micro, le retiró el uso de la palabra y le dijo que allí se iba a presentar propuestas concretas para la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, no a montar un circo. Además, le afeó que quisiera convertir una sesión parlamentaria en un show mediático para consumo interno de su parroquia, le reprochó que fuese la vergüenza de los españoles y hasta se cachondeó de ella ofreciéndole un vaso de agua. “Si quiere hacer política nacional vaya a su Parlamento nacional, esto es el Parlamento Europeo”, dijo amenazándola con expulsarla de la sala. Y toda esa patética escena ocurrió ante las cámaras y los ojos de millones de espectadores de todo el mundo, que pudieron comprobar el nivel de baja estofa de los políticos conservadores españoles. Un ridículo internacional espantoso solo comparable al “piquito” de Luis Rubiales a Jenni Hermoso.

En ese momento, Estaràs quedó con el rostro desencajado mientras algún que otro diputado popular trató de salir en su defensa protestando airadamente, tal como suelen hacer cuando pierden una batalla legal según las reglas de la democracia. Todo fue inútil. Al tenaz Biedron nadie lo bajó del burro. Él era el presidente de esa comisión y no iba a permitir vodeviles o sainetes con aromas españoles.

Todo lo cual nos lleva a una idea a modo de conclusión y resumen: menos mal que España consiguió entrar en su día en el selecto club de la UE; menos mal que somos europeos a todos los efectos. Solo imaginar que volviésemos a estar secuestrados, como cuando la autarquía franquista, a solas con esta gente que lleva impidiendo los avances del país durante más de dos siglos, pone los pelos de punta. Así al menos siempre habrá un Robert Biedron para poner en su sitio a nuestra derecha autoritaria, taurina y gamberra y enseñarle que allí, más allá de los Pirineos, en la civilizada y elegante Bruselas, ellos no son los amos del cortijo.

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