Alberto Núñez Feijóo quiere hacer sangre con la fotografía de El Mundo en la que aparece Pedro Sánchez en compañía del conseguidor Víctor de Aldama. El presidente del Gobierno, de visita oficial a la India, ha tenido que salir al paso para negar cualquier conversación y reunión con el empresario, personaje clave del caso Koldo actualmente en prisión por el sumario de los hidrocarburos. “Con este señor no he cruzado una sola palabra, ni en una reunión ni en una conversación”, ha afirmado el premier socialista.
Sánchez se ha tomado la cosa con retranca al asegurar que uno no elige con quién se hace una foto, pero sí elige con quién se va de vacaciones, en clara alusión a aquella polémica instantánea publicada hace años en la que se veía a Feijóo en traje de baño, relajado, alegre y feliz, en el yate del narcotraficante Marcial Dorado. Aquello sí que fue una foto comprometida, un bochorno como pocos. La histórica secuencia del dirigente popular con ese señor de las drogas del que usted me habla se tomó en 1995. Años después, en marzo de 2013, El País publicó la noticia apoyada con la ilustración. En aquel momento, Feijóo era presidente de la Xunta de Galicia y el narco ya había rendido cuentas en los tribunales. Fue la foto más escabrosa que se recuerda de un político en activo, un auténtico escandalazo que ocupó portadas y titulares de prensa pero que no tuvo ninguna repercusión política ni judicial.
En cualquier país democrático avanzado aquella primera plana de Feijóo con Dorado hubiese dado para, al menos, la apertura de una investigación policial. Para eso y para que el Kennedy gallego hubiese hecho las maletas, dejando la política y yéndose a su casa. Sin embargo, Spain is different y el affaire del camello y el yate generó un montón de memes y chistes en las redes sociales y poco más. ¿Abrió el Partido Popular alguna investigación interna como la que hoy exige a Sumar por el acoso sexual de Errejón? No. ¿Apareció un bravo juez Peinado dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto de aquella amistad peligrosa que unía a Feijóo con el capo de las nieves gallegas? Tampoco. ¿Asumió el dirigente su responsabilidad, con coherencia y valentía, presentando su dimisión, tal como ocurre en los países democráticos de vanguardia como Francia, Alemania y Reino Unido? Qué va, al contrario, el actual presidente del PP se declaró inocente, restando importancia al episodio como si se tratara de un simple pecadillo o gamberrada de juventud.
Hoy Feijóo ha vuelto a dar una nueva muestra de demagogia, cinismo y doble rasero al exigir la dimisión de Sánchez por haber sido cazado con el tal Aldama. Ha cargado con toda la metralla propalando rumores, sospechas, conjeturas y bulos sin ninguna base probatoria. Por momentos da la sensación de que Feijóo, convencido de que Aldama es “el hombre que está en todas las salsas” de la corrupción socialista, pretende mezclarlo todo agitando un cóctel explosivo: la imputación de Ábalos, Begoña Gómez y su máster, el asesor Grandullón, lo de Air Europa, las idas de olla de Errejón, la amnistía, Puigdemont y si me apuran hasta el caso Roldán, que ocurrió hacia treinta años. Esa fotografía letal de El Mundo, según Feijóo, lo probaría todo. Y por eso Sánchez debe dimitir.
Sin embargo, analizando el caso con calma y objetividad, cabe concluir que hay grandes diferencias entre ambas escenas que marcan dos hitos en la historia reciente de España. El posado de Sánchez con el comisionista Aldama, implicado en la red Koldo, se hizo a la vista de todos, en un acto público, donde muchas personas acceden al presidente con la intención de sacarle un selfi para el álbum de recuerdos. Si hubiese que procesar a un presidente del Gobierno por cada foto con un desconocido que se le arrima, y que luego resulta tener una biografía sospechosa, habría que meterle la perpetua. Un estadista no puede saber qué clase de persona se le acerca, ni con qué intenciones, ni si tiene un oscuro pasado o es un ciudadano honorable. Resulta absurdo deducir de la portada de El Mundo que el inquilino de Moncloa era íntimo de Aldama, y no decimos con eso que esa relación de amistad no existiese, solo decimos que la instantánea no prueba gran cosa ni es el puntillazo definitivo que puede tumbar definitivamente el sanchismo.
La derecha política y mediática está eufórica porque cree haber encontrado el veneno letal en esa foto cuando en realidad no se puede extraer otra conclusión más que a los mítines del PSOE va de todo, personal variopinto, cada uno de su padre y de su madre, como pasa con los actos del PP. A la boda de Ana Aznar con Agag, sin ir más lejos, asistió hasta Al Capone, la mafia de la época al completo (hay fotos de todos y cada uno de los fulanos entrando en la iglesia) y no por ello vamos a sospechar mal del matrimonio que salió de allí. Al bodorrio de la hija del Aznarísimo acudieron invitados ilustres como Miguel Blesa, Luis Bárcenas, Rodrigo Rato, Francisco Correa (cabecilla de la Gürtel), El Bigotes, Jaume Matas y hasta Silvio Berlusconi. O sea, lo mejor de cada casa, todos inmortalizados con los novios, los padrinos y las respectivas familias.
Cuestión distinta es aquella foto de Feijóo en el yate del contrabandista de marras, que se obtuvo en una reunión privada, en el ámbito íntimo. Una fotografía que Feijóo jamás pudo pensar que trascendería a la opinión pública, destapando un maloliente pastel. Aquello fue una aventura de corsos en alta mar, un caso muy feo por el que el líder del PP no asumió ninguna responsabilidad. Y ahí está hoy el aspirante del PP a la Moncloa, digno, pulcro, exquisito y pidiéndole cuentas a otros. Lo de este hombre produce sonrojo y vergüenza. Un cinismo brutal, como dice la ministra Alegría.