Garamendi está volando todos los puentes. Dice no a la negociación colectiva, no a la subida de los salarios e incluso no a algo tan noble y justo como el Estatuto de los Becarios, una reforma necesaria teniendo en cuenta que miles de pobres chicos están siendo explotados en las empresas por sueldos de miseria (muchos hasta trabajan gratis). De esta manera, la patronal practica una especie de filibusterismo empresarial denunciado por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que en unas recientes declaraciones alerta ante esta peligrosa situación que puede alimentar la conflictividad social. “Tengo mucha preocupación con lo que está haciendo el señor Garamendi que está bloqueando la subida salarial y la negociación colectiva en nuestro país y esto es muy grave”, asegura la vicepresidenta segunda del Gobierno.
¿A qué está jugando Garamendi? En un escenario político y económico diabólico como el que nos encontramos, con dos crisis superpuestas y una guerra en Europa que aún no sabemos cómo va a terminar, la patronal se dedica a hacer política y a seguir el mismo guion que en su día le salió mal al fracasado Casado, o sea, reventarlo todo. Bloquear la mesa de diálogo social con el resto de agentes sociales y con el Gobierno de coalición es una absoluta irresponsabilidad. España necesita con urgencia un pacto de rentas, una subida salarial que ayude a compensar los efectos de la inflación galopante, en definitiva, un gran acuerdo entre los principales actores de la sociedad española. Está en peligro, nada más y nada menos, que la calidad de vida de millones de trabajadores y familias que este invierno no podrán hacer frente al facturón de la luz, al encarecimiento de los alimentos y en general a los estragos derivados de la crisis provocada por Putin.
Así las cosas, el Gobierno va a tener que empezar a tomar medidas por su cuenta y riesgo al margen de la patronal CEOE. Los sindicatos aprietan (sin llegar de momento a la virulencia de sus hermanos franceses, que montan barricadas en las calles de París) y el otoño promete ser no solo caliente sino incandescente. En las últimas horas hemos visto cómo el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha decretado una revalorización de las pensiones para el próximo año según el incremento del IPC y en las semanas que vienen no nos extrañaría que se adoptaran otras iniciativas por la vía del decreto para tratar de ampliar el escudo social a las clases más vulnerables, empezando por la mejora en los sueldos de los funcionarios.
Obviamente, el Gobierno hace lo que tiene que hacer, pero Garamendi va a tomarse esa forma de hacer política como una declaración de guerra. En realidad el señor del dinero se encuentra contra la espada y la pared. En la convulsa Francia, algunos sindicatos inspirados por el revolucionario Mélenchon ya están pidiendo una subida salarial de hasta un 12 por ciento para contrarrestar los efectos de la recesión. Si UGT y Comisiones Obreras lanzaran ese órdago, al patrón de patronos le daba un parraque. En España se están planteando subidas salariales mucho más moderadas y, aun así, el cicatero Garamendi sigue cerrándose en banda. Está claro que el país necesita un gran acuerdo de Estado que involucre a todos los agentes sociales. Ahora mismo, el contrato de Rousseau está roto y ya se sabe que sin paz en la calle no hay estabilidad en los mercados siempre tan sensibles. A fin de cuentas, la democracia sirve para evitar que unas clases se revuelvan contra otras, que unos ciudadanos despedacen a otros, que triunfe el imperio de la ley frente a la ley de la jungla. El camino del empecinado bloqueo que ha elegido el presidente de la CEOE nos lleva a todos al despeñadero en un momento especialmente crítico en el que toda la sociedad, ciudadanos e instituciones, deben estar unidos frente a la amenaza que nos llega de la autocrática y golpista Rusia. Ha elegido mal momento el patrón de patronos para hacer las veces de capataz del PP. Esta tarde, Pedro Sánchez y Feijóo se verán las caras una vez más en el Senado, donde el asunto de un gran pacto de rentas planeará sobre el hemiciclo. Lo que diga el líder conservador será lo que haga el presidente de los empresarios, que por lo visto ya sigue la voz de su amo sin complejos y escribe al dictado de lo que va ordenando Génova.
Mientras tanto, los líderes sindicales observan con expectación cada movimiento del dirigente de la CEOE. En las últimas horas, el secretario general de CCOO, Unai Sordo, ha entrado en un cuerpo a cuerpo con Garamendi al recordarle una vez más que en España “hay desigualdad, precariedad laboral, millones de personas que no llegan a fin de mes o que han perdido certidumbres y seguridades en el futuro”. De esta manera, el líder sindical de Comisiones le reprocha a su interlocutor su insensibilidad en el trance angustioso que vivimos y su negacionismo histórico de un hecho que se repite una y otra vez por los siglos de los siglos: la eterna y desigual lucha entre pobres y ricos. Garamendi no se percata de que, de alguna manera, no hemos salido de aquella vieja revolución de los plebeyos contra los patricios de la Antigua Roma. Esa batalla, aunque parezca mentira se sigue librando hoy en pleno siglo XXI y en el jardín de la Europa del Estado del bienestar, tal como dice Borell. Si los poderosos no saben ser solidarios con el pueblo que sufre, el terremoto está asegurado. O como muy bien sugiere Unai Sordo, esa injusticia de proporciones gigantescas es lo que termina por radicalizar una sociedad.