Isabel Díaz Ayuso vuelve a desenterrar el hacha de guerra contra Pedro Sánchez, esta vez con un asunto sanitario tan sensible y de interés general como el uso de la mascarilla higiénica. A la lideresa le importa un rábano que las urgencias de Madrid estén colapsadas, que los pacientes se aparquen de mala manera en los pasillos de los hospitales carentes de médicos y que nos encontremos en plena ola de la llamada “tripledemia” (gripe, covid y bronquiolitis). Ella, como buena ácrata y magufa que es, va a lo suyo: a proclamar su constante insumisión trumpista y anticientífica contra el Gobierno woke.
Esta vez la que está probando el ricino maquiavélico ayusista es Mónica García, la nueva ministra de Sanidad que se ha estrenado en su primera crisis de gripe con el pie cambiado (la oposición le afea que se haya ido de vacaciones mientras se propagaba el mal respiratorio por todo el país). Tras el colapso sanitario por la “tripledemia”, García ha tenido que improvisar medidas urgentes para frenar la ola de contagios (ya estamos en una incidencia de más de 900 casos diarios y subiendo), una propuesta digna de ser aplaudida pero que llega tarde. Desde el verano, los sindicatos venían alertando de que esto iba a ocurrir y nadie se puso a trabajar para evitar el caos que vivimos estos días.
Ayuso y García se conocen bien, no en vano han protagonizado enconados cara a cara en la Asamblea regional. Así que tienen cuentas pendientes. Pero de momento la presidenta de Madrid ya le ha colado el primer gol a la titular del departamento al decirle que la mascarilla se la ponga ella, aquello de “sube aquí y verás Madrid”, haciéndole una peineta bien hermosa y enhiesta. Hoy mismo, en la reunión del Consejo Interterritorial, Lady Libertad ha encabezado el movimiento de insumisión en las regiones gobernadas por el PP, de modo que estas comunidades autónomas irán por libre y haciendo caso omiso a las recomendaciones del ministerio mientras dure esta nueva pandemia invernal de tres caras.
¿Pero por qué IDA se muestra tan tozuda a la hora de rechazar un pedazo de tela que, según la ciencia, resulta eficaz para prevenir contagios en determinados escenarios como hospitales y farmacias, es decir, locales muy concurridos, cerrados y con deficiente ventilación? A fin de cuentas, un madrileño, por muy españolazo y ayusista que sea, se constipa y se agarra el trancazo como cualquier ser humano hijo de vecino. Desde 1897, cuando el cirujano francés Paul Berger operó por primera vez con mascarilla, esta herramienta quirúrgica se ha demostrado eficaz para evitar la transmisión de gérmenes entre médicos y pacientes. En 1910 ya se utilizó para luchar contra la peste bubónica en China y en 1918 para prevenir la expansión de la gripe española. Hoy no verán ustedes a ningún cirujano operando enfermos sin la imprescindible mascarilla. A ningún doctor especialista de lo suyo, ya sea estomatólogo, cardiólogo, traumatólogo o neurólogo, se le ocurriría entrar al quirófano a pleno pulmón, soltando su aliento al paciente y viceversa, con las uñas negras y grasientas. Cualquier facultativo que intente acometer una operación en estas condiciones será denunciado de inmediato y llevado ante el juez por loco, por mala praxis profesional y por guarro. Pero por lo visto Ayuso tampoco cree en los principios elementales de la medicina y si fuese cirujana seguro que operaba un corazón abierto con las manos pringadas de fruta, de kiwi, pomelo, naranja o algo así, y chupándose los dedos.
La mascarilla, por tanto, es plenamente aceptada por los manuales clínicos desde hace más de un siglo y forma parte del protocolo diario de inexcusable cumplimiento, entre otras medidas como lavarse bien, utilizar guantes de látex y esterilizar a fondo el quirófano y los utensilios antes de cualquier intervención. Sin embargo, ahora llega esta mujer, Ayuso, que no sabría distinguir un virus de una bacteria, y nos dice que en los hospitales y ambulatorios de Madrid no hace falta la mascarilla en medio de una pandemia. Está claro que su intransigente posición nada tiene que ver con razones técnicas o sanitarias, de las que ni sabe ni conoce, sino más bien con una forma de hacer política que a ella le viene bien porque le rinde votos en las urnas. La Comunidad de Madrid no es Burundi ni Eritrea. Hay eminentes epidemiólogos, buenos biólogos, brillantes médicos que ostentan también responsabilidades políticas como miembros de la Consejería de Sanidad. Gente que a través del comité de expertos seguramente le habrá dicho ya a la lideresa que recapacite, que reflexione, que en medio del repunte de una “tripledemia” a punto de colapsar el sistema sanitario público lo aconsejable, por puro sentido común, sería recuperar otra vez la careta obligatoria en los recintos hospitalarios. Sin embargo, ella, como está a otra cosa, como se halla inmersa en su disparatada “batalla cultural”, en su deriva Qanon y en su competición por ser más falangista y dura que Vox, rechaza la medida con el absurdo argumento de que la mascarilla recorta libertades y supone un símbolo tan bolchevique como la hoz y el martillo. Hasta ahí ha llegado el delirio de la diva del PP.
Recuerde el lector habitual de esta columna que contra el “bozal” ya se rebelaron los grupos negacionistas y de extrema derecha en lo peor del coronavirus. Fue así, atrayéndose a las masas cabreadas con las medidas restrictivas de Sánchez, como Ayuso revalidó el poder en las últimas elecciones madrileñas. A la presidenta le bastó con levantar el estandarte de los hosteleros, siempre contrarios a cualquier medida sanitaria para controlar la expansión del covid, para que la llevaran en volandas –como una nueva Agustina de Aragón en lucha contra el racionalista y afrancesado Sánchez–, a la poltrona de Sol. Aquella jugada (una estrategia tan reaccionaria como irresponsable), le salió redonda a la insumisa de Chamberí, de modo que ahora quiere repetir la misma jugada, a ver si así le sustrae otro puñado de votos a Sánchez entre las masas descontentas y hartas de este mundo distópico que nos ha tocado vivir. Bocado a bocado, pandemia a pandemia, bulo a bulo, Ayuso va erosionando al líder socialista.
Muchos de los 4.000 muertos que se registran cada año a causa de la gripe, en su mayoría ancianos y personas vulnerables o inmunodeprimidas, podrían alargar unos cuantos años más su existencia con una simple mascarilla a tiempo. No hay debate. Usar esta medida de prevención donde hay que usarla (en la calle no hace falta para nada) salva vidas. Pero qué más da. Lo importante es que a la muchacha la sigan votando cada cuatro años.