Hace tiempo que el Partido Popular dejó de ser relevante en la política de Euskadi. Las razones de por qué el votante conservador vasco dejó de mirar a la derecha española son tan evidentes que no haría falta ni enumerarlas aquí: la pérdida del espacio ideológico en beneficio del PNV, el desprecio del PP por el modelo de la España plurinacional o cuasifederal, su centralismo a ultranza, su manipulación del terrorismo con fines electoralistas, en definitiva, su absoluta incapacidad para entender la realidad vasca, una parálisis notablemente agravada tras sus pactos con la extrema derecha neofranquista de Vox, que en ningún otro lugar arrastra tan mala prensa como en Euskadi (los de Abascal obtienen un testimonial escaño por Álava y gracias).
En los comicios de hoy, 21A, el PP ha certificado una intrascendencia política de lustros. Es cierto que sube un escaño (7), y que el miedo de muchos votantes al ascenso de Bildu ha podido concentrar el voto útil alrededor del PNV, penalizando a los populares, pero nada de eso puede enturbiar el análisis, que no es otro que la insignificancia del Partido Popular. O dicho de otra forma: hace tiempo que los vascos se independizaron del PP.
Ya nadie recuerda cuándo el discurso de la derecha española dejó de interesar por aquellas latitudes. Los bulos y montajes, los tics franquistas, los negacionismos históricos, el mensaje rancio y trumpizado, la política basura, en fin, no cuela (salvo en la tradicional Vitoria, donde siguen conservando algo de tirón). La sociedad vasca es políticamente muy madura (además de una de las regiones más prósperas y avanzadas de Europa) y allí hay que ir con un programa serio bajo el brazo, no con cuatro chistes manidos sobre lo malo que es Pedro, con la matraca del se rompe España y con la rojigualda al viento.
Fruto de esa falta de conexión social, de ese cortocircuito con el electorado euskaldún, son los malos resultados que ha ido cosechando cada cita con las urnas. Ni siquiera le ha servido al PP colocar una cara vasca –un verso suelto y un presunto moderado o dialogante como Borja Sémper–, al frente de la portavocía oficial. El proyecto popular gripa una y otra vez, algo que ya dan por descontado en Génova 13. Angélica Rubio, en una tertulia en La Sexta, se lo ha preguntado con acierto a Manuel Cobo (del PP): “¿Vais a llamar terroristas a miles de vascos a partir de esta noche?” Bildu ha superado todos los pronósticos, marcando un nuevo ciclo en la historia del País Vasco. Sumando los votos de la izquierda abertzale de Pello Otxandiano y los del PNV sale la friolera de 54 escaños, una mayoría absoluta nacionalista, como nunca se vio en Euskadi, que hace temblar al resto de España por la posibilidad de que en algún momento pueda ponerse en marcha un procés a la vasca. Sin embargo, en Génova nada de eso parece interesar ni preocupar y el diagnóstico que extraen es que las elecciones han sido todo un éxito para ellos porque han subido un pírrico escaño. Asombroso cuando menos.
Aquí, mal que le pese a la plana mayor genovesa, el problema es que no se puede gobernar España sin los nacionalismos vasco y catalán, y en ese punto Feijóo, que llegaba con el marchamo de gran conciliador, ha cosechado un estrepitoso fracaso. La cuestión territorial de las nacionalidades históricas se le está atragantado a los prebostes del PP y esa no es una buena noticia para ellos. Y no lo es sencillamente porque, llegado el momento de gobernar (si es que llega), Feijóo necesitará, como han necesitado todos los líderes del PSOE y del PP a lo largo de la etapa democrática, del apoyo de alguna fuerza nacionalista. Y a día de hoy, ni en Euskadi ni en Cataluña hay ni un solo partido dispuesto a sentarse a pactar la gobernabilidad de la nación con quien ni siquiera tiene el valor de condenar la dictadura franquista.
Estos días de campaña previos a la trascendental cita del 21A han sido especialmente dañinos para el PP y su imagen de partido democrático. La mal llamada ley de la concordia, pactada por los populares valencianos de Mazón y Vox, pasará a la historia de la infamia como una fecha negra difícil de olvidar. Se borra de un plumazo la verdad de los hechos; no se condena la dictadura franquista; se equipara a las víctimas de la violencia política y social, del terrorismo y la persecución ideológica y religiosa “durante el periodo histórico comprendido entre 1931 y nuestros días” (metiendo en el mismo saco la Segunda República y el franquismo); se mezcla, en un pastiche infumable, la Guerra Civil con el terror etarra e islamista (como si tales fenómenos tuvieran algo que ver entre sí); se blanquea el fascismo, el millón de muertos, la represión genocida de la dictadura y el exilio; se disuelven los organismos públicos dedicados a recuperar la memoria histórica; se elimina toda subvención oficial a las asociaciones que exhuman los restos de los represaliados enterrados en fosas, solares y cunetas; y lo peor de todo: se humilla a las víctimas y a sus familiares. Para terminar de completar el despropósito, esos mismos días de campaña vasca Esperanza Aguirre culpó al PSOE de la Guerra Civil y fijó el comienzo de la contienda en 1934, con la revolución obrera de Asturias, y no en 1936, con el golpe militar de Franco. ¿Qué vasco va a votar a un partido así? Pocos, muy poquitos.
Euskadi tiene muy presente lo que ocurrió en aquellos años turbulentos de nuestra historia contemporánea. Gernika es un símbolo que los vascos, por muchas generaciones que pasen, no olvidarán jamás. Lo va a tener muy difícil la ultraderecha revisionista para cambiar aquel sangriento episodio de la guerra, los cazas de Hitler y Mussolini ametrallando a la población civil, los bombarderos arrasando una localidad sin ningún valor estratégico militar, más allá de dar un escarmiento a los “malos españoles” del norte y aterrorizar a todo aquel que no estuviese con el bando nacional. Para reinterpretar aquello, dándole la vuelta según la escuela histórica falangista actual, tendrían que destruir el Gernika de Picasso, emblema de la lucha de la libertad contra el fascismo, y eso, mucho nos tememos que no les va a ser posible.
La tragedia de estas elecciones es que muchos vascos (quizá demasiados) han entendido que si el PP no condena la dictadura franquista es perfectamente lícito no condenar el terrorismo de ETA, de ahí que la coalición abertzale haya subido como la espuma. Negacionismo llama a negacionismo. No es que el Partido Popular tenga la culpa de un fenómeno como la radicalización de la izquierda vasca a costa de la caída del languideciente PSOE, pero sin duda su concepción revisionista de la historia da carta de naturaleza y vía libre para que el pueblo compre sin complejos el discurso blanqueante de ETA mantenido por Bildu.