Anda Mariano Rajoy, estos días, con la presentación de su libro, Política para adultos, donde ajusta cuentas con un partido que prácticamente se ha olvidado de él. Rajoy debe creer que fue el Winston Churchill de la historia reciente de España, un hombre de Estado imprescindible y definitivo, de modo que los españoles están ávidos por saber qué es de él tres años después de que Pedro Sánchez le diera el revolcón de la moción de censura, lo acompañara a la puerta de atrás del Congreso, le quitara la caspa de los hombros dándole unas palmaditas en la espalda y lo pusiera de patitas en la calle. Todos recordamos aquel momento trascendental, cuando el registrador gallego acabó dándose a la buena mesa y a los buenos caldos en un céntrico mesón de Madrid mientras su escaño de presidente lo ocupaba el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría. Nunca antes un gobernante español se despidió tan a lo grande como en aquella comilona de ocho horas.
Lo cierto y verdad es que en muy poco tiempo Rajoy se ha quedado lejano, apolillado, naftalínico, y hoy por hoy su figura política se antoja tan antigua como la del conde de Romanones. A nadie le interesa ya lo que pueda pensar el expresidente, ni cómo le va la vida, ni si sigue dando trotecillos matutinos para mantenerse en forma. La prensa se ha olvidado de él y no le llama, los jóvenes ayusistas se preguntan quién es ese vejete barbicano que parece haberse bajado de un cuadro de la España de la Restauración y ni siquiera los analistas de lasFAES le piden que se escriba algo o se haga un corta y pega sobre algún tema de actualidad. Podríamos ser generosos y decir que el PP lo ha arrinconado como un mueble viejo, pero eso sería faltar a la verdad y por ahí no pasamos. Lo que ha ocurrido realmente con Rajoy, seamos sinceros, es que los suyos han arrojado su legado político al basurero de la historia, ya que soplan otros vientos (mayormente ultraderechistas) y el marianismo no es lo que se lleva ni la moda otoño-invierno.
¿Quién se acuerda ya de aquel presidente flemático y pleno de pachorra que jamás enfrentaba las cuestiones de Estado y prefería practicar la estrategia del avestruz, o sea, dejar que los problemas se pudrieran por sí mismos? Hoy el personaje no es más que una anécdota, una foto amarilleada en la orla de Génova, un paréntesis entre el caudillismo feroz de Aznar y ese Casado que va de misas franquistas y cada día asoma un poco más la patita de aguilucho. De alguna manera, el expresidente gallego quiso dar una imagen de premier de la derecha moderada a la europea que nunca se correspondió con la realidad, ya que lejos de comportarse como un blando o timorato metió hasta el fondo la tijera inmisericorde a la Sanidad y la Educación, aplicó el 155 en Cataluña y jamás pidió perdón por la corrupción sistémica del partido (a día de hoy sigue negando tercamente que él sea el M Punto Rajoy que aparece en la doble contabilidad de los papeles de Bárcenas). Sin embargo, como el PP se ha voxizado extremófilamente en los últimos tiempos, al hombre le han colgado el injusto sambenito de líder de la “derechita cobarde” y cuando su nombre sale a relucir en las reuniones, cafés, tertulias y mentideros del partido la mayoría se hacen las cruces como si vieran al mismísimo Stalin resucitado.
De su libro Política para adultos poco podemos decir. No lo hemos leído ni ganas. Tenemos varias novelas pendientes de Almudena Grandes (a quien las derechas han sustraído injustamente el título de hija predilecta de Madrid) y no vamos a perder el tiempo con un ladrillo con mucha paja y poca miga destinado a servir de pisapapeles o a decorar la estantería encima del televisor en cualquier hogar de derechas, entre el toro de Osborne y la gitana tonadillera. Para empezar, se nota demasiado que la editorial juega al morbo fácil con un título que es más apropiado para una película erótica o manual de autoayuda sexual que para un ensayo político serio y riguroso. Ya puestos, que hubiesen optado por Cincuenta sombras de Brey, mucho más cañero y vendible. Pero más allá de ganchos comerciales, el libro esconde una gran paradoja y una tremenda contradicción. ¿Cómo que “política para adultos” si la política de hoy, mayormente en el Partido Popular, se ha convertido precisamente en una guardería para niños malcriados y todo gira en torno al griterío, el follón y la pataleta?
De un hombre gris que jamás se salía del guion ni se mojaba en nada, de alguien previsible como el mismo Mariano se definía, pocas revelaciones, exclusivas o datos nuevos para la historia cabe esperar. Rajoy es nuestro jarrón chino más abúlico y poco interesante. Al menos Felipe González sigue conservando ese puntito canalla del padrino que sigue dando miedo, mientras que Aznar es pura provocación y polémica con piernas y cuando habla sube el pan. Pero es que Mariano ni fu ni fa. Esa entrevista que le ha dado a Carlos Herrera, en la que califica de “atropello” la investigación fiscal contra el rey emérito, lo dice todo. “Don Juan Carlos fue el artífice de la transición a la democracia en España”. ¿Pero qué artífice ni qué niño muerto? El papel de la monarquía tras la dictadura lo conocen bien los españoles, no hace falta que venga un jubilata a contarnos sus batallitas. Aquí de lo que se trata es de saber de dónde salía tanta pastora como se movía en Suiza y Arabia Saudí, a santo de qué tenía el emérito 65 millones de eurazos en el calcetín, qué ha pasado con lo de Bárbara Rey y si es cierto que las aventuras románticas en África y las olimpíadas sexuales se las pagaba el Borbón o corrían por cuenta de la casa, o sea de todos los españolitos.
El único interés que a priori suscitaba el tocho de Rajoy era saber si el dúo Pimpinela, Casado y Ayuso, asistía finalmente a la presentación para arreglar lo suyo, pero ya se vio que al final no hubo tregua y la presidenta le hizo la cobra al jefe. De Don Mariano no cabe esperar que cuente lo que sabe sobre la descomposición del PP al final de su mandato y la cruenta guerra posterior. Pero aún quedan muchos sobres por abrir en el asunto de la corrupción sin esclarecer. Si el expresidente se anima a dejar algo interesante en negro sobre blanco (siempre se escribe para pasar a la posteridad) que largue sobre los años oscuros y los escandalazos en Génova 13. Eso sí sería un best seller que ni el de Cayetana.