Del 19 al 25 de mayo, numerosas instituciones públicas celebraron la Semana de la Administración Abierta con charlas, visitas guiadas, actividades escolares y presentaciones. El esfuerzo por mostrar cercanía y fomentar la participación es loable. Pero cuando acaba la semana, la pregunta persiste: ¿cuánto de esto se traduce en un cambio profundo de cultura institucional?
Un escaparate que no basta
En términos de organización, la edición 2025 ha sido notable: más de un centenar de actividades en todo el país, con implicación de ministerios, agencias estatales, gobiernos autonómicos y delegaciones territoriales. La variedad fue amplia: desde charlas sobre el acceso a las instituciones europeas hasta talleres para escolares sobre acoso o uso responsable de internet.
No obstante, la ambición democrática del evento se queda corta frente a sus propias promesas. La mayoría de las iniciativas se centraron en mostrar lo que ya se hace ,explicar servicios, presentar portales, exhibir resultados, pero pocas invitaron realmente a copensar, evaluar o incidir en el diseño de políticas públicas.
En muchas de las actividades, el papel del ciudadano sigue siendo pasivo: escucha, observa, consume información. Pero rara vez opina con consecuencias, co-decide o coproduce soluciones. La transparencia que se exhibe es útil, pero sigue siendo vertical. No es una transparencia que abre procesos, sino que los expone.
A esto se suma un problema de visibilidad y acceso: fuera del circuito institucional o de quienes ya están familiarizados con la administración pública, muy pocos ciudadanos conocen esta semana. La comunicación en medios fue escasa, las redes sociales institucionales no lograron generar conversación real, y la brecha digital impidió que muchos pudieran participar siquiera en línea.
Entre el gesto y el compromiso
El riesgo de esta semana, como el de muchas campañas institucionales de cualquier ámbito, es el de convertirse en una performance democrática: un escaparate bien intencionado, pero desconectado de los problemas estructurales de fondo. Porque abrir las puertas durante unos días no implica haber cambiado la forma de gobernar. Y lo que la ciudadanía espera no es un recorrido guiado, sino una voz efectiva en las decisiones que afectan su vida.
La crítica no resta valor a lo logrado. Hay avances, y hay voluntad en muchos niveles. Pero sin continuidad, sin canales permanentes de participación, sin presupuestos abiertos de verdad, sin datos accesibles que permitan el control ciudadano... el Gobierno Abierto seguirá siendo una promesa en borrador.
La Semana de la Administración Abierta 2025 debería ser un punto de partida, no un acto ceremonial. Porque una democracia fuerte no se mide por lo que dice una vez al año, sino por cómo escucha y responde todos los días.