Una nueva tragedia humanitaria sacude las costas españolas. Al menos siete mujeres han fallecido, tres de ellas menores de edad, y un bebé permanece desaparecido tras el vuelco de un cayuco que intentaba llegar a tierra firme en El Hierro. El naufragio pone en evidencia, una vez más, la desesperación de quienes se lanzan al mar y la fría indiferencia de quienes desde trincheras ideológicas desprecian su drama humano.
El mar como tumba para quienes buscan vida
La embarcación, que había salido de Guinea Conakry hace más de diez días, fue detectada a seis millas al sur de la isla por el radar SIVE. La Salvamar Diphda la escoltó hacia el puerto de La Restinga, pero durante el desembarco, el cayuco escoró y volcó al concentrarse la masa de personas en un solo lado. El mar, calmo como un plato según testigos, no fue obstáculo. Fue la sobrecarga, el miedo y la precariedad lo que selló el destino de al menos siete mujeres.
Los cuerpos sin vida fueron recuperados por buzos. Entre las víctimas, tres eran niñas, una de ellas de apenas cinco años. Otro bebé cayó al mar y sigue sin ser hallado. En el Hospital Insular permanecen ingresados dos bebés de tres meses con síntomas graves de ahogamiento, junto a una mujer embarazada y otros menores en estado delicado. Dos de los niños más graves fueron trasladados en helicóptero al Hospital de La Candelaria, en Tenerife.
Crueldad sin fronteras
Frente a la tragedia, la respuesta humanitaria ha sido inmediata, con equipos de Cruz Roja desplegados tanto en el puerto como en los centros hospitalarios. Sin embargo, esta respuesta contrasta con la actitud impasible de ciertos sectores políticos, que niegan la raíz del drama migratorio y alimentan discursos de rechazo. Mientras se niega el pan y la sal a quienes huyen del hambre, del conflicto o de la miseria, el mar se cobra nuevas víctimas en silencio.
Desde Salvamento Marítimo, Manuel Capa, delegado sindical, explicó que estos naufragios suelen producirse por el "nerviosismo" de los migrantes tras días en alta mar, fatigados y deshidratados. Aunque el personal especializado logra evitar la mayoría de tragedias, la falta de medios seguros para emigrar y la ausencia de coordinación internacional siguen empujando a cientos a la muerte.
“El cayuco iba sobrecargado, tenía agua en su interior y la gente, al ver tierra firme, se precipitó”, relató Capa, que insistió en la experiencia de los rescatistas y en las condiciones extremas a las que se enfrentan día tras día.
Nombres que nunca conoceremos
Según la ONG Caminando Fronteras, más de 150 personas viajaban a bordo, entre ellas una veintena de menores, mayoritariamente senegaleses y guineanos. Ahora, intentan poner nombre a los desaparecidos y comunicar la tragedia a sus familias, muchas de las cuales tal vez no supieron nunca que sus seres queridos se embarcaron rumbo al Atlántico.
Mientras Europa levanta muros, el mar sigue siendo frontera y fosa. Y mientras la ultraderecha criminaliza la migración, las víctimas se multiplican sin nombre ni duelo público. Solo cifras, titulares fugaces, dolor ajeno. Pero cada cuerpo rescatado, cada niño ingresado, es un grito desgarrador que interpela a una sociedad que no puede permitirse mirar hacia otro lado.