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“Nuestra Europa ha perdido su papel en el mundo. Debería haber sido un lugar referencial para el presente y para escribir el futuro”

La nueva novela de Eva Díaz Pérez, Los viajeros del continente, es una emotiva y profunda road-novel protagonizada por una pareja mayor a través de una Europa en desmontaje

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análisis

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Hay novelas que poseen ese encanto intangible que atrapa a los lectores desde sus primeros compases y ya no los sueltan hasta la última página. Es el caso, sin duda, de Los viajeros del continente (Galaxia Gutenberg), la nueva novela de la escritora y periodista sevillana Eva Díaz Pérez (1971), que ha logrado que el periplo de Hugh y Violet, la pareja protagonista, por una Europa en desmontaje, como ya lo estuvo tras las guerras napoleónicas hace dos siglos, se transforme en una bella epifanía repleta de vitalidad cuando precisamente es la parca la que asoma en lontananza.

Desde el primer momento, el lector se entrega a la empatía que desprenden los dos protagonistas de su novela, una pareja británica ya anciana que vivió la crudeza de las bombas nazis sobre Londres en la Segunda Guerra Mundial. Incluso lo hace sabiendo de antemano que el viaje que emprenden Hugh y Violet por el viejo continente es hacia ninguna parte, casi al más puro estilo Thelma y Louise, si me permite la comparación con aquella mítica pareja cinematográfica. Aunque realmente sí que van hacia un lugar concreto…

Sí, es una novela de viaje, una road-novel podríamos decir. La comparación con Thelma y Louise no es disparatada porque, a pesar del final, hay una celebración de la vida, las risas, los placeres. Por otro lado, no se juega con el lector con una trama de suspense. Las cartas están boca arriba desde el principio y el lector acompaña a Hugh y Violet en esa última travesía de sus vidas con un final muy claro. Aunque lo importante no es el final sino el camino.

Los sitios donde recala la pareja en su tránsito por el continente no pueden ser más desalentadores: balnearios decadentes y obsoletos, cementerios clausurados, museos solitarios, estaciones de trenes abandonadas… ¿Qué Europa es esta que contemplan los protagonistas?

En la novela hay un tercer personaje, además de Hugh y Violet: Europa. Los viajeros del continente es una metáfora sobre el devenir de Europa, por eso aparecen esos escenarios llenos de memoria y decadencia. La intención era mostrar una Europa que vaga en un presente lleno de incertidumbre, que camina sonámbula en una niebla, sin rumbo en la Historia. Creo que nuestra Europa ha perdido su papel en el mundo. Debería haber sido un lugar referencial para el presente y para escribir el futuro porque -mejor o peor- aquí se sigue demostrando el valor de la democracia. Y aquí también se creó el Estado del bienestar, de las libertades y de los derechos sociales. Un mundo construido después de la salvaje pesadilla de la Segunda Guerra Mundial, en la que se arrastraban todos los horrores anteriores que protagonizó nuestro continente. Sin embargo, nuestro presente y la intuición del futuro obedece al rumbo impuesto por otros países antidemocráticos, llenos de dictaduras y donde se practica el lado más cruel de la política y de la economía. Europa debería haber sido maestra por sus lecciones de la Historia y, sin embargo, es un lugar que sólo funciona como absurdo parque temático de un pasado vacío. De ahí, la metáfora de esos lugares que aparece en la novela. También es intencionado que los protagonistas sean ingleses y que el viaje se inicie en Inglaterra, el lugar más europeo de Europa y que paradójicamente ha querido salir de Europa. Aunque los ingleses ya se han dado cuenta de que es absurdo negar la naturaleza de su destino histórico.

Pese a todo, en medio de tanta desolación, hay mucho amor, mucha felicidad y nostalgia de tiempos pasados, aun sabiendo que la muerte es la que aguarda a la vuelta de la esquina.

Sí, en efecto, es una novela feliz, positiva, llena de humor y de celebración de la vida. Es esa idea de Hemingway y su París era una fiesta. Está muy presente la nostalgia y el paso del tiempo, pero contemplada desde un lado luminoso. Y, sobre todo, está la importancia de la memoria, del recuerdo que desactiva el horror y el vacío de la muerte. De alguna forma, la novela es un Ars moriendi contemporáneo, como esos libros medievales en los que se enseñaba el ‘buen morir’.

Hasta cierto punto, la imagen que transmite ese continente espectral y decadente que se retrata durante el periplo de su pareja protagonista tiene mucho de celebración de un mundo que ya no es, pero que sí existió, afortunadamente para Hugh y Violet. En definitiva, una celebración de la vida precisamente cuando la muerte ya está ahí cerca. ¿No es así?

Exacto. Es una novela llena de vitalidad, aunque conozcamos el final, que, a fin de cuentas, es el final de todas las cosas y de todas las historias. Es también un paseo por esa vieja Europa que está desapareciendo, un escenario por el que caminamos y sabemos que quizás ya han comenzado a apagarse las luces. Aunque ese final es contemplado con una mirada llena de compasión, ternura y luz.

“De alguna forma, la novela es un Ars moriendi contemporáneo, como esos libros medievales en los que se enseñaba el ‘buen morir”

La narración intercala un presente por lugares herrumbrosos del viejo continente y el pasado del protagonista narrado en primera persona, en un Londres de penurias durante los bombardeos nazis. Paradójicamente, el protagonista ha sido un reputado escritor de viajes con historia por los lugares con más encanto del planeta.

La novela está llena de contrastes, de imágenes del dolor que a veces se oculta tras la belleza. Hugh ha escrito toda su vida sobre lugares hermosos, pero sabiendo que ese edificio que es Europa está construido sobre cimientos terribles. Es un lugar que esconde bajo las alfombras el polvo sucio de la Historia y tras sus postales, en la parte de atrás, están escondidos antiguos campos de batalla. Y, sin embargo, es un lugar hermoso. Hugh camina por Europa siendo consciente de que en cualquier calle de este continente sigue presente en las fachadas esa fatiga de la Historia. Porque es un lugar que no es inocente sino que el pasado sigue proyectando sus huellas en el presente, para quien sepa verlo.

Los protagonistas recorren una Europa decadente que usted pone en el espejo con aquel continente desolado dos siglos atrás que relató Mary Shelley tras las guerras napoleónicas en Historia de un viaje de seis semanas. ¿Muchas más coincidencias de las que cabría esperar a simple vista entre ambas Europas?

Sí, la lectura de ese libro de viajes de Mary Shelley me impactó porque ella hace ese viaje por la Europa que acaba de derrotar a Napoleón. Es una Europa en ruinas y que está a punto de entrar en una época conservadora, la Europa posterior al Congreso de Viena. Esa Europa reaccionaria de la que, sin embargo, y por esto mismo surgirán las primeras revoluciones. Además, en ese viaje Mary Shelly, junto a su marido Percey Shelley, Lord Byron y el doctor Pollidori tienen como final Ginebra, igual que Hugh. Allí en la Villa Diodati vivirán el llamado año sin verano que les obligará a refugiarse del mal tiempo en la casa y a crear un juego: cada uno de ellos escribirá un relato de terror. De ahí surge la historia de Frankenstein, un monstruo lleno de horror, dolor y compasión, como ocurre con la historia de Hugh.

El peso de la memoria es vital en muchas de sus obras anteriores, como por ejemplo El club de la memoria o El sonámbulo de Verdún. En Los viajeros del continente también está muy presente. ¿Por qué existe una clara tendencia no solo a borrarla de nuestras mentes prometiendo exclusivamente presente y futuro, sino también a blanquearla o incluso reescribirla o directamente falsearla a conveniencia?

Para mí el tema de la memoria y su presencia en el presente es algo obsesivo. Forma parte de mi poética y también de mis reflexiones no sólo como autora, también como ciudadana. Nunca he comprendido ese ejercicio de memoricidio que se practica en el presente. Ese borrado del pasado, esa mezcla intencionada de olvido y de desidia, nos convierte en autómatas sin criterio ni memoria. Es el adanismo que sufrimos y que se ejerce como estrategia de control y de manipulación. Con esa filosofía vacía siempre estaremos caminando en la penumbra, comenzando de cero, sin haber asimilado lo que ocurrió antes que nosotros. Y es también el presentismo que padecemos en el periodismo. Ya no hay memoria en las redacciones, por lo tanto, no hay contexto sino historias aisladas y sin sentido. Como periodista siempre me ha interesado el periodismo que nos sirve para contar el pálpito de nuestro tiempo, el relato real de nuestra época. Pero sin memoria, ¿qué relato vamos a contar a los que vengan después? Por eso la memoria está siempre presente en mis novelas, esa inevitable proyección del pasado sobre nuestro presente.

“Nunca he comprendido ese ejercicio de memoricidio que se practica en el presente”

El protagonista, aun sabiendo que inicia este último viaje de su vida ya desahuciado, lo afronta con una vitalidad asombrosa y loable a partes iguales. Para ello, su experiencia como escritor de libros de viaje ha sido fundamental en su bagaje vital. ¿Por qué?

Hugh se enfrenta a su enfermedad contemplándola desde el humor. Por eso la compara constantemente con cuadros abstractos, documentales de la BBC, vanitas barrocas, monstruos mitológicos, etc. Es un hombre lleno de experiencia, de memorias, de vivencias. Me interesa mucho el tema de la vejez, ahora que vivimos una ‘juvenilia’ llena de frivolidad y superficialidades. Me fascina escuchar a los ancianos, a la gente que ha pasado por la vida y se le nota. Personas de las que podemos aprender, aunque en este tiempo se les haya condenado al desván de las cosas inútiles y pasadas de moda. Hugh es un héroe que se enfrenta a la última etapa de su vida conociendo el final y haciendo de forma consciente el último viaje de su vida, despidiéndose así de todo. Como en el verso de Quevedo: “… Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte”. En la novela hay también una reivindicación del viaje como conocimiento y experiencia de vida frente al turismo de masas que triunfa y devora nuestro mundo actual.

¿Estamos también ante una celebración de la literatura y de su asombroso poder sanador en todos los sentidos, aunque no haya esperanza alguna de supervivencia?

Sí, la idea de fondo de la novela es la literatura como salvación. Mirar la vida como la mira Hugh es lo contrario de la muerte, de la nada, del vacío. Él observa las cosas dotándolas de vida y memoria. Por eso este libro es una celebración de la vida, de la felicidad, del placer del instante. Y todo destilado a través de la literatura, de la ficción que dilata de felicidad nuestras vidas.

Y el buen morir. ¿Cuándo aprenderemos? ¿Son las religiones el verdadero cáncer, en este sentido, que impiden esta celebración del final?

Para mí el tema de la muerte digna es también un tema que me obsesiona. Hoy es un tema de debate y reflexión a la orden del día. En la novela se aborda desde la perspectiva de nuestro personaje, que siente esa necesidad de enfrentarse con dignidad al final. Las religiones han servido para dar un consuelo y alivio a muchas personas, pero también en este asunto impiden que sea abordado desde la libertad absoluta. Cada uno de nosotros debería tener la absoluta capacidad de decidir sobre un final sin agonía ni dolor, sin que nadie imponga sus creencias. A fin de cuentas, se trata de una cuestión de compasión. ¿Y no es eso lo que se defiende desde las creencias religiosas? El epílogo de nuestras vidas debería estar protagonizado por dos cosas: la libertad y la compasión.

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